Capítulo 36| La sangre llama a la sangre.

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LA SANGRE LLAMA A LA SANGRE.

20 minutos para el solsticio.

—Maia, despierta.

—¿Qu-qué sucede?

Al abrir uno de sus ojos la silueta borrosa de Collete apareció de golpe, un rostro angustiado y temeroso se movía en su campo de visión con desesperación. Bastó aquello para que Maia se despertara y, en un solo instante, recuperar toda aquella fuerza que una vez bajo la lluvia, había perdido. Con la cobija sobre la espalda, descalza y con ropa seca, salió corriendo detrás de Coco. La pelirroja, quien parecía moverse más rápido de lo habitual, la llevó hasta la biblioteca, donde todos, reunidos en el gran ventanal, veían hacia el cielo tal cual niño a un avión.

Con pasos lentos y retumbantes entre tanta tensión, Maia se abrió paso hasta el gran marco de madera que contrastaba con las gotas gruesas de lluvia. Todo sucedía en cámara lenta, aquella escena de su vida le parecía una película vieja de cinta manchada, donde todo el dramatismo y tensión se reflejaba en el aire.

Al llegar sus manos se aferraron a la cobija que la cubría, y al igual que los demás, subió la mirada hasta el cielo. Con el cuerpo temblando, deseó por un instante, que la imagen frente a sus ojos fuese tan solo una pesadilla, un borrón que pasaría, que al despertar no estaría, no existiría; un golpe ligero, un raspón que no sangra y solo arde.

Pero aquello no era nada de eso, era más. Más que esa escena vieja y mal grabada; era real, un golpe fuerte que destruía el tejido, que perforaba la piel y rompía los huesos. Era más, más que un simple miedo... era la muerte en todo su esplendor. La muerte cayendo desde lo profundo de aquella nube roja, llena de furia, de mal.

Un brazo le rodeó los hombros y la empujó contra un pecho que se sentía como encontrar tierra después de tantos años de navegar. El rostro aun pálido de Maia se estampó contra el pecho de Jeremiel, quien no apartaba la mirada del cielo. Sus manos, temblando, se aferraron al hombro de la rubia.

—Esto sucedería —Cielle, apoyada contra la pared, fingía no querer llorar.

—Ellos sufren, sufren mucho —Collete se sostuvo el pecho, su abrigo arrugado contra sus dedos. Lágrimas sin un gesto que las advirtiera, le rodeaban las mejillas— todos sufren demasiado; les duele caer... les duele no tener una salvación.

Se acercó hasta la orilla de la ventana y estiró sus dedos como si pudiera tocar a la nieve con cuerpo humano que caía y caía pareciendo nunca acabar.

—Es hora —las palabras de Maia carecieron de fuerza— es hora —repitió. Al hacerlo se separó de Jeremiel, lo tomó de la mano y entrelazó sus dedos con fuerza, la que no tenía en la voz la tenía corriéndole por las venas—. Debemos prepararnos para el solsticio.

En un acuerdo silenciosos pero irrompible, corrieron en silencio todos los muebles, con la lluvia susurrándoles en el oído, los cuerpos de condenados retumbando contra los tejados, y miradas de reojo a la ventana que parecía no querer cerrarse nunca.

El espacio que parecía abarrotado terminó siendo un suelo de manera brillante descubriendo, a esperas de lo que quisieran. Los muebles, libreros y asientos acumulados en los rincones, espectadores fieles de un escenario que no sería capaz de ver cualquiera.

10 minutos para el solsticio.

Nesta les ayudó a encender velas que se guardaban en un botiquín de la cocina. La demonio, callada y más determinada que de costumbre, obedecía sin problemas a cada llamado de ayuda. Moviendo libros, llevando utensilios, y de vez en cuando guiando en cualquier cosa que se hiciera mal.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora