Capítulo 1/II - Audrey

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Si hace doce años hubiera tenido la experiencia que tengo ahora, juro por Dios que nunca habría cometido el error de casarme con James a escondidas de mis padres. La tía Danna siempre lo dijo: Los James son unos grandísimos hijos de puta. Si no es así, ahí está la prueba con la tía Zoey. Su ex la había dejado tirada y embarazada. Sin embargo a mí fue un tanto diferente. Claro está que no me arrepiento de nada, pues gracias a ello tengo a mis dos grandes tesoros. Amber y Máximus.

Deben estar perdidos pues me explico. Mi nombre es Audrey O'Connell Mills hija de Justin y Allison, melliza de Austin. Siempre fui una niña mimada por mis padres, malcriada por culpa de la abuela Sara, pero una dulzura de niña, palabras de mi familia. Todo cambió cuando terminé el High School, sentía que me estaba llevando el mundo por delante, tenía un novio perfecto, el cual mis padres no aceptaban pero de igual manera andaba con él. James Maxwell, rubio de ojos verdes hipnotizantes, anhelo de todas las chicas y yo lo tenía. Teníamos dos años de novios cuando un día me pidió matrimonio y emocionada acepté, nos casamos a escondidas y adivinen. Todo era por acostarse conmigo. Quedé embarazada de Máximus y él simplemente un día se fue y no volvió a casa. Tuve mi bebé muy triste, pero con la ayuda de mis padres que a pesar de todo, me siguieron ayudando. Pasó el tiempo y justo cuando Max cumplió su primer año, James volvió y como era una estúpida niña volví a caer en sus redes. Fue tierno, cariñoso, incluso creí que me amaba. Todo eso por un hermoso año.

Pero todo se fue a la mierda cuando descubrí que llevaba doble vida. En realidad no estábamos casados ya que él lo estaba con otra mujer por acuerdo de familia. Se había casado un mes antes de "casarse" conmigo. Ese fue mi detonante, exploté. Lo eché de casa, lo sometí a un juicio para pelear por la casa donde vivíamos, un apartamento regalo de sus padres y gané, tres días después me enteré que Amber venía en camino. Y en ese entonces me declaré madre soltera, una mujer madura, capaz de llevar su vida sin un hombre a su lado. Mis hijos visitan a su padre dos veces al mes y no es que se pongan muy felices cuando llegan esos días.

Me quedo mirando fijamente mi taza de café hasta que un grito me hace sobresaltar. Un pequeño demonio de diez años se reía de mí y no puede evitar reír también. Una pequeña cabecita rubia se asomó por detrás de Max y una sonrisa dulce en el rostro de Amber me llenó el corazón de gozo.

—Hola mami —mi niña besó mi mejilla y yo besé su frente—.

—Hola cielo, ¿Les gusta asustarme verdad? —Besé la frente de Max también y ambos rieron cómplices.

—Siempre te asustas mamá —mi hijo dejó su mochila en la isla y se sentó frente a su desayuno para devorarlo.

—Es cierto —la voz chillona de Amber apoyó a su hermano.

Niego divertida y voy en busca del zumo de naranja para servirles. Esa era mi rutina diaria. Levantarme, preparar el desayuno, llevar a mis hijos al colegio, ir a trabajar con la abuela y Zoey en la pastelería. Claro que yo atiendo la caja, ya que de dulces no sé más que comerlos.

—Está rico mami —dijo Max con la boca llena, levanté una ceja—. Lo siento —agregó para luego tragar. Entonces le di una sonrisa—.

—Mis comidas siempre son ricas —alboroté su cabello consiente de que odia eso.

— ¡Mamá!

Me reí y salí de la cocina a buscar mi bolso. Adoro mi vida así como está. No la cambiaría por nada ni por nadie. Alguna vez pensé darme una oportunidad con el amor, pero todo hombre que llegaba, por ahí mismo se iba al saber que tenía dos hijos. Y que me excusen, pero si quieren a la madre, tendrán que querer a las crías.

— ¡A la escuela! —Grité y seguido escuché el arrastre de las sillas de madera en el suelo. Luego dos correcaminos salieron disparados hasta el ascensor para emprender camino al colegio.

Cuando llegamos me despedí de ellos y me pidieron que les saludara al tío Ryan de su parte. Sabían que iba a ver a mi primo antes del trabajo. A fin de cuentas era el trabajo familiar y la abuela me dio el permiso ya que ella iría también a la clínica. Vi a Marcos y Katie esperar por los niños y los saludé con mis manos, también a Amy, que era la profesora de Amber. Al final todo queda entre familia.

Hice mi camino hasta la clínica y en la entrada de esta choqué con un fornido cuerpo ya que iba distraída. Unas fuertes manos me tomaron de la cintura para que no cayera y al levantar mi cabeza me sonrojé como una colegiala. ¿Qué me pasaba? Era una mujer de treinta años, debía comportarme.

—Kent, no te vi venir. Lo siento mucho —el hijo de la amiga de mi madre me miró y me sonrió con amabilidad—.

—Pues sí que ibas bien distraída, porque te estaba saludando desde lejos.

—Ah —mordí mi labio inferior avergonzada—.

Nos separamos y nos quedamos en un incómodo silencio que lo rompió él.

— ¿Te gustaría ir a tomar un café o algo? —Lo sopesé un poco. ¿Por qué no? Él era casi un amigo.

—Está bien, ¿te parece el sábado? Mis hijos van a lo de su padre.

—El sábado, genial —sonrió, ¿emocionado? No lo sé.

—Adiós, me saludas a Khloe.

—Claro.

Pasó por mi lado y yo giré para verlo marcharse, pero mi sorpresa fue grande cuando lo vi caminar de espaldas por verme a mí. Hizo todo el recorrido hasta su auto de esa manera y tuve que voltear para ocultar mi segundo sonrojo. Emprendí de nuevo el camino hasta dentro de la construcción, pero a diferencia de antes, tenía una sonrisa de boba en la cara. Con el tiempo se había puesto muy guapo.

Amor y Dolor IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora