Capítulo 23| Salvar, correr, matar: I Parte.

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I PARTE.

SALVAR, CORRER, MATAR.

Habían transcurrido dos semanas. En West Point Grey el frio nocturno aumentaba, las calles se llenaban de a poco conforme iniciaban las vacaciones y la mayoría de ciudadanos disfrutaban del sol mañanero a esperas de un nuevo, cálido y lindo día. Los niños corrían a orillas de las casas, las familias se reunían y celebraban cumpleaños, bodas... celebraran la vida. Todo parecía normal, como siempre lo había parecido cada vez que se viajara por las calles asfaltadas de la ciudad y los barrios.

Pero no todos amaba el lado bueno de las vacaciones.

Shawn y Howland llevaban dos semanas llenando las calles con panfletos que mostraban un rostro joven y sonriente bajo el cual, en una letra grande y llamativa se leía Suriel Carrey a esperas de que, alguna persona, haya visto o escuchado sobre él. Pero nadie, sobre la faz de la Tierra, conocía al chico de rulos cortos y nariz respingada.

Más lejos, a unos quince kilómetros de distancia, muy cerca del mar y del golpear de las olas, se encontraban cinco adolescentes cansados del silencio y tormento que les había dado las dos semanas transcurridas. Muy por bajo de sus pieles, muy cerca del pecho, existía una esperanza que poco a poco se apagaba como vela ante la brisa.

Estar encerrados y sin nada que poder hacer les era una bruma cegadora que dejaba a flor de piel todos y cada uno de sus miedos más grandes. La muerte, muchas veces, los había visitado en pensamientos y sueños aterradores a los cuales les atribuían, el dolor y la desesperación.

De entre todos, Maia no perdía la fe. Podía sentir la corriente extraña acumularse en la punta de sus dedos, para luego viajar por la punta filosa del cepillo dental que llevaba limando día y noche hasta poder cortar con él. Su esperanza residía de los rostros aniñados y regordetes que descansaban en su regazo. No despertaban, pero sí respiraban, y el hecho de que sus hermanos respiraran la hacía ansiar con más fuerzas lograr su plan.

Tan solo necesitaba una señal, una pequeña que la impulsara.

Y esa noche, la tuvo.

—Coco —su voz en susurros le parecía rara— Coco.

La mano delgada de la rubia se posó sobre el hombro izquierdo de su compañera de celda. Coco parecía cada día más enferma, más pálida y decaída.

—Por favor, despierta.

La mirada almendrada de Coco se dejó ver poco a poco. El cuerpo le pesaba, todo en ella dolía y, a cada que despertaba, lo único que deseaba hacer era llorar. Ya no le quedaban fuerzas, temía que muy pronto su vida llegara a su fin.

—Maia...

Coco estaba a punto de llorar.

—Shh. Escúchame, debes estar tranquila —Maia levantó los cuerpos de sus hermanos, los acercó a Coco, le pidió abrazarlos— es hoy, Coco. Hoy saldremos de aquí.

—¿Cómo lo puedes tener muy seguro? —la voz de la pelirroja denotaba tristeza— ¿por qué hoy?

—No lo sé, solo lo siento. Debe ser hoy, y para ello debes ayudarme.

—No cuento con las fuerzas, Maia, lo siento.

Maia sintió una presión dolorosa en su pecho. Quería devolverle la esperanza a Collete, quería devolverle la sonrisa amena que le dio el primer día. Cuanto hubiera deseado haberla conocido en otras circunstancias, que se hayan hecho amigas con menos problemas de los que tenían ahora.

—Solo necesito que cuides de mis hermanos —pidió, regresando a la conversación— sé que ellos no despertaran, tan solo quédate aquí, y volveré por ti. Lo prometo.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora