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-Han llegado ya los nuevos muebles?

Harry hablaba con libertad tras haberse quedado a solas con Malakai. Los dos se dirigían a la residencia privada de Harry, que estaba pegada al resort y a la que se accedía por una carretera particular rodeada de abundante vegetación.

-Ni mataka -respondió Malakai-. Mañana. Los enviaron al resort por error esta tarde. Prometieron regresar por la mañana.

-¿Y la decoración ya está terminada?

-Io. Sí. A Tenika le gustan mucho las pinturas -dijo Malakai. Hablaba con mucho cariño de la que era su esposa-. Las colgamos como tú nos dijiste. Quedan muy bien.

-Me muero de ganas de verlo.

Harry también tenía muchas ganas de ponerse al día con la pareja que ocupaba un ala separada de su casa y cuyo empleo era mantener la mansión impoluta cuando él estaba en el sur.

Instantes más tarde, atravesaron las altas verjas y entraron en la finca. La felicidad de estar allí se unía al orgullo que Harry sentía por poseer aquella mansión pintada de blanco, con sus contraventanas de madera. La compró varios años atrás, como parte de un hotel abandonado. Entonces, negoció con los dueños para llevar todo el resort al siglo XXI y se convirtió en socio en la sombra de todo aquello. Visitaba el resort cuando no estaba trabajando, conocía a todos los empleados, asistía a las fiestas y se ocupaba de que todo funcionara a la perfección.

Sin embargo, su casa era un santuario que él protegía con fiereza por medio de altos muros y de estrictas medidas de seguridad. Allí no celebraba fiesta alguna y ninguna mujer atravesaba nunca aquellos muros desde Angelica. Si quería compañía femenina mientras estaba en Fiji, la encontraba en otro lugar, en otro hotel, preferiblemente lejos de la isla principal.

El coche se detuvo y Harry descendió del mismo, dejando que Malakai fuera a aparcarlo en el garaje.

Durante las siguientes horas, se puso al día con Malakai y Tenika y admiró el nuevo huerto que los dos habían plantado en su ausencia.

Más tarde, tras darse un baño en la piscina y vestirse, se puso a trabajar con su ordenador. La luz del crepúsculo teñía la bahía, coloreándola de tonos morados y bermellón. El olor de las antorchas de queroseno entraba por la venta. El tradicional Meke, que se celebraba al lado del mar, estaba en pleno apogeo. Cánticos y ritmos lejanos flotaban en el aire. Harry se reclinó sobre su butaca, satisfecho con las cinco enormes pantallas que reflejaban una imagen envolvente y tridimensional del mundo utópico que él había creado.

El Crepúsculo de Utopía había sido su primer éxito, inspirado después del incidente de Angelica. Había necesitado tres años de batallas en los tribunales para reclamar los trabajos anteriores que ella y su amante habían plagiado. Retirarse de la vida real para recluirse en aquel mundo alternativo lo había salvado.

El Crepúsculo del Camaleón apareció dos años más tarde. El Consejo del Camaleón, el final de la trilogía, estaba prácticamente terminado. Necesitaba un respiro para revitalizar su creatividad, pero los jugadores online exigían más aventuras del Onyx One.

Se reclinó en la silla e hizo tamborilear los dedos sobre el borde del escritorio. Tenía que crear un nuevo interés amoroso para el Onyx y conseguir así que las jugadoras siguieran interesadas en el juego.

Desde la ventana de su despacho, miró hacia los exclusivos bungalows del complejo. Tal vez su heroína podría ser una mujer a la que le encantaban los accesorios personalizados y que tuviera un misterioso pasado...


Después de registrarse en el hotel, de cenar en su suite y de acostarse temprano, ____ pasó su primer día de estancia allí descansando junto a la piscina y terminando una novela que llevaba una eternidad queriendo leer.

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