14: Nombres propios

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I

Me dolía todo el cuerpo con los tumbos que daba ese carro viejo.

Igualmente se notaba que Mariela estaba habituada a manejarlo como si

fuera una bicicleta en los bosques de Palermo.

—Che, Pinocho —dije en voz baja y lo pateé por si no me había oído.

—¿Qué pasa?

—¿No es peligroso esto? Quiero decir, exponerla a esta chica, pasar por el

medio de los Gardelitos. ¿No había otro lugar?

—Mariela está acostumbrada. Y no había otra forma.

Por primera vez dudé de Pinocho. Tenía que haber otra manera de llegar

al aguantadero de los Gardelitos. Si habíamos dado tantas vueltas ese día, ¿por

qué no dar una más y evitar cruzar por el medio de ellos? Pinocho se debía

morir de ganas de ver a Mariela y la única excusa que se le había ocurrido era

ésta. Pedirle que nos lleve en su carro. Vaya uno a saber qué había ocurrido

entre ellos pero sin duda había sido muy fuerte porque los dos se trataban como

si caminaran por terreno minado. O sea que por un metejón de Pinocho (porque

no había dudas de que por lo menos él seguía enamorado) estábamos

exponiéndola y exponiéndonos a un peligro mayor. Primero me pareció una

locura y después me di cuenta de que yo estaba en esa historia por Patricia,

incluso había arrastrado a mis amigos. No podía decir nada.

El carro comenzó a disminuir su marcha hasta que se detuvo. Una voz a

mi derecha dijo:

—¿Qué hacés, hermosa? ¿También hoy trabajás?

—No mucho. El Colorado me pidió que lleve el carro a lo de su hermano.

—Por ser vos no me tenés que dar nada hoy.

—Gracias.

—Ma' qué gracias —dijo el tipo y ser rió con una risa desagradable.

Mariela lo saludó y el carro comenzó a andar nuevamente. No había

avanzado más que unos metros cuando el tipo le gritó:

—¡Mariela!

El carro se paró. Mariela no dijo nada. El tipo se acercó. Podía sentir sus

pasos llegando al carro.

—Escuchame —dijo—, ¿cuándo me vas a hacer caso? Yo te puedo sacar de

esta basura.

—Ésta no es una basura.

—Tenés que salir de la villa.

—Te agradezco pero me gustaría salir sola.

—No sé cómo aguantás el olor.

El caballo bufó como contestándole.

—No sea cosa que afuera huela peor. Eso no lo soportaría —dijo Mariela.

Tenía que terminar esa conversación ya. En cualquier momento el tipo iba

a notar que había algo más que cajas en la parte de atrás del carro.

—¿Cuándo te voy a poder invitar a tomar algo?

El equipo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora