Prólogo

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(Advertencia: Este fic no es Yoonseok o Yoonmin, sino Yoonminseok. Si estáis aquí por uno de los ships en específico y odiáis el otro, seguramente esta no sea vuestra historia)


Jimin nunca había sido importante en la corte. Nunca había sido más que uno de tantos bailarines que amenizaban las cenas del rey y de los príncipes. Ahora no podía cruzar un pasillo sin recibir una inclinación de cabeza o una leve reverencia, pero él sabía lo que decían de él cuando no lo tenían delante. Seguía sin ser nadie. Lo saludaban porque era el amante del príncipe Agust, quién sí era respetado y temido por todos. 

Agust era atractivo y tenía el cabello albino. Tenía una cicatriz en el rostro que, en otras condiciones, hubiera impedido su acceso al trono. Pero su fama le precedía, y todos le tenían miedo. Un rey solo puede hacerse obedecer y respetar mediante el miedo o el cariño, y él había optado por la primera opción. Decir siquiera una palabra en su contra era asegurarse la muerte. 

Y aunque a Agust no le molestaba que le temieran, hubiera preferido que Jimin estuviera a su lado por deseo o amor antes que por miedo o costumbre. Él sabía muy bien donde se había dejado Jimin el corazón. Sabía lo que aquel chico de movimientos gráciles y labios sensuales había hecho movido por el despecho. A menudo le repetía que debían estar juntos porque ninguno de los dos era bueno. 

Y no temía que Min Yoongi regresase de la fosa donde habían tirado su cuerpo hacía años para arrebatarle a su pequeño bailarín. Min Yoongi estaba muerto, aunque siguiese más presente que nunca en el corazón de Jimin. 

Yoongi no había sido más que un pobre bastardo, medio hermano de Agust, el príncipe heredero. Había cometido el error de querer derrocarle, de hacer complots en su contra. Había conocido su tiranía y había querido hacer justicia para el pueblo. Jimin, en principio, le había ayudado. No había sido el único, pues un príncipe de otra familia poderosa, Jung Hoseok, también se había puesto de su lado. 

Jimin siempre había odiado a Jung, porque era rico y libre. Bailaba por afición, mientras que él lo hacía para poder vivir o, más bien, sobrevivir. Con aquella rebelión, Jimin quería proteger a su gente, asegurarles un futuro. Hoseok no se jugaba nada, y él lo odiaba por eso. 

Quizá "odio" era una palabra demasiado fuerte, pero así lo había sentido Jimin. No era más que un joven inmaduro entonces, y cuando empezó a mirar a Yoongi con otros ojos y descubrió que este no lo miraba de la misma forma porque era en Hoseok en quien pensaba, no pudo soportarlo más. Y se culpó por ello el resto de su vida, porque no se le pasó por la cabeza que las cosas fuesen a terminar de aquel modo. 

Y así fue como Park Jimin mató a Min Yoongi.

No era su intención, pero así lo sentía. Era culpa suya, casi como si hubiera sido él quién había rodeado con la soga aquel cuello que tantas veces había anhelado besar.

Park Jimin le habló al príncipe Agust del ardid que habían planeado en su contra, liderados por Min Yoongi. Lo hizo por despecho, pero fue estúpido y mezquino por su parte. Arrepentido, avisó a Yoongi, le pidió que escapara. No sirvió de nada, pues terminó siendo atrapado. Jimin hizo cuanto estuvo en su mano para conseguirle un indulto y evitar así su ejecución. Suplicó al príncipe y se humilló ante él. Agust fue sorprendentemente amable con el bailarín, pero no cedió. 

Y fue entonces cuando Jimin jugó su última carta y sedujo al futuro rey. Pero seguía sin ser más que un despojo a sus pies, y, aunque se aseguró un lugar más destacado en la corte, no consiguió salvar de la horca a Min Yoongi. 

Sabía ahora que su odio por Jung Hoseok era algo completamente mutuo, y también merecido. El príncipe Hoseok no había llegado a nada con Yoongi, pero lo apreciaba y admiraba más que a nadie, y jamás perdonó a Jimin por su muerte. 

Ni que decir tiene que Jimin tampoco se lo perdonaba a sí mismo. Las mismas imágenes se repetían en su cabeza noche tras noche. Veía a Yoongi subiendo a las tablas, disimulando el temblor de sus manos, sin derramar una sola lágrima. Lo veía morir tan dignamente como había vivido y luchado por sus ideas. 

Jimin nunca le había visto exhalar su último suspiro, porque había acabado por abandonar el lugar, con los ojos nublados por las lágrimas. Agust D no le había obligado a mirar como moría Yoongi, como hacía con otros infelices. Jimin era especial para él, pero a Jimin ya nada le importaba. Había querido morir tantas veces, y tantas otras se había convencido de que lo que en realidad merecía era seguir viviendo aquella existencia vacía y atormentada por la culpa...

Sí, Park Jimin había matado a Min Yoongi, y tenía que pagar el precio viviendo junto a un hombre al que no amaba y que había sido complice de su crimen. Y el dolor era aún mayor, porque ni la muerte había logrado arrancar a Yoongi de su corazón. 

The king and the dancerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora