Capítulo 26| Culpar a Dios.

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CULPAR A DIOS. 

—¿Han visto a Suriel?

Cielle se detuvo en el descansillo de las escaleras, desde el comedor podía afirmar que su amigo no se encontraba en la mesa. Ya podía descartar otro lugar más de su casa, solo le quedaba buscar en el sótano y la alacena, visto ello, se daría cuenta si Suriel había desaparecido o tan solo jugaba a las muy desagradables escondidas.

—He despertado temprano —habló Jeremiel, por un momento y pasando desapercibido obsequió una mirada traviesa a Maia— y no lo he visto. Quizá aún duerme, ¿ya has pasado por su habitación?

—Dormía en la oficina de mi padre —contestó la morena. Aun llevaba el pijama puesto y la cabellera desordenada, con una de sus manos tallaba sus ojos mientras se acercaba a la mesa— ayer hablamos un poco sobre ir a su casa, quizá ya se ha ido.

Todos notaron como el ánimo de Cielle bajó al decir lo último.

—¿Hace ejercicio? Puedo haber ido a correr —la voz de Coco por las mañanas era música para cualquiera.

—¿Suriel? Ejercicio es lo último que puede hacer.

—¿Has preguntado a mis padres? Ellos de seguro lo vieron salir.

Cielle al fin tomó asiento, al hacerlo cubrió su rostro con frustración y soltó un suspiro. Sabía que no podía obligar a Suriel a quedarse. Pero tampoco le iba a permitir enfrentar a sus padres solos. Se sentía dolida, se trataba de las contradicciones en las que chocaban sus pensamientos: Suriel había escapado de ella, se había ido demasiado temprano para no llevarla donde sus padres. Pero ¿por qué? Ahí estaba lo que hacía chocar sus pensamientos; él lo había hecho para evitarle pasar un mal momento.

La morena sintió sus ojos arder ante el llanto. No quería sentir que todo era su culpa, no quería que Suriel se alejara de ella, en esos momentos, lo más cerca a su familia era ese joven bromista con rulos y sonrisa gigantesca.

—Cielle... ¿está todo bien?

—Ella se siente dolida.

Las miradas se posaron sobre Coco. Hasta Cielle, quién tenía las mejillas húmedas por el llanto, se regresó asombrada hacia la pelirroja.

—Lo siento —murmuró Coco sintiéndose intimidada— es solo que puedo sentir lo que los demás sienten. Es mi don —mordió su labio inferior, pensando muy bien en lo siguiente que diría. Cuando encontró la valentía, levantó la mirada y la fijó en Cielle— está bien que te sientas confundida, sabes que él hace un bien para ti, pero debió dejártelo claro en vez de irse sin ti.

Lo último lo dijo encogiéndose de hombros para luego regresar a su desayuno. Maia y Jeremiel compartieron una mirada, asombrados. De Coco percibir lo que sentía los demás... ¿habría sentido lo que hay entre ellos? Apartaron la mirada, sabían que compartían el mismo pensamiento.

—¿A qué se refiere Collete? —inquirió Jeremiel.

Cielle volvió a suspirar.

—Suriel debió escapar de mí —contestó, una mueca de desagrado ante sus palabras se hizo presente— sus padres no me quieren cerca. Creen que doy ideas tontas a Suriel. Él sabía que, si iba con él, luego de haber desaparecido dos semanas, sus padres dejarían recaer toda la culpa en mí.

—Lo siento mucho —Maia posó con cariño su mano delgada sobre las manos de su amiga—. Pero es mejor así, ¿no? Suriel es bueno, no lo haría por esconderte, lo hace por evitarte problemas.

—Lo sé, lo que sucede es que no quiero que esté solo para enfrentar a sus padres.

—Son sus padres —alegó Jeremiel— ¿qué es lo peor que puede suceder?

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