VI. FÁCIL

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Garrett había alardeado siempre de lo bien que conocía la Ciudad. Se había criado en ella, le había visto nacer y sobrevivir. De niño había recorrido sus calles, conocido a todos sus vecinos y enviolentado a todos los mercaderes a los que había robado junto con el pequeño grupo de mendigos con el que se juntaba. Lejanos eran aquellos días en los que se esforzaban por reunir un buen motín y en los que "no pasaba nada" si te pillaban, porque eras un niño. Tenías que tener la mala suerte de que te pillara algún desalmado, como el Alguacil, para que te sumergieran las manos en brea o te llevaran a los calabozos de la Guardia. Por entonces, y de eso hacía más de dos décadas, Garrett trabajaba de día y dormía de noche como todos los mortales. Luego invirtió su forma de vida, y al hacerlo, conoció otra faceta de la ciudad: la oscura, la perversa, la desconocida, entregada a la corrupción, las pasiones, la sangre y el dinero. Y había pasado tanto tiempo viviendo en ella, que casi había olvidado cómo era cuando el sol brillaba.

Aunque lo del sol solía ser una metáfora. Casi siempre había nubes, y de hecho, la humedad reciente en los charcos de la calzada adoquinada dejaba ver que no hacía mucho que había llovido. Hacía fresco, pero no tanto como para que fuera desagradable. El frío color oscuro de la piedra nocturna se cambiaba por la claridad ocre del día. La gente estaba fuera de sus casas, abarrotando la plaza del Mercado de Piedra, justo debajo de la gran Torre del Reloj. La atmósfera se había vuelto ruidosa, tanto que al ladrón le costaba distinguir bien los sonidos, y los olores se mezclaban en una esencia penetrante a pesar de estar al aire libre. Los tenderos gritaban, la gente iba con prisa, los mendigos y leprosos agitaban sus campanas en las esquinas, los Guardias del Barón hacían su ronda hablando de la última fulana con la que se habían acostado la noche anterior, los cuervos graznaban y los pájaros piaban... En alguna parte un artista callejero tocaba hábilmente la flauta. Garrett lo conocía, lo había oído miles de veces sus melodías desde la Torre. Pero aquella fue la primera vez que logró verle la cara.

Corvo y Garrett caminaban como dos más entre la multitud. Tal y como el asesino había predicho, nadie reparaba en su presencia más de lo que eran conscientes de sus propios pasos. El ritmo de la ciudad era frenético y estaba sumergido en la prisa, nadie parecía tener tiempo para prestar atención a nada que no fueran sus quehaceres. El ladrón miró a Corvo de reojo por enésima vez desde que habían salido de la Torre. Esperaba que, en cualquier momento, éste lo arrinconase en un callejón solitario y lo desnudara en plena muchedumbre con tal de encontrar lo que buscaba. Empero, el hombre se mantenía sereno, aparentemente ajeno a él, más interesado en los puestos y en el modo de vida de la Ciudad, en general. Bajo aquella perspectiva, parecía un hombre normal y apuesto dando un paseo un día cualquiera.

Se pararon frente a un puesto de pescado. Garrett arrugó la nariz bajo el fuerte olor, nunca le había gustado demasiado el pescado de río. Y menos aún de ese río.
Se cruzó de brazos, observando alrededor con su habitual gesto desconfiado. Unos guardias pasaron por su lado. Garrett apartó la vista por puro acto reflejo, pero uno de ellos se limitó a saludar a otra señora que pasaba tocándose la visera del casco y siguió andando junto con su compañero.

Esperó a que Corvo volviera a ponerse a su altura—: ... No recuerdo la última vez que vi tanta gente junta—confesó en un murmullo, rompiendo por fin el silencio entre ambos. Ante la mirada interrogante de Corvo, Garrett se encogió de hombros—. Quiero decir... De cerca. Ya sabes.

—A mí tampoco me agrada. Durante un tiempo, mis costumbres fueron iguales a las tuyas. Pero encajar en cualquier lado es una habilidad que nunca sobra. Un buen día te levantas y tu vida ha cambiado por completo... te adaptas o mueres.

—...—. Garrett no dijo nada. Sólo le lanzó una mirada intensa que reveló que Corvo había dado más en el clavo más de lo que se pensaba.

Corvo hablaba de él, sin percibir que sus palabras servían igualmente para ambos. Se detuvo en un puesto de embutidos, examinando el género, hablando durante unos minutos con el carnicero. Garrett observó con curiosidad la conversación, su forma curiosamente afable y diligente de tratar con la gente, notándose que sabía hacerse escuchar sin tener que recurrir al vocabulario violento ni a las amenazas. El saco que portaba se hinchó con un jamón importado y un par de quesos. Envuelta aparte cayó una bolsa de especias que el abotargado hombre se empeñó en regalarles por lo caro de la compra. Corvo iba a continuar cuando cayó en la cuenta de algo. Las conservas no necesitaban freírse, y Garrett no tenía nada con lo que hacer un guiso de verdad.

Lo que es tuyo, es mío [CorvoXGarrett] [Dishonored/Thief]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora