IV: Ira.

656 121 10
                                    


   Hoy hace un día fresco y soleado. Te has ido en moto.

   Estoy tan turbado ahora mismo, me dijiste, que los únicos momentos en que me siento bien es cuando voy en moto, porque centra mi atención. Los ojos siempre en la carretera, tu atención no puede desviarse nunca, sería demasiado peligroso.

   Cuando dijiste: estoy tan turbado ahora mismo, fue como un regalo para mí, una confidencia. Una apertura. Un minúsculo instante de confianza. Vivo para esas migajitas. Y, cuando viniste a cenar, más tarde, nos sentamos todos alrededor de la mesa para comer y ver la televisión. Estabamos los cuatro juntos otra vez. Y tú estabas aquí, no en otra parte. Y luego, en la cama, no. Permaneciste ensimismado, callado, leyendo. Dejaste que te abrazara hasta quedarnos dormidos. Eso fue todo.

   Y, sin embargo, hace un par de noches el sexo fue tórrido. Apenas te toqué la pierna y ¡zaz! Ya estabamos abrazados. Más tarde, hecho un ovillo entre tus brazos, susurré: no nos quites esto. Eres libre, no quiero detenerte.

   No dijiste nada. Nos acariciamos un rato y después te diste la vuelta.

   Esta noche tenías una cena de negocios para el proyecto de una película. Me llamaste desde el restaurante para pedir que te llevara las llaves de casa. Siempre pierdes las llaves. En el restaurante hablamos un poco de la presentación de la película a la que habíamos asistido todos antes. De nuevo no sabía si estábamos juntos o no. Un sutil intercambio entre los dos, tú me miras, me respondes y, sin embargo, no estás conmigo.




   Anoche fue un fiasco, salí de copas con un grupo de escritores, todos rondando la treintena. Se suponía que nos íbamos de juerga, una fiesta salvaje, pero jamás llegamos. Acabamos bebiendo en un bar durante horas. Después fuimos a otro. Me aburría. Ya nadie salía a bailar. Volvía las tres y media de la madrugada, dormí mal y me desperté deprimido. Tú te mostraste frío y hostil por la mañana, e intenté tranquilizarte, pero tu ira era palpable. Por la tarde te fuiste a ver el partido y volviste para cenar. Intento imaginarme dónde vas a ver el partido las tardes de fin de semana. No creo que vayas a un bar ni a casa de ningún amigo. ¿Qué amigo? Conozco a otros tipos que se pasan la vida en los bares. Pero túnunca hiciste eso.

   ¿A dónde vas? Mi mente se queda en blanco.



   En este momento, mi lugar está aquí, manteniéndo la casa unida. Mantengo la familia unida porque todavía te quiero, porque eres el hombre de mi vida, aunque estés atormentado y te muestres indiferente ahora mismo. ¿O es porque estoy asustado? Solías ser tú quien mantenía la familia unida. Era tu calidez, tu pasión. El papel de pilar de la casa me resulta ajeno, impuesto.

   Finalmente, una escena de este fin de semana que quiero relatar. El sábado por la mañana se me pinchó una rueda cuando iba a recoger a Katsuma a su clase de taekwondo. Entré en una gasolinera y te llamé para que vinieras a ayudarme. Luego, decidí intentarlo por mí mismo. Hacía muchos años que no cambiaba un neumático. Pero empecé a trabajar con el gato, un tipo que repostaba gasolina saltó de su furgoneta y me echó una mano. Para cuando apareciste con la moto, ya estaba hecho. Pareciste aliviado de que me hubiese arreglado yo solo. Te limistaste a comprobar que los tornillos estuvieran bien apretados.

   Antes de que te marchase te abracé y te besé. Giraste la cara a un lado, pero yo dije, vamos, y tú dijiste, qué, y dije, sabes que te quiero. Dejaste que te besara y luego te apartaste y murmurando algo que casi me pareció: yo también, pero fue tan bajo, tan mascullado, tan poco dicho, que no estaba seguro, pero hubo una chispa de calidez entre nosotros y me aferré a ella todo el día.



   Tu ira: una certeza desde la mañana que nos despertamos juntos después de haber hecho el amor por primera vez. Estábamos haciendo la cama y tiraste del cobertor un poco demasiado fuerte, con irritación, por ninguna razón que pudiera entender, la ira se encendió en tu cara por una fracción de segundo y sin previo aviso, sin relación con lo que estabamos haciendo, que era alisar el cobertor sobre la cama, pero sentí que se agitaba hacia mí, superpuesta a tu sonrisa y al contacto de tus labios con los míos. Me sorprendió. Pero no me importó. Añadía un ingrediente de peligro, de imprevisibilidad.

EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora