Capítulo 9

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"Creo que fue un error".

Dominick Harts.

Salí de esa casa jalando ala mocosa tonta. No sabía que hacía, yo sabía que era impulsivo pero no lo era para tanto.

Todavía no entendía porqué razón la había besado, eso había sonado a impulsos, impulsos e impulsos.

«Aunque sus labios eran como el paraíso» pensé.

Cuando llegamos al auto, no podía verla a los ojos, esos que, aunque no quisiera, me obligaban a protegerla. No sabía que hacía a Montserrat diferente alas demás, y no quería averiguarlo.

No aún.

Ella entró al auto en un completo silencio, no sabía si la había incomodado, tampoco sabía que pasaba por su cabeza. Solo sabía que debía hacerle entender que ese beso fue solamente para salvarla de esa humillación.

«Claro, como no» me repetía mi subconsciente.

Entré y dejé salir un gran suspiro dramático, no sabía con qué empezar, solo sabía que tenía que decirle algo, cualquier cosa, todo para que no se confundiera.

Cuando me giré hacia ella, ya estaba viéndome, me miraba con intensidad, una mirada que no podía descifrar, porque jamás nadie me había mirado de tal manera.

La mayoría de chicas me veían con malicia, pero Montserrat, era diferente, ella no sólo no me miraba de esa forma, si no que su mirada tenía algo indescifrable. Quizás más adelante iba a averiguar que escondía esa mirada.

Cuando estaba a punto de abrir la boca para hablar, ella se acercó a mí, y volvió a unír sus labios con los míos, mis ojos se abrieron de par en par por la impresión. Pero poco a poco fui cerrándolos, deléitandome de su deliciosa boca, ella besaba con una suavidad exquisita, no era brusca, encontraba la manera de que sus besos fueran... incomparables.

Ella se iba a acercando más a mí, hasta el punto que sentí una de sus manos en mi cuello y la otra en mi hombro.

Yo sin poder evitarlo, extendí una mano hasta su mejilla y la otra hasta su cintura. Mi mano sentía la suavidad de su mejilla, y la curva de su cintura. Era explendido.

Le mordí un poco el labio inferior y ella jadeó, un jadeó que no dudé un segundo en comermelo. Cuando abrió la boca con ganas de más, adentré mi lengua a su boca, ella gustosa hizo bailar la suya con la mía.

¡Mierda, era el mejor beso que había tenido!

No quería dejar de besarla, porque sabía que al hacerlo, tenía que inventarme la excusa más tonta para remediar esto que estábamos haciendo.

Pero para mi mala suerte...

Nos separamos por la falta de oxígeno. Abrí los ojos y ella todavía los tenía cerrados, recuperando el aire que había perdido. Sus labios estaban hinchados y rojos, me tentaban a besarla una y mil veces más.

Pero no podía hacerlo.

Abrió los ojos y me vio de una manera que no podía descifrar, solo sabía que tenía que hacer algo.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora