Number Thirty-One

1.1K 100 64
                                    

Despertó a mitad de la madrugada. Sus ojos verdes brillaban y su frente estaba húmeda en sudor, el cabello negro le caía desordenado y la respiración se le hacía cada vez más errática. Mal sentía una presión fuerte en el pecho, su corazón bombeaba y golpeaba fuerte. No lograba emitir sonido alguno, y lo único que escuchaba era la respiración calmada de Evie.

Estaba sentada en aquel fúnebre trono, con el cetro de ojo verde en su mano derecha y la izquierda abrazando con firmeza a Evie. Sintió una repentina pulsada en su pecho y apretó los colmillos. La piel se le erizaba y en su cabeza había sólo un sentimiento: miedo.

Pegó a Evie a su cuerpo y abrazándola fuerte contra este, se aseguró de escuchar sus latidos. Sentía sangre venir. Olía muerte.

Gruñó. Sus ojos brillaron en un verde fosforescente intenso, y de sus iris, juraron salir destellos negros.

Se estaba aproximando cada vez más.

(...)

La mañana despegó en el horizonte. El bosque se iluminó con los rayos del sol, y las aves, ardillas, y pequeñas criaturas, andaban de un lado a otro.

El páramo estaba tranquilo. El lugar no tenía ni pizca de diferencia al que días antes Evie había visto. Los pajarillos trinaban y los árboles parlanchines se movían de un lado a otro cantando alguna que otra canción. Evie llegó caminando en solitario con un lento paso. Sus ojos marrones brillaban con el resplandor matutino del sol mostrando la belleza de su perfecto color, la belleza de su luz.

Había despertado una hora atrás en el solitario trono. Mal no estaba, y por más que Evie la buscó por casi todo el castillo abandonado, no la encontró.

Pensaba que quizás sería aquella huraña manía de odiar los rayos del sol (sí, porque Evie ya estaba consciente de que Mal odiaba con todo su corazón el sol), o tal vez, quizás tal vez, que había decidido ir a tomar aire al bosque.

Por esa misma razón Evie fue a buscarla al páramo. Evie creyó que Mal estaba allí, pero la sorpresa de Evie fue otra.

Caminó por encima del verde césped y saludó a una que otra pequeña hada revoltosa. Se acercó al lago y se detuvo mirando hacia atrás. Mal no estaba, entonces podía hacerlo.

Evie dejó caer su ropa al piso y con cuidado, se metió en el agua. Era fría, pero agradable y estaba segura de que disfrutaría un baño allí. Sabía que su cuerpo debía estar lleno de polvo luego de pasar el día entero en aquel castillo, y como la princesa que era, Evie no podía permitirse eso. Avanzó hasta que el agua cubrió su cuello y cerró los ojos. Se sumergió lentamente.

De repente el día ya no era soleado. Los pájaros del páramo ya no cantaban.

El cielo se nubló repentinamente y cuando Evie emergió, notó el repentino cambio en la atmósfera.

Sabía que no era una tormenta normal. Frunció el ceño y vio cómo cayó una gota de lluvia en su mano. Su cejas se encresparon y sus labios se separaron viendo. El color de la lluvia que empezaba a caer, era rojo.

Llovía sangre.

—¿Me extrañaste?

Evie se giró.

La túnica negra se arrastraba y la sonrisa macabra y vil de aquel ser, helaba el aire.

Evie sólo la observó. Sus puños se apretaron y el lago se llenó de corrientes eléctricas. Aunque llevara las de perder y una clara desventaja, la enfrentaría.

The Dragon in Her || MevieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora