Prólogo

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Estados Unidos, Diciembre 2018

Las calles estaban bastantes transitadas, quizás porque ya se acercaba la época de Navidad. Todos andaban de un lado al otro, comprando regalos, comprando ropa. Todos estaban ocupados en algo.

¿Y yo?

Yo vagaba por las calles sola, triste, con el corazón en la mano, con lágrimas en mis pómulos, y con un dolor insoportable en el pecho.

Estaba triste y destrozada, todo por el simple hecho de haberme enamorado de la persona menos indicada. Y sin embargo, lo que más duele es saber que lo que yo pensaba que tenía, no terminó por cosas normales. Terminó por todos esos secretos que guardaba él. Y que al final, los descubrí, y cabe decir, que de la peor manera.

Le quería y me destrozó, y yo pensaba que él era mi salvación. Pero bien dicen que la estupidez no entiende de razón.

Porque todos me lo advirtieron, todos me intentaron proteger. Pero mi ingenuidad y estupidez los ignoró. Y ahora estoy aquí, rota, y en mil pedazos.

Ahora tengo que aceptar que perdí, perdí todo. Incluyendo a mí misma.

—¡Oiga, jovencita!— escuché como me llamaba una señora.

La miré confundida esperando que confirmara que era a mí a la que le estaba hablando, y en efecto, volvió a hablarme y tuve que acercarme.

—¿Sí?—hablé confundida.

—Un joven muy encantador me dijo que si podía acercarse donde él. —Comentó dulcemente.

Mi ceño se frunció en confusión. ¿Quién sería?

—¿No dijo su nombre?—me atreví a preguntarle.

Ella negó.

—No, pero era muy amable—dijo con una sonrisa.

Asentí confundida, y le agradecí a su vez. Sin embargo, con miedo me acerqué al rincón que me había señalado anteriormente la señora.

¿Quién va donde alguien que ni siquiera sabe quién es? Oh, esa soy yo. Si, ahí iba, tras el peligro.

Unas gotas empezaron a caer en mis brazos descubiertos y maldecí para mis adentros. ¿Algo peor?

Pero sí que había algo peor...

Al entrar en el callejón que me había señalado la señora me quedé estática en mi lugar, mi respiración se volvió irregular, mis piernas empezaron a temblar, una horrible presión se acumuló en mi pecho. Sentía fallecer ahí en ese preciso momento.

—Tú...—Dije en un susurro que parecía más un sollozo.

Él solo se encogió de hombros y me dio una sonrisa de lado. Una sonrisa que en otro momento, me hubiera vuelto loca. Aunque a decir verdad, también lo hizo en aquel momento.

Sin embargo, ese pequeño gesto hizo que la presión fuera creciendo con intensidad en mi pecho.

—Te cortaste el pelo —observó la zona con detenimiento—. Te ves igual de hermosa, mocosa.

«Mocosa, mocosa, mocosa» la palabra resonaba en mi mente sin cesar, como una grabación sin fin, y eso solo aumentaba el dolor que sentía.

Quería decirle tantas cosas, como dejarle en claro que ya no era su mocosa, pero... todo quedó atorado en mi garganta, no pude decir nada, solo lo observaba dolida, con esa presión en el pecho, la cual era insoportable. Esa angustia, ese dolor, no podía ser peor.

Sin embargo, me las ingenié para hablar:

—¿Por qué me buscas? ¡No quiero verte! —grité con la respiración agitada.

—Porque eres mía, lo sabes —dijo posesivo.

En algún otro momento, quizás cuando tuvimos nuestros días "felices" , me hubiera encantado que lo hubiera dicho, pero en ese momento, el dolor que sentía, era más grande que cualquier otra cosa.

—Llegas tarde. —Dije dejando salir una lagrima.

Él se acercó y la poca luz de un foco pegó en su rostro de ángel, se miraba como siempre, solamente que en ese momento tenía unas grandes y marcadas ojeras bajo sus ojos. Sus ojos color caramelo se miraban apagados, y su pelo, su pelo estaba más despeinado de lo normal.

Se miraba mal, demasiado mal.

«Al menos también la estaba pasando mal.»

—Nunca es tarde, no me iré sin ti. —Sentenció, apretando los puños a su costado.

No podía seguir escuchando ni una palabra más, me ardía el pecho, el dolor era intolerable, creo que prefería morir ahí mismo a seguir sintiendo ese dolor que crecía día con día en mi pecho, se sentía como si me estuviesen hundiendo en una piscina con agua interminable y sin un gramo de oxígeno.

—Por favor basta —pedí en un sollozo—, me ahogo, me ahogo en tanto dolor.

Un destello de dolor cruzó por sus ojos y yo me permití derraramar unas gruesas lágrimas.

No podíamos tener tan siquiera un futuro, porque siempre terminábamos en lo mismo, y esto se estaba volviendo en un círculo vicioso, y yo...

Me estaba ahogando... sabiendo que lo de nosotros nunca debió pasar, nunca debí enamorarme así, pero... era inevitable.

Todo con él fue inevitable.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora