[Tres] cosas que decirte

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Eres extraño. Creo recordar que una vez dijiste que los sueños realmente se hacían relidad si los deseaban con fuerza. Lo he hecho. He cerrado los ojos y me he imaginado un mundo, una simple escena de historia, en la que ser yo, tan payasa como cariñosa, tan risueña como amable. 

Al abrirlos todo sigue igual, amigo.

Hoy me he derrumabado en clase, amigo. Al profesor de Religión no se le ha ocurrido nada mejor que poner un programa de Hermano Mayor y recalcar que, aunque él cree que puede no ser real, esas cosas pasan. Ver ese cúmulo de injusticias me ha hecho revolverme en el sitio. Cada vez que él decía "te odio" a su madre. Cada vez que decía "vete de la puta habitación" a su padre, o cada vez que decía y decía que no tenía amigos, que odiaba a todo el santo mundo, no he podido más. "Yo soy así en casa" les he dicho. "Yo os odio también, a todos" he pensado. Y después de ver que lo único que saco fuera de mi son huesos pelados, se han reido. Se han reido mientras lloraba, y han dicho "¿Cómo vas a ser así, muchacha, si eres la delgadez de la delgadez?"

Pues así, finita y todo, siento que los odio. Aunque después también sienta que ellos no tienen la culpa y los quiera. O no, o igual solo los odio. Mira.. ¡Yo que se!

Lo que sé es que me duele verlos ahí, encajando en un sitio, mientras yo recibo consejos de "tienes que salir de ahí" por que yo no soy capaz de hacerlo.

Salir, salir... ¿Quién sale de aqui con los quince en casi fecha de caducidad?

¿De verdad ellos creen que si pudiera no lo hubiese hecho?

Pero tú... tú eres extraño. Diferente. Tienes toda la paciencia del mundo, eso es bueno. En este momento mi cabeza necesita que le expliquen las cosas, todo lo que haya detrás, que le den un por qué. Necesito que me expliquen por qué es esa cara o aquella, por qué entrecierras los ojos o por qué sonries. Solo de esa forma podría pensar en cosas buenas. 

Por que... nunca he pensado en cosas buenas; no me las merezco.

Por eso, tengo que decirte que... te quiero. Es de las primeras veces que aun teniendo miedo me arriesgo. Sé que vales la pena. Y sé que de darte cuenta de verdad de todo lo que pasa, probablemente te irías. 

Me encantaría que no lo hicieras. Me encantaría que me dieras una oportunidad, y mira que me has dado muchas, pero una más. No quiero sentir que tengo la culpa, ni que posiblemente, como dice Charlie en "Las ventajas de ser un marginado", no encuentre ningún amor por que no sepa merecerlo. Me gustaría tener el tuyo. Quisiera tenerlo.

Desearía...

Un beso, principito; con la imaginación de un niño siempre, por favor. 

Alex.

La habitación se quedó en silencio en ese instante. No sabía bien si por que a él le parecía una simple broma de mal gusto o por que no sabía que decirme. Sus ojos seguían brillando. Siempre brillaban. Eran realmente bonitos. Siempre sabían como cerrarse para que esperar a que se abrieran fuese una auténtica eternidad. Y qué decir de él. Era tan grande como el brillo de sus ojos. No sé... por una vez sentía estar en casa. Y en casa, yo sonreía, temblaba del nerviosismo y esperaba una respuesta. Pero nunca triste. ¿sabes? En casa me ahogaba menos, no sentía que desencajaba. Creo que incluso aprendería a sonreir dentro de aquella casa.

— ¿Una oportunidad?

— En fin, sí, bueno, yo creo, estaría bien... sí. Eso creo.

— ¿Para conseguir qué? —Ahora sus ojos parecían tener una mezcla entre sorpresa y descomprensión. Dios; debería haberme dejado de tanto sentimiento e ir al grano— ¿Qué necesitas ahora?

¿Que qué necesitaba? Solo una cosa. 

Necesitaba ser yo para intentar que él lo quisiese. Era bueno, debía tener algo de agradable... 

Necesitaba un yo al que él pudiese querer querer, ¿Era mucho pedir?

Se necesitaba una gran oportunidad para eso. Tampoco es que lo de cambiar para bien fuese tan divertido como parecía. 

Dolía.

Mucho.

Me daba miedo.

— Que m-me qui-eras —Tartamudeé. Y eso que las palabras escritas se me dan mejor que las habladas, pero... no pude evitar decir más que estupideces a sus ojos. Lady Madrid sonaba en mis auriculares de LG y me hacía llorar como una tonta. Era patético— Yo quiero... un cuento de hadas de esos que... dicen.

Es difícil describir cómo sentirte en momentos como esos. El estómago, el pecho en sí, me quemaba por dentro. A veces un escalofrío me recorría cada vez que me callaba y segía escuchando a Pereza. Otras solo lloraba. Otras miraba esos ojos, por que a pesar de la estupidez que había dicho él no me había juzgado. Ni siquiera parecía forzado a aguantarse la risa. Se lo agradecí bajando la mirada a mis pies. 

Posiblemente fuesemos de la misma altura, pero me sentía tan pequeñita que ni alargando los brazos iba a poder tocarle. Peor. Daba miedo intentar tocarse y que se esfumara. Pocas veces había conseguido mirar a alguien a los ojos tanto tiempo como ahora. Supongo que eso era parte de tener miedo y arriesgarse. Quién sabe.

 —  A mi, como que no —Sonrió— Lo mío es escribir finales abiertos. 

Era de esas veces en que me guardé el movil en el bolsillo con Lady Madrid en en modo repetición y me detenía a mirarlo. No sé por qué, pero sus manos tenían la temperatura perfecta para que las mías temblasen. Puede que nunca fuese su Lady Madrid, pero si de algo estaba segura, es que cerrar los ojos y centrarse en tu cuento de hadas distorsionaba la realidad. 

Puede que, incluso, acabase por dárme la oportunidad. El sueño y la realidad podrían hacerse uno, entonces.

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