1. Bienvenido (otra vez)

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La base del éxito es la perseverancia. Es la frase que llevo repitiéndome desde que tengo uso de razón y es lo único en lo que pienso mientras mis piernas avanzan de forma automática por la avenida. Si quieres algo tienes que luchar por ello, ¿verdad? Bien, que así sea.

Lo primero que veo desde el otro lado de la acera es a Jolyne con la sudadera del club puesta, las llaves del edificio en la mano y una sonrisa confidente en el rostro. Sé que he prometido mil veces controlar mi emoción, pero es imposible. Mando todo a la mierda, cruzo la carretera casi corriendo y una vez estoy cara a cara con mi entrenadora la levanto en peso.

—¡Bajame!

—Me lo pensaré cuando abras esa puerta y me dejes entrar.

Jolyne ríe y me da un golpe en el hombro. Tras quejarme la devuelvo al suelo y hace un amago de lanzarme las llaves a la cara. Suerte que tengo buenos reflejos.

—¿Un minuto teniéndome de vuelta y ya quieres lesionarme?

—A estas alturas es tradición —menciona con fingido fastidio.

Puede que parezca que me odia, pero yo sé que soy su alumno favorito.

—¿Y tu madre? —pregunta antes de dar media vuelta y viajar con los dedos entre el cúmulo de llaves hasta dar con la correcta.

—Se ofreció a traerme en coche, pero he preferido correr. Así caliento un poco.

Jolyne me dedica una sonrisa para luego abrir la puerta, la misma que sigue chirriando como el primer día. Hogar, dulce hogar.

—Ese es el espíritu, Hugo. Te veo empezando la temporada con ganas.

—Ya sabes lo que dicen —empiezo adelantándome y corriendo por el pasillo todavía desierto—. La victoria pertenece al más perseverante.

—¿Quién dijo eso? —grita desde la entrada.

—¡Napoleón!

De haber sido otra persona ni me habría permitido avanzar sin ella, pero soy Hugo Castillo. El club nació conmigo. Fui el primer miembro y he vivido cada paso hasta llegar a donde estamos ahora. No digo que sea más importante por eso, pero... Técnicamente lo soy.

Enciendo las luces solo porque Jolyne me pide que lo haga. Ambos sabemos que podría encontrar la piscina a oscuras. Avanzo hacia la zona de vestuarios y entro en la masculina. No hay nadie porque acabamos de abrir, lo que es un gran alivio. Esto se vuelve un caos cuando los entrenamientos empiezan.

Me quito los pantalones, la camiseta y los zapatos, quedándome con el bañador que traía debajo de la ropa. Saco de la mochila las chanclas, el gorro y las gafas y guardo todo lo demás en ella. La dejo en la taquilla número veintinueve, la única que funciona con la llave. Me acerco al espejo, me echo un vistazo rápido y salgo de la estancia. No sé por qué lo hago si siempre veo lo mismo. Un acto reflejo, quizá.

Los vestuarios conectan directamente con la zona de la carpa. La piscina está cubierta y la carpa se usa para mantenerla en un ambiente cerrado. En verano, cuando la temporada en el club finaliza, la carpa se retira y las instalaciones se abren al público. Pero ahora es el mejor momento del año: todo está cerrado y la piscina es nuestra, de nadie más.

Podría usar muchas palabras para describir lo que siento al entrar aquí, pero ninguna le haría justicia. Creo que mis latidos acelerados que empiezan cuando estoy en el pasillo contiguo hablan por sí solos. Aquí la temperatura es mucho más alta y el cambio me hace llegar a la piscina con un rastro de sudor en la frente. Sin embargo, todo merece la pena cuando alzo la vista y veo a mi alrededor.

Varios clubes disponen de una piscina pequeña de 25 metros de largo, pero nosotros por suerte tenemos una de 50 metros de largo y 25 de ancho, la medida reglamentaria para las competiciones. Y creedme, las vistas son mucho más espectaculares cuando tienes enfrente una piscina de dimensiones olímpicas. Hay tanto donde abarcar, tanta agua por sentir, tantos metros por recorrer... Es una emoción que creo que nunca podré superar.

A flote [Libro 1 ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora