Capítulo 27| Decidir significa perderlo todo.

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DECIDIR SIGNIFICA PERDERLO TODO.

La iglesia, a diferencia del Templo Aquil, era pequeña, de paredes blancas y vitrales coloridos. No había ninguna alfombra roja polvosa, y las imágenes que colgaban en las paredes no eran más que santos con rostros bondadosos. Maia sentía la diferencia abismal que separaba a un lugar del otro, era fácil diferenciar ambas estancias. Raramente sentía la iglesia como un hogar.

Caminaba en silencio detrás del sacerdote mientras con su mirada escrudiñaba cada rincón. Había pocas personas hincadas en las bancas de madera, rezando. Otras, que entraban de la fuente, se paseaba apreciando las imágenes de santos. Maia se abrazó a sí misma, Coco se había quedado afuera, sentada sobre las escaleras, mientras ella, con un poco de miedo y desconfianza, accedió a hablar con aquel hombre.

—Puedes tomar asiento —la voz cálida del sacerdote la hizo detenerse del escudriñamiento— aquí no habrá ningún problema en hablar.

Una banca separada del resto les daba la bienvenida, a pesar de estar cerca de una de las puertas laterales no se escuchaba ningún ruido humano.

—Creí que sería rápido, no puedo quedarme a hablar.

Los ojos azules de él se posaron sobre los de ella. Maia lo intentaba, deseaba sentir esa sensación extraña que le indicara peligro, pero le era imposible. No podía temer de aquel hombre desconocido que juraba haberla esperado tantos años.

—Es urgente todo lo que tengo por decir —contestó el sacerdote.

—Mi amiga está allá fuera, sola. No es seguro dejarla ahí.

Una mano de dedos largos apareció frente a ella. La palma tenía un color pálido y más arriba, escondido bajo el uniforme clerical, había unas notables cicatrices. También tenía unas cuantas en las yemas de los dedos. Maia levantó la mirada hasta sostenerla sobre el sacerdote.

—Ella estará bien, se encuentra en la casa de su Dios, nada malo le puede suceder.

—Disculpe mi desconfianza, pero hace no mucho, un hombre con su misma fe, creencia y vestimenta nos usó para algo muy vil, dañándonos y haciéndonos perder la confianza. No me pida creerle cuando una vez ya me han engañado.

—Lamento mucho que le hayan fallado una vez, prometo ser la excepción.

Sin más, tomaron asiento en la banca, uno lo bastante lejos del otro como para no rozarse. La banca los obligaba mirar hacia el altar, donde la imagen de una cruz tallada en la pared, sostenía a un hombre lleno de sangre y dolor. Maia sintió el dolor que reflejaba aquella imagen.

—Tuve un accidente cuando cumplí los veinte años —inició el sacerdote, los dos miraban fijamente la cruz— salía de una fiesta, donde no solo había recibido la mejor noticia de mi vida, sino que también, había tomado mucho alcohol. Era la primera vez que manejaba un auto tan noche, por lo que, entre la bruma del alcohol y la niebla, no pude ver muy bien hacia donde me dirigía.

El chocar de un objeto de plata hizo que Maia guiara la vista hasta las manos de él; donde los dedos jugaban nerviosamente con el dije de la cadena. Instintivamente Maia llevó los suyos hasta el cordón de plata que se sostenía de su cuello. De todo lo que pudieron quitarle, nadie se había atrevido a despojarla de su collar.

—Tuve un accidente aparatoso del que todos creyeron iba a morir. Como puedes ver, casi pierdo mis manos —el sacerdote subió sus mangas mostrandole a Maia más cicatrices, unas cuantas eran pequeñas y apenas se mostraban contra la luz; otras eran tan notorias que de tocarlas se podrían trazar con facilidad— yo pintaba, perder mis manos era peor que perder la vida. ¿Deberás pensar el por qué te cuento todo esto?

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora