Mateo
El resto de la semana, me quedo pensando mucho en la charla sobre el poliamor. Bueno, para qué engañarme, en lo que de verdad he pensado —y mucho— es en esa chica castaña de ojos marrones, sonrisa deslumbrante y cuerpo sensual.
Se me ha metido en la cabeza y aparece en ciertos momentos muy oportunos a lo largo de la semana sin que lo pueda evitar. La imagino con el vestido granate que llevaba, mirándome desafiante, mordiéndose el labio inferior y pidiendo que me acerque más a ella. Yo respondo con ganas, la pongo de espaldas a mí y acaricio todas esas curvas tan llamativas mientras beso su cuello y presiono mi erección contra su trasero. Ella jadea deseosa y, tras jugar con su tanga y acariciar su sexo hasta que lo noto bien mojado, se lo hago así mismo: desde atrás, subiendo el vestido y bajando el tanga, reclinándola sobre una mesa, o sobre la encimera, o sobre cualquier mueble que tenga cerca y me sirva para imaginarlo mejor.
Tras la primera paja que ella protagoniza en mi mente, me quedo pensando en cuánto hacía que no me masturbaba pensando en alguien real. ¿Quizá desde adolescente? Ni lo recuerdo.
Solo la vi un rato. Está buena, joder, ¡claro! Pero muchas otras lo han estado y no he pensado en ellas de esta forma.
Qué triste que aparezca una chica que físicamente me atraiga tanto, que personalmente me haya llamado la atención por su forma de pensar, y que solo tenga la posibilidad de verla en Caprice este sábado —si es que al final va— y que encima sea con su vínculo. Quizá sea lo mejor. Es probable que si hubiésemos hablado un poco más, se hubiera desmontado la imagen idílica que ahora tengo de ella. Lo cual es, básicamente, lo que suele pasarme cuando conozco bien a alguien. Al final va a ser verdad que soy un poco exigente...
El siguiente fin de semana convenzo a Tom de ir a Caprice. Si hay una mínima posibilidad de ver a Sara, tengo que aprovecharla. Tom queda allí con Julia, la pelirroja que conoció que en Six la semana pasada. A nuestra noche se suma Marcos, un colega que es buen tío, pero un poco capullo. A mí me cae a medias. Para salir, bien. Para contar con él, mal.
Tras la primera cerveza, Tom y Julia se adentran en la pista y bailan muy pegados mientras se lían. Marcos me habla de la bolsa, ha hecho un cursillo online —o algo así— y cree que es bróker. Me pide consejo sobre dónde invertir. Se piensa que, como hago predicciones económicas, las puedo hacer también de futuro en general como se lo haría una pitonisa. Yo intento explicarle que esto no funciona así, que yo hago mis predicciones basándome en los movimientos de los líderes políticos, en la historia del país y en los intereses que hay detrás de cada decisión. Pero él insiste en que le dé algún soplo.
—¿Tú crees que si yo supiera dónde hay que invertir seguiría trabajando? —le pregunto indignado—. Estaría ahora mismo en mi jet privado con dirección a las islas Fiji para pasar allí unos días. ¡No te jode!
—¡Pero si dejaste de currar hace meses! Y te sobra la pasta, es evidente. ¡Eres un rancio! —sentencia en cachondeo—, seguro que a Tom sí que le das consejos sobre inversiones.
—Que no, tío. Que no tengo ni idea —insisto agotado—. Yo hago predicciones económicas a nivel global no de inversiones. Eres tú quien debería decirme a mí en dónde invertir ¿no has hecho un curso para eso?
—Cuando sepa dónde invertir, a ti, no te lo diré —sentencia riendo— puedes contar con ello. Seré yo quien vaya en su jet privado y te mandaré fotos desde las Fiji.
—Y no he dejado de trabajar, por cierto —aclaro molesto— solo ha cambiado que ahora soy autónomo.
—Haces vídeos por YouTube para ligar y escribes libros para decir que haces algo, pero currar, lo que se dice currar... —comenta moviendo la cabeza como si lo dudara.
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El unicornio y mi crush
RomanceSara no pasa por su mejor momento en la relación que tiene con su novio Julio. Juntos deciden abrirla con esperanzas de que al explorar nuevas opciones, se reavive la llama de su pasión y vuelvan a tener la chispa que ella tanto anhela. Lo que no sa...