Capítulo 1

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Estados Unidos, Julio 2018.

Montserrat Harrison.

Los rayos de el sol entraban por mi ventana, mis ojos empezaban a querer abrirse por la intensidad de la luz. A regañadientes abrí los ojos lentamente, estiré mi mano hacia la mesa de noche, botando un montón de cosas a ala vez que buscaba mi celular. Cuando no lo encontré, a ciegas me senté en mi cama.

Empecé a ver toda la habitación y solo lo definía una palabra: desastre. Mi habitación era un total y completo desastre, estaba peor que la guarida de el grinch, es más, creo que su hogar estaba más ordenado.

Me quité las sábanas pero al hacerlo algo salió volando por los aires y calló al piso. Me dí una palmada mental cuando noté que era mi celular.

¡Dios mio, iba a quedar sin celular!

Me bajé de la cama rápidamente y corrí hasta donde estaba mi bebé, cuando lo sentí en mis manos sentí que el corazón volvía a mi pecho. Lo besé unas cuentas veces antes de ver la hora.

¡Joder! ¡Era tardísimo! ¡Mamá me mataría!

Me di otro palmada mental cuando recordé que mamá me había dicho que teníamos que asistir a una conferencia de papá. Desgraciadamente, lo olvidé.

Ojalá cambiaran la hora.

Salí de mi habitación —con la pijama puesta— lentamente, bajé las gradas intentando no hacer ningún ruido posible, pero cuando llegué ala cocina, fracasé deliberadamente.

Al entrar a la cocina choqué con el cuerpo de mi madre, que para mi desgracia, traía una bandeja llena de comida. Y cabe mencionar que, cuando pasó el pequeño accidente toda la comida quedó esparcido por el suelo.

—¡Montserrat Alyssa Harrison!—exclamó furiosa—. ¡¿Me explicas por qué entras así!?

Má-ten-me.

La miraba asustada y con ganas de reírme, la verdad nunca imaginé que iba a tener tanta mala suerte que en el momento justo que iba a entrar a la cocina ella viniera saliendo.

Era una posibilidad de un uno por ciento.

¡Y me pasó a mí!

—Mamá —dije entre dientes—, lo siento en verdad, pero no era para que me llamaras por mi nombre completo.

Ella me fulminaba con la mirada, sus ojos tenían fuego, dagas, cualquier cosa que se ocupe para matar. Si las miradas mataran...  yo hubiera estado tres metros bajo tierra en ese preciso momento.

—Yo te llamo como quiera —respondió molesta—. Ahora arreglate tenemos que salir en una hora.

¡¿Una hora!? ¡Eso es insuficiente!

—Pensé que ya era tarde, madre. —Dije, rogando al cielo que respondiera que así era.

Mi madre sonrió, y era de esas sonrisas que sabias que traían maldad. Absoluta maldad.

—Te engañamos para que te despertarás temprano — dijo sacudiéndose las manos—. ¿No fue genial y efectivo?

¡¿Qué?! ¡Eso ya era inaceptable, como era posible que, ah...!

—Como digas, madre —dije resignada.

No podía hacer nada más, mi madre era la mujer más controladora que existía, ella quería saber todo lo que pasaba a su alrededor y controlarlo a su vez. Era inteligente y un poco malvada, un paso en falso y ella te corregía sin dudarlo, y no de la mejor manera.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora