VII: Pasión.

543 100 63
                                    



   Pronto hará tres meses que volví de China. He decidido convivir con la crisis. Intento encontrar maneras de sobrellevarla, encontrar pequeños momentos de paz, reírme de la situación, distanciarme de ella.

   Necesito un hombre en mi vida. Un hombre a quien amar, un hombre a quien abrazar, un hombre que me excite. Tú has sido ese hombre. El hombre a quién podía decírselo todo. El hombre que me adoraba, que me conmovía el alma. Creía que siempre seríamos almas gemelas.

   Creíste que el límite estaba lejos, dijiste. Y de repente me encontré justo en el límite.

   Ni siquiera vi ningún límite. Eras mi hombre y confiaba en ti. ¿Tenía una venda en los ojos?

   3

   ¿Relmente has dejado de amarme?

   Jamás has dicho: soy infeliz contigo. Estabas molesto, enfadado, frustrado. Te ibas corriendo de casa. Volvías tarde, frecuentabas bares, clubes, te ibas por ahí. De pronto, de la noche a la mañana, te convertiste en otro hombre. Pero seguías diciendo: te amo, te deseo. Eres el hombre de mi vida. Nunca me he aburrido ni un instante contigo. Amo la vida que llevo contigo. Decías que amabas mi cuerpo. Me metías mano en lugares públicos. ¿Por qué te resistes ahora? ¿Tienes miedo de traicionarlo?

   Nuestro último año juntos ha sido contaminado. Cuando miro hacia atrás y recuerdo momentos, veo que se han vuelto radioactivos. Cuando me acariciaba con el dedo cuando íbamos a cenar fuera, ya habías dormido con él. Cuando me regalaste lencería masculina exclusiva en Navidad y me acariciaste y me dijiste cuanto te gustaba, ya te habías enamorado de él. Cuando quedaste con él para tomar una copa el día que vendiste el libro y no volviste a casa hasta las dos de la madrugada, te lo habías tirado. Siempre volvias a casa entre las dos y las dos y media de la mañana, como un reloj, nunca más tarde de esa hora. Suponía que estabas en un bar con amigos despues de la cena de negocios; fueron tantos los bares que intentaba imaginarme; o que tal vez habían hosts, pero nada serio, nada que supusiera una amenaza para nuestra relación. Decías que te gustaba andar por ahí y vagar por las calles de Tokio hasta altas horas de la noche, yo te creí; decías que solías hacerlo cuando tenías veinte años, que era algo que te encantaba hacer.

   Cuando me hacías el amor a las dos de la mañana ¿te habías duchado o ibas de uno a otro directamente? Para ser sincero, muchas veces a lo largo de la primavera no fuiste capaz de hacérmelo. Eso me preocupaba. Ahora sé por qué. Era difícil despachar  a dos hombres uno tras otro, ¿verdad? Querías que yo te tocaraa mientras tú cerrabas los ojos, tu frente tensa de concentración. ¿Pensabas en él? ¿Pensabas en mí cuando hacías el amor con él?



   Cuando volvimos de China hace dos veranos, decidiste dejarte crecer el pelo a lo "vikingo". A mí me asustaba. No porque no me guste ese estilo sino porque la idea parecía provenir de fuera, de la noche a la mañana. Cada vez que tocabas la parte rasurada, era una puñalada de traición. Al final te lo cortaste el pelo y apareciste con una gorra. Aquella misma gorra que se puso él en la fiesta de editores a la que fuimos la pasada Navidad, jugando con la gorra y contigo, hasta que finalmente me la dio como si la gorra me perteneciera a través de ti. Vi el juego pero me convencí de que era un filtreo y de que era inofensivo.

   Cada día que pasa la traición parece más profunda, cada día la brecha se ensancha. Cada día que pasa siento un poco más la pérdida.



   Hay días en que me aferro más a ti y días en que te dejo ir; y los días en que te dejo ir es como si estuvieras muerto. La casa se ha quedado sin vida. Hay días en que lo que hemos vivido juntos parece formar parte del pasado, irrecuperable.

EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora