[Cuatro] El amor...

152 9 5
                                    

— ¡El caso es que lo odio! —Gritó, parandose en mitad de la carretera— ¡Odio cada parte de él! ¡Odio cómo se ríe, cómo me molesta, cómo me tira del pelo y cómo se mete con mis colestas aunque sabe que me encanta llevarlas! ¡Odio que siempre tenga razón y me quite la mía, ¿Te enteras?! ¡Lo odio todo!

Mi grupo de amigos paró en seco. Siempre me habían repetido hasta la saciedad que hacer llorar a una chica era de ser muy hijo de puta, pero no podía evitarlo. Nunca me habían gustado las relaciones. Y por muy bonita que la encontrase aun con la nariz arrugada y gritandome lo cruel que era a veces, no iba a empezar a cambiar ahora.

Lástima que ellos no estuviesen de acuerdo conmigo.

Había sido mala idea decirle que igual sí que la quería un poco. Jona, que era tonto. Siempre andaba dando vueltas sobre mi cabeza "tienes que deciselo, tienes que decírselo, tienes que decírselo..."

Al final lo había hecho él. Siempre sin hacer caso a nadie. Por eso nos parecíamos tanto. Por eso nos llevabamos tan súmamente mal la mayoría del tiempo.

— Gracias, Jona, muy hábil —Solté, mientras todos miraban al chico por no darse la vuelta— Te lo has cargado todo.

— No, perdona, yo solo he dicho una verdad como un templo. Eres tú el cobarde. No queremos gallinas en nuestro grupo.

— ¿Que qué?

— Que alguien tan cobarde como tú no puede llamarse en la vida nuestro "amigo". Así que lárgate —Añadió  Marc, que seguramente había sido torturado por Jona para que dijese eso convencido— Fuera.

Creo que en este momento el Jame ingenioso que vivía dentro de mí debería haber salido y gritarle un par de cosas. Se volvieron un segundo para mirarme antes de desaparecer entre la niebla, a las ocho de la tarde de un jueves que me estaba poniendo enfermo nada más empezar. Ella seguía allí, aún lloviznando, y reconozco que ahora, sí que sí, me había quedado sin plan B que poner en marcha. ¿Era eso normal?

¿Era normal que mirar a esa cabeza-hueca dejase limpia de pensamientos la mía?

— ¡Te estaba escuchando! —Grité, cuando ví que guardaba las manos en sus bolsillos y esperaba— ¡Y yo también te odio!

— ¡Me alegra saberlo! ¡Nadie te odia más que yo!

Resoplé. Lo último que necesitaba ahora era que me replicara. No la soportaba ni un segundo cerca.

— ¡De eso nada! ¡Eres realmente horrible!— Seguí, notando que la niebla se hacía más espesa— ¡Yo también odio tu risa, joder, pareces un puto payaso de circo! —Ella contestó con un irónico "¡Ja!" antes de escupir al suelo— ¡¿Te crees que me gusta molestarte?! ¡Ojalá desaparecieras!

— ¡¿Quieres que lo haga?! 

— ¡Nada me haría más feliz!

— ¡Por fin! —Se alegró, medio ronca— ¡Por fin me dices qué es lo que quieres!

Ni siquiera yo sabía qué era lo que quería, a ciencia cierta, como para tener que decirselo a ella. Me salían salpullidos de solo mirarla, quería que se fuera. Quería que mi cabeza no diera más vueltas y se centrara en la universidad, en las prácticas, o en lo que sea que me tocase ahora. Mis padres siempre me había dicho que los estudios eran lo primero. No había mejor escusa que esa para dejar todo lo demás de lado y centrarme en lo que quería.

¿Y qué quería? No ser de esos corazones rotos por ahí, llorando, como almas en pena.

El amor era para el que se arriesgaba. Y yo no quería hacerlo. Nunca había sufrido realmente por amor y no quería hacerlo, no me parecía lo mejor para mi. 

Como le había dicho, solo quería que se fuera.

— ¡Muy bien! —Volvió a gritar, con todavía más rabia en la voz— ¡Pero después no intentes arrepentirte!

Dios... ¿Por qué nos gritabamos cuando podíamos acercarnos y hablar como un par de chicos normales y corrientes?

Quien sabe.

— ¡¿Arrepentirme?! ¡Debería habertelo pedido antes!

Y se fue. Se fue sin más, se fue como si le hubiese importado una mierda todo este tiempo y saber de mi no fuese algo interesante que hacer todos los días. Se fue como si de verdad me hubiese creido, como si, como todas aquellas veces, se hubiese sentido importente, y rara, e inutil, y no quisiera volver a mirarme en una buena temporada.

Después de todo me había hecho caso, por una vez en su vida. Aunque... extrañamente dolía, y aún no me había enamorado.

¿Quién decía cuando enamorarse y cuando no? Quería saberlo. No era justo estar enamorado sin conocer la sensación.

— Pero antes... Quiero que me digas por qué —Suspiró, hablando ahora cerca de mi pecho. Hasta ella misma sabía que no podría escapar de mi aunque quisiera. Y mira que esto daba miedo. ELLA daba miedo —Y de verdad. 

Creo que escuché la voz de Jona apostar por mi en voz baja, aunque no supiese de donde venía. Se había apostado claramente una cena en el Burguer King a que la besaba yo primero. Supongo que tener amigos como esos siempre estaba bien. Supongo que tenía suerte.

Incluso... puede que demasiada.

— Me das miedo —Confesé, bajito. La escuché sonreir— Siempre he visto toda esa información sobre el desamor, todas esas canciones, a mis propios amigos maldiciendo por lo bajo por no rompernos la cabeza de la rabia y... no me imaginaba a mi sintiendo eso. No quiero experimentarlo, suena doloroso.

— Y lo es —Se rio— Que te rechacen cada día, a cada hora, en cada momento del día— Me sentí aludido, hundiendome bajo sus pies como si mi suelo se volviera de hojas secas— Pero... si quieres de verdad al final seguirás insistiendo, y como eres terco como tú solo, esa persona no podrá escapar nunca.

— Esa persona no sabe realmente a quien le está insistiendo.

— Yo creo que si; solo que lo quiere demasiado.

Explicó, todavía más cerca. Mi altura no ayudaba a que Jona perdiese su apuesta; estaba seguro de que bajar la cabeza solo un poco, no me costaría demasiado ahora.

— ¿Te cuento un secreto, Jame? —Susurró, subiendose sobre las puntas de sus pies. Negué;— Esa persona también le tiene miedo a él.

No fue un beso de esos cualquiera. Creo que de haber besado alguna vez esto ahora se me daría mejor, pero aún así, parecía ser diferente a cualquiera que hubiese podido dar antes. El amor era para el que se arriesgaba a quererlo, aquella era la única verdad.

Y yo solo podía alegrarme de que Jona hubiese perdido su apuesta. Nunca había soportado a aquel rubio a pesar de quererle tanto.

1001 Historias de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora