--¿Quién sabe?
Sus ojos se clavaron en los suyos. Negros, como una noche sin estrellas en mitad de una tormenta. Como el camino de la soledad pura, como lo que ves al apagar la mesita de noche a las doce y cuarto despues de cerrar tu libro favorito, ¿Quien iba a decir que los separaban un.par de centímetros y una mochila adidas que decia en su frontal "Impossible is nothing"?--¿Quién sabe el qué?
Había muchas cosas que no sabían el uno del otro. No sabía por qué temblaba él o por qué mordía su labio ella. Ni qué hacía uno de sus mejores amigos escondido en el dormitorio de su propia casa para no molestarlos. Y fuera llovia. Se habían pasado mucho tiempo decidiendo si querian mirarse a los ojos en plena calle, bajo el sol y las gotas calientes, o en casa de un amigo en el cuarto de un piso en ninguna parte. Tanto que sus dedos se habían arrugado bajo la lluvia y su pelo olía a mojado y algo parecido a la tierra recién removida. Aun así el pelo de ella seguía siendo tan desastre como el de él. Estaban de rodillas sobre la funda blanca de su sofá y él había dado el primer paso y había hecho que aquellos mechones dejaran de mojar sus mejillas, rojas como los tejados de aquella urbanización. No era capaz de sujetarle la mirada en sus ojos por miedo a que se disolviera en el aire.
--¿Cómo que el qué? Está claro de qué estoy hablando, ¿no?
--Uhm...
Podrían ser muchas cosas. Miedos, fobias, estrés. Podría incluso estar hablando de que aquella era la mayor locura que podrían estar haciendo nunca el uno con el otro. Con Photograph sonando de fondo gracias al prófugo del dormitorio, pensó también que solo tenía nervios acumulados. Habían tenido que subir corriendo los cuatro pares de escaleras después de recién comer en la casa de en frente, y nada más que los geranios se habían agitado a su paso, además de ella. Él se descojonaba, a ella se le derretia la mirada mirándole, y el reloj de su muñeca sonaba como uno de pared. Tic. Tac. Tic. Tac. Tac. Tac...
--Si no eres más clara...
--No puedo ser agua. Ya lo dice Maldita Nerea.
Lo cierto es que la piel de él no era transparente, pero si blanquecina como un huevo cocido. Pálido, opaco, sin ganas algunas de camuflarse con las almendras que había encima de la mesa. Qué metàfora tan tonta. También se encendía como los tejados cuando se daba cuenta de qué estaba haciendo, con quién, y donde.
Se estaban mirando.
A los ojos.
Sin nadie más al lado.
En un sofá de dos plazas que tenia ganas de engullirlos a los dos juntos si se movían un centímetro más a la derecha.
O hacia delante.
Contra el otro.
--¿Quienes?
Maldita Nerea habia sido su grupo favorito desde que se dio cuenta de que sus letras hablaban de sueños rotos, corazones rotos, amores rotos, y almas rotas. Y después, creciendo con él, se dio cuenta de que también las había de sueños, corazones, amores y almas arregladas. De una pieza. Felices. Y se enamoró. ¿Qué podía hacerle? Parecía estar cantándole a ella todas aquellas canciones. Parecía escribir su vida en ellas. Siempre hablaba de lo que quería escuchar.
Y, no se sabe ni como ni de donde, el playlist de su movil cambió. Y "Lo que tú prefieres" estalló en sus oidos.
--Esta me la sé, verás...
--Hombre, norm... --la respiración se le atascó. Se había acercado a su mejilla y había tratado de acariciarla con la punta de la nariz. No más lejos de la realidad, solo había rozado el aire cerca de ella -- Shh... --le susurró ella misma--. Escucha...
La canción era lo más animada que podia haber esperado. Y, sin embargo, la escuchaban como una lenta que nunca iba a terminarse. También, por si acaso, habían cerrado los ojos y le habia pedido a él que hiciera lo mismo. Para llegar al momento que ella quisiera recalcar. Aunque... eso no pasó hasta que no llegó al ultimo minuto de la canción.
En otro momento, hubiese sonado otras mil veces, en repetición que tenia siempre el tipo de reproducción. Pero no era que lo hubiese previsto. Se había parado de golpe. Había salido su salvapantallas de la sonrisa de sus amigas con su mensaje personal justo encima de los puntos del patrón "Princesa de Nadie".
--¿La escuchas? Es mi parte favorita.
--¿El silencio?
--Necesitas... --susurró--... poner más oido. Chico.
Empezó a gotear entonces el grifo al que daba la puerta abierta que tenian justo delante. La vecina del piso de en frente metia sus llaves en la cerradura y se quejaba de que cada vez hacía frio más tarde en los otoños. ¿Podriamos hablar de lo demás?
Las flores del balcón se agitaban con el viento, la televisión sonaba como chispeando unos cables con otros, y su prófugo del dormitorio del fondo del pasillo aporreaba suavemente la puerta, aburrido, inquieto. Quien le dijera hace dos semanas que hoy iba a tener a su amigo al otro lado hecho un manojo de nervios, es por que estaba loco. Él sonrió muy cerca de la comisura derecha de ella.--Parece una gran sinfonía...
--¿Silencio, decias?
Y ahí, justo ahí, todos aquellos sonidos se hicieron de fondo. Había algo que sonresalía y con creces.
Su respiración.
ESTÁS LEYENDO
1001 Historias de amor
RomancePequeños relatos románticos dedicados a todo aquel que ha estado, está, o estará enamorado. A todo el que me ha ayudado desde que llegué aquí. A mis hermanos mayores aquí dentro, espero que os guste.