V: Si te vas.

616 118 154
                                    


   ¡CABRÓN! ¡COBARDE! ¡MENTIROSO! ¡HIPÓCRITA! ¡HIJO DE PUTA! ¡TRAIDOR!  ¡ESCORIA! ¡BASURA!


   Oh, hombre de mi vida, dulce amante; tú, a quien hubiese confiado mi vida, tú, con quién adopté dos niños; tú, mi hombre, tú, quien me has adorado todos estos años, tú me has traicionado, me has destruido, tú me has jodido bien jodido.


   Son las tres de la mañana de un viernes, el día que hemos de viajar para visitar a tus padres. Me despierto con la total convicción de que hay otro hombre.

   Así que decido enfrentarme por fin a la verdad. Me levanto y registro la casa para ver si puedo encontrar pruebas de tu traición. Y aquí están, tan fáciles de encontrar: un montón de recibos del verano, incluidos unos de hoteles caros, y una página arrancada de tu agenda, con tres palabras: UPS/Correo Express, rogamos entreguen los paquetes dirigidos a XX y YY (su nombre y el tuyo) a ZZ. Miro el papel como si contuviera un mensaje cifrado, con la esperanza de que las palabras signifiquen algo distinto de lo que parece, pero no tengo la menor idea de cómo decifrarlas. Hay más recibos en la carpeta en la que guardamos todas nuestras facturas. Otro fin de semana, otro hotel, en Chiba. Me habías dicho que pasarías la noche de acampada, en tu saco de dormir.

   Vuelvo a guardarlo todo y subo al dormitorio; te despiertas y me preguntas enfadado, con ese tono que empleas conmigo últimamente: ¿qué pasa?

   Me siento en la cama a tu lado y te hago la clásica pregunta: ¿hay otro hombre? Y tú dices: ¿a qué viene todo esto? Así que vuelvo a preguntarte: ¿hay otro hombre? Y eludes el tema por segunda vez. A la tercera, finalmente dices que sí. ¿Desde cuándo? Desde hace quince meses. Como si hubieras estado contando los días, o quizá como si ya se lo hubieras dicho a alguien más, y la respuesta me golpea directamente en mi interior.

   Quince meses. Eso fue hace dos veranos, cuando estabas escribiendo tu novela, el verano que fuimos juntos a las Islas Ryukyu, el otoño que no parábamos de hacer el amor, la Nochevieja en la que nos pasamos la fiesta seduciéndonos y me senté en tus rodillas y nos besamos a medianoche. Pero también fue la temporada en que volvías a las dos de la mañana varias veces por semana, te negabas a contestar mis preguntas, cuando me acusabas de aferrarme a ti, y yo me había convencido de que era mejor no precionarte.

   ¿Es él tu editor?

   Sí, dijiste. ¿Cómo lo has sabido?

   Vi que te deseaba. Lo vi en sus ojos, en su cuerpo. No sabía que ya te tenía.

   ¿Te lo ha dicho alguien?

   No quería hablarte de los recibos, de la página arrancada de tu agenda. Me parecía barato, un cliché más: el esposo que registra los papeles del marido en busca de pruebas. No quería reconocer que había representado ese papel.

   No, dije. Pero, cada vez que lo veía, flirtear contigo. Una vez dejo un mensaje en el contestador sobre tu libro, y tenía tal carga erótica que era insoportable, pero me dije que solo estaba tonteando, que era su manera de tratar a todo el mundo. Lo intuí en el primer momento en que lo vi, hace un par de años, en aquella fiesta. No hice caso porque su actitud era tan descarada que resultaba demasiado obvio. No creí que te pudiera atraer. Pero debí ser más perspicaz, porque yo también soy seductor y te enamoraste de mí.

   Después los detalles: empezó justo después de mi viaje a China, en verano, hace poco más de un año. Se reanudó en otoño, después de perder tu empleo, y a lo largo de todo el invierno.

   Por fin entendí por qué me aterrorizaba la idea de que le vendieras tu novela, y por qué, la noche después de cerrar el trato, saliste a celebrar tu éxito con él y no conmigo.

EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora