Capítulo 6 {Segunda Parte}

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Al llegar al final del pasillo, él empujó una puerta con el hombro. Luego, una vez dentro del dormitorio, la sostuvo con una sola mano, como si fuera una pluma, y encendió una pequeña lámpara con la otra.

El cuarto era espacioso pero austero y con un aire típicamente masculino, desprovisto de todo color. Las paredes eran blancas y la cama negra. Tenía unos grandes ventanales y una terraza con vistas al mar iluminado por la luna.

La sentó sobre la cama y la miró fijamente, con sus ojos llenos de deseo.

Ella supo que iba a besarla de nuevo a pesar de su promesa. Nick le había demostrado que las promesas de los hombres no tenían ningún valor. Ahora Justin iba a poseerla sin piedad. Se haría dueño de toda la inocencia que ella había esperado dar sólo al hombre que la hiciese su esposa.

Pero ya no le quedaban fuerzas para luchar.

La empujó dejándola tendida sobre aquella enorme cama y comenzó a abrirle lentamente el vestido por arriba hasta dejar al descubierto su sostén de seda y la piel desnuda de su vientre. Ella sintió la fuerza magnética de su cuerpo sobre el suyo mientras la miraba con sus ojos ámbar y enigmáticos.

-Lo... odio -dijo ella en un susurro, incapaz de resistirse.

-No necesito que me ames, sólo que me obedezcas -replicó él con un rictus sensual en los labios.

Selena cerró los ojos, esperando que él le quitase finalmente el vestido, la dejase totalmente desnuda y la violase brutalmente sin compasión.

Casi no le importaba. Se sentía completamente perdida. Hacía apenas unas horas era una mujer idealista, romántica y soñadora. Ahora no era... nada.

Entonces él la tocó.

Sintió las yemas de sus dedos, ligeros y suaves como plumas recorriendo su cuello y sus hombros desnudos. Fue una extraña sensación, nueva para ella, que recorrió todo su cuerpo. Estaba asustada. ¿Era miedo? Sí. Pero también algo más que la hizo estremecerse por dentro.

Sus manos se movieron lentamente bajando hasta el valle desnudo que se abría entre sus pechos, provocando una sacudida de placer en cada palmo de piel que acariciaban sus manos. Sintió sus pechos pesados y sus pezones duros y tiesos bajo aquel sostén de seda que Nick había insistido en encargar a París. Ella se había ruborizado cuando se lo había dado. Ahora sólo serviría para el disfrute de su enemigo.

Él deslizó suavemente su vestido por debajo de la cintura y luego por las piernas hasta quitárselo del todo. Luego, lo tiró al suelo.

-Sabía que acabaría quitándotelo -le susurró al oído.

Ella intentó decir algo, pero se quedó muda al verle arrodillarse al pie de la cama. La imagen de aquel hombre tan rudo puesto de rodillas ante su cuerpo semidesnudo le resultó tan impactante que decidió cerrar los ojos.

Pero con ello sólo consiguió hacer más intensa la sensación que sintió al notar las manos de él sobre sus muslos, soltando los broches del liguero que le sujetaban la medias blancas de seda. Percibió el calor de su aliento sobre su vientre desnudo, y no pudo evitar el gemido de placer por el deseo prohibido. Pensó que no debía sentir eso... por un extraño.

Lentamente, le fue bajando una de las medias. Ella sintió el suave roce de sus dedos alrededor del muslo y la rodilla. Luego la seda se deslizó poco a poco por la pantorrilla hasta el tobillo y el pie, quedando la pierna completamente desnuda.

Justin arrojó la media al suelo, se inclinó hacia el otro muslo y procedió de igual manera deslizando suavemente la media de seda a lo largo de la pierna al tiempo que acariciaba cada centímetro de su piel.

Sintió un calor intenso dentro de ella que se intensificaba con cada una de sus miradas y sus caricias. Notó una tensión creciente en los pezones que le bajó poco a poco hacia el vientre, mientras su respiración se tornaba cada vez más jadeante.

No debía consentirlo. ¡Él era un criminal, un extraño! ¡No debía dejar que la tocara!

Pero mientras su mente le dictaba eso, su cuerpo parecía incapaz de obedecerla, permaneciendo inmóvil como si fuera incapaz de moverse. Estaba allí tendida sobre aquellas sábanas suaves de algodón, sintiendo la brisa que entraba por la ventana entreabierta y viendo las olas a través de los visillos casi transparentes. Oyó el lejano canto lastimero de las gaviotas y el de su propia respiración entrecortada. Se mordió el labio inferior hasta sentir el dolor.

El Secuestro {Jelena}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora