Capítulo 38| Sangre.

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SANGRE.

Los pasillos altos, de piedra gris y mármol blanco junto a las pinturas desgastadas, grietas enormes y ventanas rotas fueron lo primero que vieron al destaparles el rostro. Las bolsas de tela negra con la que habían sido llevados en todo el trayecto cayeron al suelo, con ellos de rodillas, golpeados y rendidos. Totalmente humillados y, sobre todo, expuestos a una culpa inminente que les golpeaba el pecho.

Cada uno paseó su mirada por el lugar. Celdas con abarrotes dominaban el ala derecha del pasillo, mientras que, el lado izquierdo, se encontraba sellado completamente. Había esposas colgando de la pared, espadas tiradas en el suelo y elementos de torturas sobre tableros de médico.

Suriel intentó aventajar a sus carceleros, pero con un movimiento rápido uno de ellos lo haló del cabello y lo regresó a su lugar, en el suelo frio, al lado de los demás.

—No crean que todo es tan fácil como en las películas —Baalberith avanzó con altanería por el pasillo. Ninguno tuvo las fuerzas de levantar cabeza.

Ni tan siquiera Maia. Quien mantenía la vista puesta en el cuello marcado de Jeremiel. Las marcas rojas a penas se podían ver bajo la correa que le cubría el cuello, de donde salían las mismas cadenas con las que le ataban las manos y los tobillos.

Él ya ha pasado por eso, pensó la rubia, él ya ha cargado esas cadenas, fue marcado de distinta manera, pero ya lo pasó. A su mente viajó el recuerdo del día en que lo encontró en la calle. Recordó con exactitud las marcas moradas, de sangre seca y costras sin curar. Jeremiel representaba la misma imagen de renegado que había visto por primera vez.

—Bien... —un suspiro largo seguido a una carcajada llenó el lugar. Baalberith parecía nervioso, no dejaba de restregarse las palmas una contra otra— Lucifer vendrá, y me agradecerá demasiado.

—No has hecho nada más que encontrarnos, ¿Te das un crédito enorme por ello? —la voz de Cielle resonó con igual magnitud que la carcajada— Das pena.

—Oh, otra niña respondona. ¿Qué? ¿Me escupirás al rostro igual que la niña tonta? —Baalberith se acercó hasta la morena, su cuerpo menudo se encontraba encogido de rodillas en el suelo, pero con la mirada en alto— Te cortaré la lengua si vuelves a hablar, será mejor que te ahorres el palabrerío si no quieres que esa boca tuya se inunde en sangre.

—Señor... no hace falta que la amenace —Suriel intervino apegándose a Cielle, con la mirada gacha—ella... ella no volverá a molestarle.

Un gesto indignante se posó con rapidez sobre el menor. Cielle, con el ceño fruncido, lo miró con intensidad.

—No te atrevas a bajar la mirada frente a un ser tan vil y asqueroso como él —le susurró.

—Calla, Cielle. Solo calla —contestó.

El resonar crepitante de aplausos con burla llenó todo silencio en el lugar. Baalberith reía.

—Muy nobles, siempre buenos, rectos y justos. No pretendan ser santos, niños.

Los cinco jóvenes en el suelo terminaron por rebajar aún más sus miradas. Todos en silencio, incapaz de formular alguna palabra. ¿Los habían vencido? ¿Aquel era el final? ¿Dónde estaba la fuerza de la que tanto hablaban Los guardianes de la luz o hasta los mismos demonios? Les habían mentido, habían forjado a héroes sobre el barro húmedo que, en vez de solidificar, se derretía ante el sol incandescente que lo golpeaba de frente.

Les habían hecho creer que su fuerza era infinita. Pero ahora, frente a sus rivales, ¿Dónde estaba esa fuerza? ¿Esa valentía? Collete paseó su vista por todo el suelo, los zapatos bien lustrados de Baalberith entraron en su campo de visión. Debía procurar que él no viera como su haz de luz quemaba de a pocos el hierro fundido en el infierno.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora