Capítulo 33| Los demonios no vienen del infierno.

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LOS DEMONIOS NO VIENEN DEL INFIERNO.

—La necesitamos despierta. No inconsciente.

—Le han atravesado con una flecha, y luego golpeado en la cabeza. ¿Qué esperas? Que no haya muerto ya es suficiente.

Maia sintió el golpe en la parte baja de su cabeza latir con fuerza. Aquel dolor latía y retumbaba más allá; hasta su hemisferio derecho y su oreja izquierda. No podía escuchar bien, no solo había sangre acumulándose en su costado, sino que también lo había en su cuello, recorriéndole la espalda y en su oreja perfilándole la mandíbula.

Las cuencas de los ojos le ardían, y a cada que respiraba un punzón insistía en su cuerpo. Todo parecía distorsionado: las voces, la poca luz que podía ver con los ojos medios abiertos y, sobre todo, sus sentimientos.

Abrió los ojos por completo. De una ventanilla con rejillas entraba una luz más cálida que la del bosque, junto con una nube de vapor. Se obligó a mantenerse despierta para inspeccionar el lugar. Era una habitación lúgubre y como de costumbre sucia. Tal parecía lo limpio para los demonios era detestable, ya que, a cada rincón que mirara, tanto el moho como la suciedad habían ganado la batalla.

—Está viva. Al menos nos ahorramos el despertarla.

La voz le retumbó como resaca en la cabeza. Sintió ganas de vomitar, tenía la bilis amenazándole en la garganta. Sin poder evitarlo y con el miedo exprimiéndole el estómago, Maia vomitó. Un líquido casi transparente salió de su boca en arcadas, terminándole de empapar las ropas.

—Asqueroso —un rostro humano demasiado hermoso apareció en su campo de visión. Era obvio que aquel rostro no pertenecía más que aun demonio, a uno vil y detestable. A aquellos seres les gustaba vestirse con cuerpos hermosos para tentar a los humanos, les era tan fácil y placentero—. Das tanto asco que no creería que eres el Ángel.

Maia reunió saliva en su boca, y cuando más valentía tuvo, se la escupió al demonio en el rostro. La saliva espesa se esparció por todo su rostro. El demonio, asqueado, escupió lo poco que le entró en la boca.

—¿Sigo dándote asco? —le cuestionó con voz ronca.

La valentía que a Maia le retumbaba en el pecho era digna de admirar. El demonio no hizo más que limpiarse el rostro con enojo y regresar a su puesto en la puerta.

—¿Dónde está el lobo? —la rubia volvió a inspeccionar el lugar. Intentó abalanzarse sobre los demonios, pero no pudo debido a las cadenas que la ataban de las muñecas. Miró aquella condena y al instante pensó en ellas deshaciéndose, convirtiéndose en polvo.

Desde su conexión espiritual se sentía más capaz de hacer las cosas.

Sus manos adoptaron un color rojizo, al igual que el material. Ella sonrió, pensando en que pronto se fundiría.

—Estás en lo incorrecto.

El chirrido de las bisagras llamó su atención. Un hombre mayor, de unos cincuenta años, vestido con un abrigo grueso de piel de lobo blanco, pantalones de cuero y botas militares; entró con un aire altruista a lo que sería la celda de Maia. La miró ahí, colgando de las cadenas.

—Han sido forjadas en el infierno —prosiguió— así que tú, Dios de cielo y de la Tierra, no podrás contra unas simples cadenas —una sonrisa macabra le atravesó al rostro mientras avanzaba con paso lento hasta Maia— no puede ser... ¿Cómo es que una niña sucia, delgada, pequeña y tonta pudo ser la reencarnación del Ángel? Que desperdicio.

Maia volvió a reunir saliva en su boca. El hombre, advirtiéndolo, la tomó de la boca con su gran mano, y apretó de su mandíbula lo suficiente para hacerla tragarse su propia saliva mientras se mordía la lengua.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora