IX: Vete.

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   La relación que teníamos ha terminado.

   Éstas son las palabras que empleas delante del psicólogo (mentalmente, insisto en llamarle inquisidor). Has oído lo que ha dicho, pregunta el tipo. Sí, contesto. Y cómo te sientes, Izuku, insiste el inquisidor, representando su asqueroso papel. Adelante, muestra tus emociones.

   Así que lo suelto.

   Desvastado. Así me siento. Eres mi vida, mi amor, mi hogar. Has sido el amor de mi vida, como yo he sido el hombre de tu vida.

   Escondo la cara entre las manos y no os miro durante un rato.

   ¿Esto es lo que querías oír?

   Es como si las palabras que pronunciamos en presencia del inquisidor tuvieran más peso, mayor significado que cuando hablamos a solas. Quedan suspendidas en el aire y resuenan largo rato.

   Quiero seguir adelante, dices. Eres demasiado dependiente, Deku. Él no me necesita. No me presiona.

   Cuando volvimos a casa, dijiste: ha sido doloroso ver que estábamos en la misma habitación pero no en el mismo lugar. Se acabó. Acéptalo. Luego, a ver qué pasa.


   Hoy tampoco has recibido ninguna llamada de Kioto. Se está acabando el año, dicen los estudios. No queda dinero. Tú insistes, mueves algunos hilos. Puedo sentir cómo sube la tensión.

 

    Esta mañana, me despierto de un sueño profundo pensando en que está llegando el momento de dejarte marchar.

   Consulto el I Ching, tiro seis veces las tres monedas de cobre. Me sale: Profundisíma Sinceridad. Lo que yo traduzco así: debería seguir las sesiones con el inquisidor y esperar un poco antes de darte la patada.

   Hoy Mina me cuenta por teléfono que te ha oído decir que el otro es muy pijo. Se me abre una ventana: tú estás deslumbrado por sus contactos y su seguridad.

   ¿Qué hay de mí, acaso no soy encantador yo también?

   El inquisidor intenta escucharte: ¿así que el sexo no os plantea dificultades, os sentís cómodos, es algo primitivo pero también es una fantasía y por la mañana no corresponde a la realidad? ¿Lo vives como una mentira?

   Sí, en cierto modo sí, dices.

   Resulta que soy demasiado dependiente, dependo de ti emocionalmente, y el sexo podría ser una mentira, y me dices: sería más sincero por tu parte llorar que hacerte el duro, pero si lloro te aterroriza mi dependencia.

   Me has hecho pedazos. Intentas destruir mi confianza en mí mismo. Intentas destruir la imagen que tienes de mí. Pero permítete decirte: podrás hacerme pedazos pero no matarme.

   Cuando volvimos del inquisidor dije: fue como si me pegaras un tiro por la espalda.

   Te pusiste rabioso.

   Entretanto, tu otra vida, la feliz, encantadora, maravillosa, que te espera del otro lado del muro, se esta volviendo cada vez más atractiva a medida que nuestra relación te parece más enferma y aterradora, y crece tu ira contra mí y también tu necesidad de pronunciar palabras definitivas, de poner fin a nuestra relación.

   Amor mío, creo que ha llegado el momento de que te vayas.

   Basta, digo, basta.

   Vete, no me tortures más. No nos destroces más.

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