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Casa de Ander

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Casa de Ander

Era de mañana y muy temprano, Nayra desde hacía media hora atrás estaba dando vueltas en la cama luego de que por la madrugada volviera a su dormitorio y se duchara después del terrible vómito que se había hecho Ander. Salió de la cama, la acomodó y se fijó en Agnes que aún seguía durmiendo. Poniéndose una bata limpia salió del cuarto para ir al del abogado pero no lo encontró allí. Frunció el ceño y se dirigió a la cocina.

—¿Qué haces fuera de la cama y con el traje?

—Yéndome a trabajar.

—No señor. Tú no saldrás de aquí —contestó hecha una furia—. Después de lo que me hiciste pasar anoche, tú deber es quedarte en la cama haciendo reposo.

—No fue tu obligación cuidarme. Pude hacerlo solo.

—Seguro el nene grande. ¿Para que vomitaras la cama como anoche lo hiciste en mi bata? —dijo con sarcasmo.

—Aunque ladres me iré a trabajar igual.

—¿Qué estás tomando? —le sacó la taza de la mano—. No puedes tomar café.

—Anoche me diste jugo, se supone que tampoco se puede con una intoxicación.

—¿Tú sabías que estabas intoxicado, sabiondo? —preguntó con burla.

Ander la miró sin decirle algo.

—Lo único que harás será volver a la cama aunque te emputes conmigo —respondió con enojo en su voz.

Lo cazó de la corbata y lo arrastró al dormitorio.

—Estás exagerando, no puedes retenerme en contra de mi voluntad —emitió con molestia.

—Es por tu bien. Un día o dos más y volverás al estudio.

—No soporto estar tanto tiempo en la cama, más si me siento mal.

—Con más razón. Es obligación que te quedes descansando. Incluso si tanto quieres, puedes trabajar desde acá, tienes una oficina.

Él revoleó los ojos sabiendo que nada de lo que iba a decirle cambiaría de parecer.

—Me parece que quieres verme desnudo o por lo menos en bóxer —la picó.

—No eres mi tipo grandulón —dijo sin mirarlo—. Ya, métete a la cama.

—Sí mami —su voz sonó burlona.

—Búrlate pero anoche el bebé grande lloraba —rio burlándose de él.

—Eres mala. Nunca me sentí tan mal como ayer y se me dio por el llantito.

Nayra estalló de risas.

—Si algún cliente tuyo te vería anoche jamás podría haberlo creído.

—Voy a tener que llamar a mi padre entonces.

De Girasoles y un Amor americano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora