Capítulo 3

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La noche llegó y ambos estuvieron reunidos en la cafetería. Por unos minutos, ninguno dijo nada y solamente miraban la taza de café que habían pedido.

—¿Qué tal tu día?—. Preguntó Rodrigo al mayor. Luego tomó de su taza de café y esperó pacientemente una respuesta. No se le ocurría con qué acompañar su taza, ya que cuidaba demasiado su figura y no estaba dispuesto a comer calorías de más.

—Bien, bastante bien. Hoy fue un día muy productivo, aunque, para ser sincero... mi día mejoró bastante en el momento en que me propusiste esta cita.— A fin de cuentas, Arturo no tenía mucho problema para sincerarse y menos con alguien a quien conocía desde hace años. —¿Y tú?, ¿qué tal estás?—. Optó por preguntar también.

En ese lapso entre que Arturo respondía y preguntaba, Rodrigo pidió una dona. Algo que seguramente no se acabaría por la cantidad de calorías que tenía, pero siempre estaba la opción de dársela a Arturo, ¿no?

Mordió un pedazo de aquella dona, cuando terminó de comer aquel pedazo pequeño, regresó a tomar del café y entonces procedió a contestar aquella pregunta. —Pues la verdad, bastante bien. Creo que... estar contigo animó también mi día.— Volteó a ver a otro lado en espera de ocultar su rubor un poco. —Ya no quiero. Está muy calórica.— Y se la terminó dando a Arturo.

Arturo no tenía problemas de este tipo, era un gran negociador, así que solamente sonrió de lado y se comió aquella dona, estaba rica. —Bueno, la verdad no tengo problema, pero deberías compensármelo con algo. —Rio levemente y acarició las mejillas ajenas. —Ya me imagino que estás sospechando con qué.

Rodrigo sintió sus mejillas arder, cubrió su rostro de manera avergonzada con sus manos y su aroma a menta comenzó a salir, estaba siendo un poco intenso. —Ah, necesito los supresores...— Evitó mirar a Arturo, y buscó entre sus cosas sus supresores, no quería que el celo le saliera en plena calle. Cuando los encontró, rápidamente tomó una pastilla y el aroma desapareció.

—Espero que no estés abusando de esas cosas, Rodrigo.— Arturo usó un tono algo autoritario, característico de los alfas cuando querían ordenar algo. —A la larga, puede hacerte daño, y aunque trabajes en Genomma Lab, no quiere decir que tu cuerpo no se hará inmune a la larga, eh.

—Ah vamos. Eso no pasará.— Terminó su café y pidió ahora un té, quería seguir platicando con Arturo, no le asustaba lo que decía pero sí sintió un escalofrío al escuchar el tono tan autoritario que había usado. —Uhm..., pero no me hables así. No va a pasar nada malo, ¿o sí? No mientras... —Le daba vergüenza terminar su frase. —Mientras esté contigo, cualquier cosa mala es imposible que pase. —Su rostro nuevamente ardió en vergüenza.

—Ven acá, Rodrigo. —Arturo pidió y el menor se acercó al ajeno, ligeramente nervioso, nadie los miraba y estaban en una mesa algo apartada, así que Arturo le inclinó un poco y le dio un corto beso en los labios. —Esto es por lo de la dona.

Rodrigo no pudo resistirse a corresponderlo, era bonito ese detalle, en cierta manera le daba seguridad.

Al separarse, ambos no dijeron nada por un segundo. Luego pidieron la cuenta.

—¿Mañana nos podremos ver?—. Preguntó el omega, con mucho interés. —Tal vez a la hora de la comida... yo invito.

Arturo sonrió. —Dalo por hecho, Rodrigo.— Quizá con estas salidas, quizá esta vez sí lograría marcarlo y poder hacer lo suyo de manera oficial. —Nos vemos mañana.

Nuevamente, se despidieron con otro corto beso y cada uno se fue por su lado. Tenían la fortuna de no haber sido vistos por nadie.

O eso pensaron.

Artigo - Mi omega destinado. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora