[Uno] viaje en Ave

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  • Dedicado a ti, persona especial
                                    

— ¿Y si no soy lo que tú esperas que sea?

— Lo serás.

— ¿Y si no?

Lucía miró por la ventanilla del Ave antes de que todo se volviera negro. Le pitaban los oídos por el tunel, aunque gran parte de la culpa la tenía su corazón, descuidado y loco, latiendo como si fuese la última vez que fuese a hacerlo. Desde hace más de cinco años Sergio había sido más que un internauta más para ella. Al menos, eso creía; no podía pasar un solo día sin ver sus mensajes en el movil. 

El alta velocidad apenas llegaba a los trescientos kilómetros por hora, y eso la agobiaba. Presa del pánico, no le quedaba de otra que hablarle a él, que no ayudaba. Ella con sus inseguridades, y él... él, tan tranquilo como siempre.

Mala suerte— Contestó, poco después. El sillón con vistas a la segunda ventanilla se hizo enorme a su alrededor— Lo importante era arriesgarse, ¿Verdad?

Ja,ja, ja. Qué simpático.

Lo soy —Siguió él— Pero sé que también lo eres. Si no, no te hubiese soportado cinco años seguidos, te lo aseguro. A veces resultas algo... desconcertante.

¿Desconcertante?

En el buen sentido — Sonrió, con ayuda de un emoticono— Estás feliz, y triste a la vez, y después feliz, triste de nuevo, y feliz... ¿Me copias?

Te copio.

Pero otras simplemente te olvidas de que me tienes que caer bien a mí —Ahora, quien sonrió, fue ella— Y eres tú misma, por decirlo de alguna forma. Me gustaría leerte así siempre. Aunque lo cierto es que no sé como vas a volver mañana. O a la hora siguiente.

Cosas así me ponen de los nervios.

Y dan ganas de pegarte una cokkeja

*colleja (perdona a mi osado móvil, no sabe lo que hace)

Así que tienes suerte de que no esté sentado contigo en ese sillón de Ave de color azul con vistas a la ventanilla.

Lucía dio entonces un barrido visual a la cabina en la que se encontraba. Un único pasajero, que rozaba los cincuenta, leía en su Ebook sin hacer mucho caso a su alrededor. Su movil le sonrió con un irónico guiño. Aquello daba miedo.

¿Tú como sabes eso, me vigilas?

Lucía... todos los Aves tienen sillones azules, hasta donde yo sé —El hombre miró al frente, cuando sintió a Lucía reirse nerviosamente— Y, bueno, dadas tus ganas de llegar aquí, he de suponer que te has sentado junto a la ventanilla para observar el paisaje.

— ¡Qué listillo! me has asustado...

— Eso pretendía —Guiño amarillo y calvo— Aunque... igual estoy más cerca de lo que te imaginas.

— ¿Qué?

— No sé... ¿Has mirado bien a tu alrededor?

El Ave se sumió de nuevo en un oscuro túnel mientras las solapas de la mesa plegable para cuatro en la que Lucía se sentaba, temblaron. Ahora sí que se estaba sustando. Ya ni siquiera el tranquilo hombrecito del Ebook se sentaba cerca de ella. No habían pasado más de diez minutos, pero ella se revolvía como si fueran horas. ¡Cuatro horas! llevaba allí cuatro horas mirando al cartelito digitar cambiar de estación. Santa Justa (Sevilla) quedaba ya muy lejos, aunque lo cierto es que no se quedaría tranquila hasta que pisase aquel cemento de la estación, mirase arriba y, solo mirando las escaleras mecánicas, respirase. Ya había visto Atocha otras dos veces antes de esa, pero... ni punto de comparación. Ahora miraría Madrid con otros ojos, estaba segura de eso:

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