[Dos] Un Nombre

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— Una de musculos, bien cubierta de ternura y con un punto de berrinche cuando sus cancentines cambien de color por la lavadora. Si, si —Y pone los ojos en blanco— nuestros expertos en la materia aconsejan no crear algo tan perfecto... si, por eso. Si lo de los calcetines está muy bien, pero... si, bueno. Si. Está bien. ¿Su nombre?

— El cliente siempre tiene la razón —Grita Jack, y baja las palancas de su máquina. Miles de fuegos artificiales explotan en el interior de su tienda. Otro monstruo perfecto más.

— Uy... llámale John, como el de la película. Me encantaría que se llamase así.

—  Alexia... tenemos un problema...

La máquina empieza a dar botes entonces. El aparato pide buenas raciones de afecto y ojos claros para poder seguir funcionando. Pero a Jack solo le quedan unos materiales de segunda mano comprados en la esquina del edificil, para las emergencia. Alexia cuelga de golpe, aquello no entra en sus planes. La máquina grita como si necesitase crear esos hombres perfectoa para seguir viva.

Jack tapona bien la entrada antes de darle al botón. Un chirrido rompe sus tímpanos; al menos ha creado un hombre, está seguro de eso.

Es defectuoso. Se ha dado cuenta en cuanto ha abierto la caja y lo ha dejado salir. Es flacucho, alto, castaño y con unos ojos marrones que hacen daño a la vista. Ni siquiera se le marcan los músculos del pecho, merecería que lo tiraran a la basura. Aún así tiene una gran sonrisa pegada a la cara, no pude dejar de mirar a su creador. Se siente nuevo, recien nacido, con ganas de tener una vida.

Jack no. Jack suspira antes de mirarlo por si ve algo bueno de él. Lo único que tiene de bueno es un enorme aparato reproductor que casi hace explotar sus pantalones. No es necesariamente "enorme". Simplemente Jack lo siente más agraciado que él en ese sentido.

— Que asco —Dice; al chico le cambia la cara— No sirves para que te enviemos. Tendré que reponer los depósitos y hacer uno nuevo. No sirves.

El hombre se encoje como si le hubiesen hecho daño. Aquel hombre alto y delgado es lo único que conoce del mundo y parece con ganas de echarlo de su vida en cuanto pueda.

¿Qué es una vida? Ni siquiera lo sabe.

— Anda... chico. Vete a buscar al amor de tu vida

Orden recibida. Pronto su cabeza empieza a hacer girar engranajes y nota que ese es su propósito. Buscar al amor de su vida. Solo espera que él pueda explicárselo. Ni siquiera le ha contado quién es él mismo.

— ¿Y no le das un nombre?

— ¡Que se lo invente! —Se queja, repentinamente alterado— Venga, chico, fuera de aqui, ¿a qué esperas? 

A que diga algo. A que le cuente cosas. A que le explique qué es un amor de su vida o por qué tiene que inventarse un nombre, que qué es eso. Jack casi tiene que sacarlo de su edificio a patadas, sus pies no le responden. Y cuando llega al suelo se cae sobre la nieve, con la cara helada. Ni siquiera sabe de donde sale eso que moja sus mejillas. Ni siquiera sabe por qué siente que le duelen contra eso tan frío. 
No sabe qué es, ni cuando, ni por qué.

Ni siquiera sabe por qué él no sirve, por què es defectuoso. Es tan hombre como los demás que salieron de ahí.

En aquella fábrica de novios ni siquiera le han dado unos músculos rellenos de carne y fuerza bruta. Apenas tiene ojos oscuros. Nada de sonrisas bonitas. Por algo no sabe donde tiene que ir, quién le ha pedido. Ni siquiera han debido darle un instinto sexual al que seguir.

— ¡Dios! —Le grita una vocecilla sobre la cabeza— ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

¿Qué es dolerle algo? Ni siquiera lo sabe. Le quema esa parte del cuerpo que está en contacto con la nieve. Sus mejillas. Su nariz. Sus labios... su corazón.

Ni siquiera contesta. No debe merecer que nadie le ayude. Ni siquiera sabe si lo que busca es un lugar, otra persona, o simplemente un sentimiento. ¿Que qué es el amor de su vida? Jack ni siquiera ha querido explicárselo. Le duele todo...

— Ven... levántate.

Las piernas no le ayudan, no se mueven. Ni siquiera las siente. Apenas sabe como abrir y cerrar los ojos. Aunque aquellas manos son finas, consiguen echárselo a la espalda. Son setenta y nueve kilos de puro dolor. Ni siquiera sabe qué hace dejandose llevar por aquel angelito de apenas uno sesenta de alto. Nada que ver con su metro ochenta y cinco. Parece sentirse bien, no deja de reirse nerviosa y de decir "no llores; tendrás una casa".

Él no sabe realmente si lo que necesita es una casa. Quizás el amor de su vida sea una casa. Quizás ella le ayude. Quizás pueda darle un nombre...

O simplemente una vida.

— Solo busco al amor de mi vida —Dice contra su hombro, cuando las luces de la farolas se apagan por un fuerte viento— Jack ha preferido desecharme antes de darme un nombre. No sirvo. No sé por qué me recojes.

— Si no sirvieras estarías muerto —susurra ella, sin aliento por el cansancio— Ese hombre y su empresa de novios perfectos a domicilio ha destrozado el mundo. Estoy segura de que hace mil años podría haber encontrado un amor de mi vida sin que nadie se propusiera creármelo. Ahora vivo sola, esperando que a Jack se le ocurra pensar que si solo crea hombres perfecto acabarán siendo normales tarde o temprano.

Todos son de ojos claros, fuertes, con sonrisas encantadoras, con instintos sexuales propios de un animal...

Todos son tan iguales... ni siquiera podría merecer a nadie que se molestase en quererme fuera de una cama.

Él podría hacerlo. Él podría querer si no le doliera tanto el saber que un novio perfecto tenía ojos claros que él no tenía, sonrisas bonitas que él no conseguiría hacer o músculos calientes que él no sentía.

Si tan solo alguien le dijera cómo quererla a ella...

— Y te he encontrado —Continúa— tú necesitas un nombre y yo alguien a quien ponérselo. Tal vez te parezca poca cosa. Por que no soy rubia. Ni tengo ojos azules, ni tengo pechos enormes de silicona. Me caigo cuando me pongo tacones altos y estoy segura de que el sexo cada tres horas no es lo mío. Pero vas a tener que conformarte. Espero que lo hagas. Desearía que lo hicieras.

Él también desearía "que lo hicieras". Solo necesita saber qué es eso. Solo saber por qué si no la escucha reir y pedir perdón su corazón se hace cenizas. O por qué solo sabe sonreir cuando nota su perfume a violetas recien desenterradas. O por qué necesitaría un amor de su vida si ya éste ya lo ha encontrado a él. Incluso el por qué de ir sobre una espalda pequeñita y fría. El por qué de sentirse arrastrado. Ni siquiera sabe cómo hacer que su pequeño ángel no sienta ni la mitad del dolor que quema su pecho.

Ahora podría reirse de Jack en su cara. Podría ser débil, delgado, y sin fuerzas. Podría no saber qué era lo que una mujer necesitaba para ser feliz por no traerlo de fábrica o simplemente no saber cómo hacerla sonreir, aunque eso le doliera. Pero tenía alguien que quería ponerle el nombre que él necesitaba que le dieran. Una casa. Un corazón que arropar para que no pasase frío, una pequeña boca que hacer sonreir siempre que tuviese oportunidad.

Y no necesitaba ser perfecto para eso.

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