Capítulo 2 {Segunda Parte}

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Ella lo miró, aún jadeante y asustada. Tenía el pelo suelto después de que él le deshiciera el moño, al arrancarle el velo y la diadema. En su rostro de porcelana resplandecían unas mejillas sonrosadas. Sus ojos, enmarcados por unas pestañas largas y espesas. Sus labios eran carnosos y su cara reflejaba la indignación y la rabia que sentía en ese momento.

Tenía el aspecto de una mujer que acabase de hacer el amor de forma ardiente y apasionada.

La deseaba.

Y eso le hacía sentirse más furioso.

Pensó que ella era la culpable. Debía estar provocándole, tratando de seducirle, para intentar librarse así de su castigo. Pero no contaba con que él era un hombre despiadado y sin corazón.

Sus secuaces habían estado vigilando el castillo desde que se había enterado de la celebración de aquella supuesta boda. Había planeado secuestrar Nicholas para obligarle a revelar el paradero de Miley. Sabía que él era demasiado astuto para dejarse atrapar, pero no había podido esperar más. Había pasado un año, no sabía en qué condiciones estaría ella. Podría estar muriéndose.

Había irrumpido en las puertas del castillo con todos sus hombres armados, aun a sabiendas de que su aventura podría acabar trágicamente. Entonces había visto a la novia de su enemigo saliendo del castillo, paseando por el jardín a la luz de la luna.

Al verla iluminada por las luces sobrecogedoras de la aurora boreal, había decidido cambiar los planes y aprovechar la ocasión.

Lo sabía todo acerca de Selena Gomez, aquella camarera americana que había dilapidado la fortuna de Miley en joyas, pieles y ropa de diseño. La ambiciosa cazafortunas que no había tenido escrúpulos en jurar fidelidad a un hombre para convertirse en una mujer millonaria y respetable a los ojos del mundo.

Sintió un odio feroz hacia ella mientras la sujetaba por las muñecas en el asiento trasero, y percibía el perfume de su piel.

—No va a salirse con la suya —afirmó ella, jadeando.

—¿No? —replicó él con ironía, tratando de apartar la vista de aquellos pechos que subían y bajaban de forma cada vez más rápida al ritmo de su respiración.

—Mi marido...

—Tú no tienes marido.

—¿Cómo que no? ¿Qué le ha hecho? —exclamó ella, presa de pánico—. ¿No habrá sido capaz de...?

—Sabes muy bien a lo que me refiero.

—No le habrá hecho nada, ¿verdad? —insistió ella con la cara muy pálida.

El Secuestro {Jelena}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora