XIII: Ahora mismo.

494 91 85
                                    

  

   Llevo toda la semana pensando en ese momento. He ensayado las palabras mentalmente. Pensaba que volverías de noche, y planeaba dejar que llevarás a los niños al colegio por la mañana y decírtelo en cuanto volvieras a casa. Estas son las palabras que no dejaba de repetir en mi mente:

   El viaje a Kioto ha sido la gota que rebasó el vaso. Me estás restregando tu aventura por la cara. Ya no lo soporto. Llevaste a Katsuma a su casa. Fue como si me traicionaras una vez más. Quiero que te vayas. Hoy. Ahora mismo.

   Me imaginaba que te irritarías, que dirías algo como: me voy de todas maneras. Y yo soltaría la frase final: Quiero que te vayas ahora mismo.

   Me quedaba despierto por la noche repitiendo las palabras, convencido de que, si no las sabía de memoria, las olvidaría, no las diría en absoluto.

   AHORA, AHORA MISMO. QUIERO QUE TE VAYAS AHORA MISMO.

   Tenía miedo de que, si no decía la palabra "ahora", te quedarías hasta la noche y tendría que volver a ser testigo de tu salida para ir a verlo.

   Llamaste varias veces desde Kioto y todas fui frío contigo. Jamás había sido frio contigo. Siempre había sido tierno.

   No volviste el domingo por la noche cuando se suponía que ibas a volver. Llamaste para decir que te quedarías un día más.

   El miércoles por la noche salí a tomar una copa con Ochako y ensayé mis palabras con ella. Me preguntó: ¿vas a hacer el amor con él cuando vuelva? Dije que dormiría en el otro lado de la cama. Quizá él debiera dormir en otra cama, dijo ella. Haz que duerma en el cuarto de invitados. Lo pensé un rato. Echarte de nuestra cama. Pero quería sentir tu cuerpo por ultima vez, recorrer con mis manos la parte interior de tus brazos, sentir tu movimiento entre mis piernas. Sabía que, al pedirte que te fueras, tendría que renunciar a tu piel, a tus labios.

   Una última vez, pensé.

   Pero también sabía que no podría echarte si te tocaba.


   La noche del miércoles al jueves me desperté a las dos de la mañana y supe que no vendrías a pasar la noche. Solo pensaba en que te habías ido directamente del aeropuerto a su casa y que no tendría oportunidad de pedirte que te fueras.

   El jueves por la mañana entras en casa  a las siete, con tu gorra negra y el trolley, mientras nosotros desyunabamos.

   Cogí el shinkansen, dices. ¿No te lo había dicho?

   Dejas tu trolley en el genkan y sacas regalos. Los niños están alborotados, incluso Mahoro. Hay regalos para los tres. Ropa, como siempre. Cuidadosamente elegida. Vuelves a ser el marido afectuoso y el padre portador de regalos, tal vez con la esperanza de que te perdonen.

   Me regalas unos vaqueros negros skinny y me sientan perfectamente. Me los pongo y espero hasta que vuelvas de llevar a los niños al colegio. Espero al acecho.

   He decidido decírtelo en cuanto cruces la puerta.

   Kacchan, tengo algo que decirte, digo, y veo en tu cara que ya has adivinado qué es.

   Mantienes el rostro inexpresivo.

   Oigo mi voz quebrada, no por enfado sino porque está cargada de tristeza.

   El viaje a Kioto fue la gota que ha colmado el vaso. Esto y el hecho de llevar a Katsuma a su casa. Creo que fue un error por tu parte. No puedo soportar verte salir de esta casa para ir a verlo ni una vez más. Los celos son insoportables.

EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora