Le dijiste a Mahoro que solo te quedabas por ella y por Katsuma. Mahoro te preguntó: ¿Todavía quieres a papá? Y dijiste: no lo sé.
Esta mañana te has disculpado y le has dicho que no pretendías asustarla.
Ayer asistimos a la lectura de un guión. Nuestra primera salida en público desde que volví de China. No sabía si íbamos como pareja o como... ¿cómo qué? ¿Hay alguna palabra que defina lo que somos? Estaba sentado en una silla, esperando a que me trajeras una copa. Después de un rato, me levanté a buscarte. Estabas en la barra hablando con dos hombres, uno de ellos era el productor que, sin quererlo, había provocado el estallido de nuestra última y fatal discusión, en julio pasado.
Nos conocimos en el Bar UEI, me dijo el productor.
Ah, dije mirándolo a los ojos, sí, y sonreí. Pensé que la vida era irónica. ¿Y mi cerveza?, te pregunté. Aquí tienes, dijiste y me la diste, sonriendo.
Tú y yo sonriendo con esas falsas sonrisas sociales para ocultar el abismo entre ambos. Me quedé a tu lado un rato. Después me aleje de la barra, no quería molestar, y vi que te agachabas para besar al productor en la mejilla. Adiós, guapo, dijiste. Confiado, seductor, un jugador.
Entonces supe qué era lo que me aterrorizaba, por qué me había aferrado a ti tan ferozmente, luchando por traerte de vuelta a mí. El miedo de perderte. Y comprendí tu rabia contra mí por intentar retenerme en nuestro pequeño mundo, ese mundo que dijiste que se había vuelto sofocante. Te observé recorrer la sala, asentir y besar y hablar de tus proyectos inmediatos, con tu aire moderno, despreocupado y tan seguro de ti mismo. Recordé lo cerrado que eras hace años, cuando te quedabas rezagado junto a mí. Y, en aquel instante, me di cuenta cuán asustado e inseguro seguía siendo yo. Y entendí que necesitabas marcar distancias. Me sentí expuesto, totalmente desnudo, dando pasitos vacilantes en un mundo en el que tú ya te desenvolvias con total seguridad. Y supe que tenía que sambullirme en él, que ya no podía aferrarme a ti.
Más tarde, en medio de la noche, sentí tu miembro tieso rozándome la mano como haces cuando estás medio dormido -tu cuerpo me desea mientras tu mente se resiste- y me diste la espalda, pero sabía que todavía me deseabas. No estaba seguro de desearte porque también he tenido que negar mis sentimientos, para protegerme, pero me atrajiste hacia ti y me hiciste sentar en tu cara, como tanto te gusta hacer, y te llevé las manos a mi pecho y empezaste a jugar con mis pezones, hasta que me corrí en tu boca con fuertes jadeos y me deslicé por tu pecho y jugué con mi boca. Pero cuando traté de besarte, apartaste la cara a un lado, no querías ofrecerme tus labios, no querías darme tu amor, y yo dije: está bien, está bien. Y terminaste dentro de mí enseguida. Me bajé de encima de tu cuerpo, fui al baño y al volver, ya me habías dado la espalda otr vez. Así que te acuné en mis brazos y tu cuerpo se enroscó en el hueco del mío. Y nos quedamos dormidos juntos.
Ahora el aire es fresco, de buena mañana de septiembre. Se ha cumplido un mes desde que volví.
Tus brazos alrededor de mi cuerpo, tu sexo excitado contra mis muslos. Tu cuerpo acurrucado contra el mío. Buscando el mío. Mis brazos rodéandote. No solo se trata de sexo esta vez, sino de una necesidad más profunda, que se asoma entre las capas de la ira y la frustración; nuestros cuerpos buscan la proximidad, se buscan el uno al otro, como lo han hecho siempre.
No se trata de follar con otros, dijiste. Nuestra química sexual jamás desaparecerá.
He sacado cuatro hamburguesas del congelador y las he puesto sobre el mármol junto a la caja de verduras biológicas que nos tren cada miércoles. Al bajar del despacho de arriba -deberían ser las seis y media de la tarde- y al ver las cuatro hamburguesas, dijiste fríamente: esta noche no ceno aquí.
ESTÁS LEYENDO
End
أدب الهواةEsta es una historia relatada por Izuku, sobre su matrimonio con Katsuki, ambos son escritores de diferentes países, llevan años casados y una vida muy ajetreada e incluso tienen hijos. Pero todo cambia de repente su vida se viene abajo. Una infedi...