El nublado día era acompañado por una fría rasca, un mal presagio y narices rojas e irritadas.
Michael permanecía cruzado de brazos, aferrado a su abrigo, que tan gordo lo hacía verse. En ese momento, por muy duro que le hubiese resultado, se alegraba de haberse comido ese trozo de bocadillo. Al menos así su cuerpo generaría un poco de calor. Sebastián, por su parte, tan sólo llevaba su chaqueta de franela a cuadros. Esos músculos le daban todo el calor que necesitaba, tanto a él, como a cualquier fémina que pasase por su lado y se le quedase viendo. A Michael siempre le sorprendía. Vale que su amigo tuviese mejor complexión física para aguantar el frío, pero había pasado bastantes años viviendo en un lugar cálido. Se sorprendía de la rápida adaptación de sus genes.
– Odio Pales —inquirió Michael.
Sebastián, que ya estaba acostumbrado a escuchar a su amigo expresando su odio por algo, puso sus ojos en blanco mientras agitaba ligeramente su cabeza hacia los lados y le preguntó, con ironía:
– ¿Por qué, Mickey?
– Demasiado frío. Y odio llevar tanta ropa puesta, me incomoda.
Su amigo, simplemente, suspiró.
– Si quieres vamos a la parte de atrás del edificio, allí no da tanto el aire.
– Claro, mejor que esto...
Michael y Sebastián acostumbraban a pasar los recreos en la zona trasera del instituto. No sólo protegía del viento cuando hacía frío y del sol cuando hacía calor, sino que también estaba apartado y, al no haber nadie, Michael no se sentía inseguro por creer sentir las miradas de todos.
Se dirigían hacia el lugar cuando fueron interrumpidos por Bobby Johnson, quien miraba a su alrededor, explorador, tratando de divisar a algo o alguien.
– Hey, tíos.
– Hola otra vez, tío. ¿Qué tal?
– Pues quería preguntaros si habíais visto a Steve. Tengo que hablar con él sobre un tema de matemáticas que esperaba que él me pudiera explicar.
Sebastián se quedó pensativo por unos momentos.
– Pues... Ahora que lo dices, no he vuelto a ver a Steve desde la clase de ciencias. Pidió permiso para ir al baño, pero no ha vuelto a clase.
– ¿Crees que tal vez haya decidido irse a casa? Ya sabes... Por lo de Jaden y tal.
– No creo. Su mochila aún estaba en clase. Como no sea que volviese a por ella a la siguiente clase o algo así, no creo que se haya ido. Igual se encontró con Brinchburg, le pidió que fuese a su despacho para hablar de lo ocurrido y, después de que sonase la sirena y todos hubiésemos salido de clase, él volvió y recogió su mochila.
Bobby suspiró, decepcionado.
– Bueno, supongo que tendré que buscar a otro para que me lo explique. Gracias de todas formas, Sebas.
– Es un placer, aunque siento no haberte podido ser de mucha ayuda.
Antes de continuasen su camino, Bobby miró a Michael y este se sorprendió por la repentina fijación en él.
– Por cierto, tío. ¿Cómo te encuentras?
¿Qué estaba ocurriendo? Michael estaba en shock. ¿Ese gilipollas le estaba preguntando por su estado? Pero, ¿quién se creía que era? ¿Intentaba burlarse de él o algo?
– Oh... Em... Yo... Sí, estoy... Estoy bien.
– Pues me alegro tío —le dio una palmadita en el hombro mientras avanzaba hacia adelante—. Pues ten cuidado con Jaden. Tal vez la próxima vez tenga que echarle una mano a Sebas para contenerlo.
Se echó a reír mientras miraba a Sebastián, quien comenzó a reír también, aunque un poco incómodo. Michael estaba rojo como un tomate por la vergüenza que estaba pasando y la rabia de que alguien le hablase de lo ocurrido con ese gilipollas de Jaden.
Bobby se alejaba y Sebastián no pudo evitar mirar con cierta tensión e incredulidad a su huesudo amigo. Sabía bien lo que debía estar sintiendo en estos momentos.
– ¿Estás bien?
Michael continuó caminando y sólo se limitó a afirmar con la cabeza.
Se sentía extraño. Por un lado, sentía vergüenza y rabia por que un cualquiera le hubiese hablado, y más teniendo en cuenta que ese cualquiera era también uno de los populares y, además, no olvidaba que, hace unos años, ese tipo también le había gastado alguna que otra broma. Por otro lado, en cambio, no podía evitar sentirse un poco gratificante.
Sebastián notaba la tensión de su amigo. Que alguien que no fuese él le hablase era algo muy fuerte para Michael.
Estaban llegando al lugar cuando escucharon la conversación de dos chicas de un par de cursos inferiores, que hablaban de algo que llamó la atención de Michael:
– ... es una pirada, ya lo sabes.
– Pues sí. Vaya mierda de historia se ha inventado la tía.
– Daisy Collins, la loca de Brinchburg.
Entre las risas de estúpidas de las dos niñatas se oyó el nombre de Daisy Collins, la chica que traía loco al «bicho palo de Brinchburg». Michael estuvo a punto de ir a cagarse en ellas, pero Sebastián lo sostuvo, sin mucho esfuerzo, y le ofreció una mirada de «no vale la pena».
Michael chistó y continuó caminando, seguido por su amigo.
Iban a disponerse a hablar sobre Daisy una vez giraron la esquina del edificio para acceder a su parte trasera, cuando vieron, junto a uno de los contenedores que daban a la valla de alambre, una figura infantil que permanecía agachada al lado del contenedor. Se podía ver todo el contorno de su cuerpo, excepto la cabeza, que permanecía oculta tras el contenedor. Parecía estar interactuando con algo, pues su brazo parecía estar tocando alguna cosa y, también, parecía emitir algunas risitas.
Sebastián miró a Michael, quien le devolvió la mirada con extrañeza. Al parecer, algún mocoso se había colado en el instituto y estaba haciendo no sé qué cosa.
Fue Sebastián el primero que se acercó. Tras dar dos pasos, Michael comenzó a sentirse extraño, como si el aire comenzase a pesar más, mucho más. Era una sensación opresiva, pero a la vez soportable.
El joven fornido estaba ya a unos pasos de la figura, que parecía estar divirtiéndose con algo.
Alargó la mano. Se dispuso a llamar su atención.
– ¿Hola? — Dijo, mientras sus dedos tocaban el hombro. Sintió una sensación extraña al hacerlo, un escalofrío extraño, y también un tacto familiar. Fuese quien fuese esa personita, estaba bastante delgada. Por un momento sintió que acababa de tocar el hombro de Michael.
La figura se estremeció por la sorpresa, se irguió de golpe y miró a los dos chicos que la observaban.
Tanto Sebastián como Michael (especialmente Michael), comenzaron a sentir una sensación de extrañeza tremenda.
Frente a ellos se encontraba la que posiblemente era laniña más rara que habían visto en sus vidas.
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Cesta de margaritas
HorrorTras treinta años de paz, una pequeña ciudad de Montana, rodeada de frondosos bosques, comienza de nuevo a ser asediada por una extraña serie de asesinatos. Los cadáveres aparecen por las noches en las oscuras calles de la ciudad y todos con un aspe...