Capitulo XII

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Cansadamente recorrió con su vista las veraniegas cortinas del salón. Soltó un pequeño bostezo y a continuación tomo un pequeño sorbo de te de la taza de porcelana que tenia sobre su regazo.

El agitado baile de la noche anterior la había dejado bastante cansada. Habían llegado a casa pasada la madrugada. Y aunque se había levantado ya avanzada la mañana, al parecer no había sido suficiente descanso. Tenia un profundo deseo de estar de nuevo entre las cómodas almohadas y sabanas de su cama. En cambio estaba en el salón junto con lady Elionor y Anne, en espera de que algún aristócrata se dignara a venir a visitarlas.

Observo como Anne jugaba distraídamente con las borlas de un cojín, mientras  lady Elionor ojeaba distraída un periódico olvidado por su hijo. Al parecer ambas compartían su aburrimiento.

De pronto se escucharon pasos por el pasillo, expectantes todas levantaron la cabeza y dirigieron una mirada ansiosa a la entrada del saloncito.

-Milady, lord Wrimaud se encuentra en la puerta y desea saber si están visibles sus señorías.- anuncio el regordete mayordomo después de hacer una profusa reverencia.

-¿Que si estamos visibles? Claro que si, ¿verdad mama?- prorrumpió Anne con entusiasmo, al tiempo que se enderezaba y se afanaba en quitar las arrugas de su vestido.

-No tan alto Anne, no hay necesidad de tanto entusiasmo. - replico cariñosamente su madre, dándole un pequeña mirada de reproche que de inmediato borro- Señor Wilson, responda al caballero que sera un honor recibirlo, haga el favor de conducirlo hasta aquí.

Pocos segundos después, el joven pelirrojo entraba jovialmente a la habitación de las damas y ofrecía sus halagadores saludos.

Se sentó en un cómodo diván cerca de ambas muchachas y de inmediato entablo un animosa platica con ellas. Quienes felices de tener una compañía tan animada que viniera a romper su aburrimiento pasado, le prestaron toda su atención.

Apenas habían cambiado unas cuantas palabras cuando el sonido de voces y risas distrajeron su atención. El mayordomo volvió a entrar, anunciando a lady Duoglas y su hija. Madelyn no pudo evitar hacer una mueca al escuchar los nombres, había tenido suficiente de las Douglas ayer en la noche y no era precisamente los nombres que quería escuchar esa tarde. Aun así las damas fueron admitidas en salón y Madelyn hizo una pequeña reverencia con la cabeza desde su lugar a modo de saludo.

-Oh, al parecer llegamos en el momento perfecto- se expreso con entusiasmo lady Duoglas al tiempo que buscaba un asiento disponible cerca de la ventana para refrescarse- Lord Wrimaud que placer verlo de nuevo tan pronto.

-El placer es todo mio señora- le respondió el joven mientras sonreía.

La señora pareció alagada con sus palabras y mas orgullosa que un pavo real tomo asiento.

Por su parte, su hija, tomo asiento junto con Anne. Quien al parecer no estuvo muy contenta de ser la elegida por su compañera. Pero acepto calladamente su suerte. Pronto el tema principal entre los jóvenes fue el baile de la noche anterior. Madelyn que había tenido ya mucho tiempo para pensar sobre su propia experiencia en el susodicho baile, ya había agotado todo los tópicos a tratar sobre ese tema en su cabeza, así que el tema no llamo su atención. Invento una excusa cualquiera para levantarse y a fin de pasar el tiempo, se decidió por vagar distraídamente por el salón.

Recorrió con sus vista los pálidos  tapices que cubrían en su totalidad al saloncito. Tres altos ventanales dejaban pasar los tenues rayo del sol y una frescas brisa movía alegremente las largas cortinas color celeste. Enfrente de la ahora apagada chimenea colonial, descansaban en cómodos sillones las damas mayores, mientras observaban complacidamente a los jóvenes y al parecer intercambiaban impresiones sobre los mismos, como es costumbre de las madres.
Madelyn se detuvo delante de un pequeño un coqueto estante donde descansaban unos cuantos libros, ya antes leídos por ella, quien nunca desaprovechaba la oportunidad de leer un ejemplar nuevo que cayera bajo su poder. Dejo correr sus delgados  dedos sobre sus tapas y después de meditarlo un poco se decidió por un delgado tomo. Empezaba apenas a hojearlo cuando la ya conocida voz del incansable señor Wilson se dejo oír por tercera vez en esa hora. Levantó su cabeza en espera de oír el nombre del nuevo invitado. Al parecer hoy nadie tenía nada mejor que hacer, que venir a visitarlas.

-Su Señoría, el marques de Roshsmith - anunció con flema.

Un estremecimiento involuntario recorrió todo su cuerpo. Esperaba oír cualquier nombre ese día, excepto ese. El libro se escapó de sus manos y fue a dar con el suelo. Miles de ideas cruzaron su cabeza, en menos de un instante. ¿Qué quería? ¿Ah que había venido exactamente? ¿Su visita tendría algo que ver con lo pasado la noche anterior? ¿Que se proponía hacer? y lo más importante ¿Qué haría ella? Tomó una decisión. No dejaría que el o los demás notarán su turbación. Si el no mencionaba nada sobre el pasado, no seria ella la que tomara la iniciativa. Seria natural y dejaría que las cosas fluyeran. Al fin y al cabo era un caballero más, no? Si, un caballero con rasgos inteligentes y unos profundos y hermosos ojos. Alto, guapo y rubio. Con una irresistible sonrisa. Y que apreciaba tanto la lectura y el conocimiento intelectual como ella. Ay, ¿que le estaba pasando? Si seguía dejando que sus pensamientos la llevaran por ese rumbo terminaría perdidamente ....enamorada? El simple hecho de pensar en la palabra misma hacia que se ruborizara y un escalofrió le recorriera la espina dorsal. Recordando el libro que seguía junto con a sus pies echo un vistazo a sus compañeros y dio gracias al cielo que nadie había notado su turbación y torpeza. Tenía que aprender a disimular sus emociones y pensamientos cuando estaba en público, sino quería que la agarraran desprevenido y cometiera un terrible descuido. Rápidamente recogió el libro y mientras se enderezaba sintió como un par de ojos se posaban sobre ella. Alzó sus ojos y se encontró con los risueños ojos color ámbar que la miraban fijamente. Entonces el muy canalla, le sonrió. Sintió como todos los colores se le subían a la cara. Oh, como odiaba a veces esa sonrisa.



Cartas de mi madreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora