Si había una manera en la que sería recordado Steve Olsen era como «un alumno brillante y servicial».
Brillante y servicial. Así es como siempre se mostraba a la gente, como un chico que destacaba en los estudios y siempre estaba dispuesto a echar un cable a quien lo necesitase.
Con nueve años, ya sacaba dieces en todo. No había examen en el que su nota no bajase del sobresaliente. Era todo un prodigio en todas las asignaturas, en especial en matemáticas. Es por ello que los dirigentes del colegio de primaria de Pales informaron a sus padres de que, tal vez, su hijo fuera un superdotado. Steve habría sido adelantado de curso, de no ser por su negativa a ello.
«Me gusta mi clase», usaba como reclamo para evitar ser adelantado. Si bien trataron de convencerlo, inquiriéndole en que iría más adelantado y llevaría más ventaja en su vida, Steve nunca lo aceptó. Sus propios padres se disgustaron en un inicio, pero al final decidieron permitir a su hijo poder decidir.
Steve no se sentía un superdotado ni más inteligente. Nada de eso. Tal vez fuese por su personalidad algo retraída, pero simplemente sentía que el único motivo por el que sacaba excelentes notas, de matrícula incluso, era porque, simple y llanamente, le gustaba estudiar y esforzarse por ello. No es que tuviese muchos amigos con los que salir a jugar como cualquier otro niño, así que invertía su tiempo en los estudios.
Es evidente que ser el empollón y el favorito de la mayoría de los profesores iban a ser el detonante de la gran cantidad de acoso, insultos y molestias que recibía de los chicos más pasotas, matones y con familias disfuncionales del colegio, por lo que era normal que sus libros apareciesen tirados en la basura, tuviese que comprar calzoncillos nuevos cada semana, su cabeza acabase metida en algún váter y su cuerpo estuviese lleno de moratones con bastante frecuencia.
Pese a todo, Steve no dejaba que las intimidaciones lo hiciesen decaer. Al contrario que Michael, Steve simplemente aceptó que era el precio que le tocaba pagar y decidió aprender a vivir con ello. Pero esto no le hacía bien por dentro. Siempre, hasta el mismísimo día en que apareció medio descuartizado en el patio de Brinchburg, se mostró gentil, afable, confiado y con la capacidad de tomar palabra cuando quisiera, sin importar que, al hacerlo, decenas de murmullos burlones invadiesen el lugar.
Sin embargo, en su interior se sentía cada vez más dolorido. Fingía porque no querían verlo hundido, que es así como se sentía realmente. No era de extrañar que decidiese pasar la mayor parte de su tiempo en casa, navegando por internet y centrándose en estudiar, que salir y tener vida social.
Con doce años, el único contacto que tenía con otros chicos de su edad era en el instituto. Una vez llegaba a casa, se encerraba en su habitación y no salía de ella salvo para ir al baño y coger comida.
Steve era, en aquel entonces, muy fan de Ben 10, aquellas caricaturas en las que un niño tenía un reloj con el que podía convertirse en el alienígena que quisiese. Su favorito era Alien X. Le encantaba. Tenía en su ordenador un fondo de pantalla de Alien X; Un poster de Ben convertido en Alien X. Era muy fan.
Es posible que esto sea útil como material para meme, pero lo cierto es que, el bucle hacia la perdición de Steve comenzó en el momento en el que decidió introducir en el buscador de internet «Alien X vídeos». Una vez hubo pinchado en el primer resultado del buscador y observó detenidamente lo que contenía, descubrió, al prestar atención a las sensaciones que su cuerpo experimentó, que ya no era un niño.
La pornografía se había convertido en el pasatiempo más habitual de Steve. No había un solo día en que no se sumergiese en una piscina burbujeante porno-masturbatoria. Al principio, no eran más que simples pajas que cualquier chico preadolescente se hiciese porque comenzaba a explorar su cuerpo. Pero pronto se volvió una adicción; un delirio psicótico que no le dejaba parar. Había días en los que podía perfectamente masturbarse hasta siete veces y seguir cachondo. La pornografía vivía en sí y no desaparecía de su cabeza en ningún momento. Su categoría favorita era el blowjob. Fantaseaba todo el día con recibir una comida de polla. Le ponía a cien por hora la idea de que la lengua de una mujer subiese desde el inicio de sus testículos hasta la punta de su glande, para luego ser introducido su miembro hasta la garganta. También tenía otros fetiches, como su gran amor hacia los culos, pero ninguno como ese.
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Cesta de margaritas
HororTras treinta años de paz, una pequeña ciudad de Montana, rodeada de frondosos bosques, comienza de nuevo a ser asediada por una extraña serie de asesinatos. Los cadáveres aparecen por las noches en las oscuras calles de la ciudad y todos con un aspe...