Las cicatrices se marcaban sobre su espalda.
Miró al infinito con sus ojos vacíos, embargados por una marea azul gélida, parecían un par de trozos de hielo de un gran iceberg.
Caminó sobre la cornisa del edificio, abrió los brazos a los costados de su cuerpo, su cabello platinado se revolvió con la brisa y cayó sobre su cara bañada en pecas.
"¡Salta!"- le gritó la parte osada de su subconsciente.
-No soy tan valiente- murmuró ladeando la cabeza.
Los chillidos de los autos y personas se percibían desde su altura, risas, ¿qué eran las risas? Hace tiempo que no sentía una, recordaba que era una sensación que burbujeaba en su garganta y que escapaba de sus labios como un canto de un ave.
Tocó una ventana del edificio, era cristalina pero no permitía ver lo que se desarrollaba en su interior ya que una cortina negra la cubría.
El cielo estaba pintado con acuarelas oscuras y salpicado por la suave pintura brillante que eran las estrellas. Elevó la mirada más allá y las estrellas de sus ojos se perdieron en las estrellas plasmadas en el cielo.
"¡Salta"- volvió a insistir su amigo imaginario que habitaba en sus interiores.
-No puedo- el aire se atascó en su tráquea.
El frío corto su cara, arrugó la nariz y el entrecejo.
Su camino en la locura era como estar muriéndose, era inevitable.
Había llegado a tener amigos pero ella los había alejado, había llegado a tener una familia pero ella los había alejado, había llegado a tener una vida pero la había perdido.
"¡Salta!"- sintió la voz retumbando contra las paredes de su cráneo.
Su rabia se desató, hirviendo en su interior.
-¿Quieres que salte? ¡Pues lo haré!- exclamó enfadada.
Y cegada por el dolor, alejó sus pies de la superficie lisa, sintió el vértigo corriendo por sus venas. Su mente se despejó al darse cuenta de lo que había hecho, su espalda rompiendo contra el viento, sus cabellos flotando descontrolados a su alrededor, trató de abrazarse a si misma en un intento desesperado de que sus brazos no batieran descontrolados entorno a su figura.
-Los ángeles no pueden volar- cerró los ojos.
Su alma nunca sintió el impacto, pero su cuerpo sí.