Capítulo 12| La muerte como recompensa.

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LA MUERTE COMO RECOMPENSA.

Enorme.

Esa palabra quedaba muy pequeña para lo que en realidad era. Las puntas de las torres, las puertas gigantescas y la cruz en la punta del techo más alto... todo era tan grande que de no haber el terreno suficiente aquel templo que antes era invisible hubiera arrasado con los dos edificios de cristal que resguardaban sus lados.

Maia aún no se recuperaba, todos podían notarlo. La rubia aun temblaba con cada paso que daba como si, en cualquier momento, temiera que aquella estructura antigua desapareciera como la espuma al chocar contra el mar.

—¿Entraremos? —Suriel, aun impávido por la estructura monumental, subía las escaleras de dos en dos.

Los únicos que no demostraban admiración por la repentina aparición del templo eran Cielle y Jeremiel. Cada uno resguardaba en sus mentes pensamientos distintos y sensaciones raras que, a uno lo hacía querer adentrarse y al otro, alejarse.

—¿Y crees que hemos venido tan solo para verlo y ya? —Cielle llegó de primera a las puertas. Inspeccionó todo a su alrededor. Cada forma, cada símbolo tallado en metal.

—Tocamos y esperamos —contestó Maia como si fuera el mejor plan de todos los tiempos.

Había salido de su ensoñación y, decidida, caminó hasta la gran puerta con la idea de tomar la manilla. Estaba a punto de hacerlo cuando Jeremiel la detuvo. Tomó su delgada muñeca con sus dedos largos y la empujó con fuerza hasta él. El cabello rubio de puntas azules calló como cortina en el rostro asombrado de la chica.

—No lo toques —gruñó él, alertando a los demás.

Suriel que estaba a punto de hacer lo mismo que Maia, se detuvo.

—¿Qué te sucede? —sospesó Maia con enojo.

Jeremiel ya la había soltado y una marca rosada en su muñeca hacia evidente la fuerza con la que la había tomado.

—Sedibus —mencionó Cielle indiferente de los otros tres y con la mirada puesta en la manilla de la puerta— es un catalizador.

—Roba el alma de los humanos y cualquier otro ser que ponga los pies sobre la Tierra —concluyó Jeremiel como respuesta para Maia— quien toque el catalizador se quedará sin alma, hasta un ángel. Por eso te he detenido.

El artefacto ya hacía como un pin sostenido de la manilla. Jeremiel lo había notado desde lo bajo de las escaleras. Era así de fácil: quién estuviera dentro no quería que nada ni nadie entrara. Ni tan siquiera seres más allá de los humanos.

—Tendremos que romper una de esas irrompibles ventanas si queremos entrar —dijo Suriel, un poco decepcionado.

—Para nada —contestó la morena.

Cielle se alejó de la puerta y todos miraron como llegó hasta la orilla de las escaleras. Maia creyó que ya todo se había acabado. ¿Un artefacto que robaba almas? Aparte de las espadas y el templo invisible: esto era lo más loco de todo. Aun así, ni la morena se iba ni las cosas se habían acabado. Cielle tan solo dio media vuelta, miró el camino por el que había llegado y comenzó a correr al momento en que un grito desgarrador de guerra salía desde sus entrañas.

Se apartaron. Cielle dio un saltó digno de escenas de acción y, con una patada muy fuerte, abrió las puertas del templo. Todo ello sin necesidad de tocar la manilla ni quedarse sin alma.

—Voilà—festejó Suriel por su amiga.

Las puertas estaban abiertas, y Jeremiel fue el primero en entrar. La estructura era igual a la del exterior: con bloques de piedra y hormigón. Un único pasillo los recibía, en el suelo una alfombra roja; que denotaba años de haber sido pisada dejando al visto el polvo, la suciedad y la soledad del lugar. Jeremiel podía sentirlo, estaba en él avanzar hasta el final de aquel pasillo únicamente alumbrado por la luz solar que se colaba entre los tragaluces o dejar todo atrás y decirle tanto a Maia como a los demás que no era una buena idea.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora