Capítulo 5: La extraña niña del patio // Parte 2

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Sintió un dolor muy intenso cuando sus párpados comenzaron a abrirse. La cara le ardía como el demonio y no sentía su nariz.

– Ughhh...

Su visión estaba borrosa. Trató de girar un poco la cabeza para ver mejor, pero la cara le dolía demasiado para ello. Hizo ademán de enfocar su vista en cualquier cosa. La que fuera, con tal de no volverse a dormir.

¿No era eso lo que siempre quería? ¿Dormir para siempre y jamás despertar? Lo cierto era que el dolor, aunque desagradable y molesto, se sentía ligeramente bien. Había despertado todos sus sentidos, pese a estar somnoliento debido al trauma.

Entre la mancha borrosa que era capaz de ver, pudo enfocarse en una figura que se encontraba ante él. Una figura infantil, blancuzca y bizarra, en el sentido anglosajón de la palabra. Una figura que lo miraba con sus ojos clavados en él, unos ojos oscuros que emitían un macabro brillo rojo de sus pupilas.

Volvió a perder el conocimiento durante un instante y, cuando hubo espabilado de nuevo y volvió a abrir un poco los ojos, pudo ver a su amigo Sebastián, quien lo miraba con una mezcla de preocupación y expectación.

– Hey, colega. ¿Qué tal estas?

Mike lo miró durante unos segundos, aturdido, tratando de reconocer a su amigo. Entonces, fue cuando comenzó a hablar.

– ¿Qué ha pas...? Ugh...

Sintió un dolor agudo en toda su cara cuando trató de hablar. Sentía como si todos los huesos de su cara hubiesen quedado machacados en mil pedazos. Pero trató de hablar de nuevo.

– ¿Qué ha...? ¿Q-qué ha pasado?

Sebastián lo miró con una expresión severa y decepcionada en el rostro.

– Jaden te golpeó en toda la cara y saliste volando. Si no lo hubiese detenido, Dios sabe lo que te podría haber hecho. Tengo el cuerpo lleno de cardenales por culpa de mi forcejeo con él.

Michael se quedó mirando hacia el techo, indiferente, como si estuviese colocado (colocado por el dolor), durante unos segundos. Fue entonces cuando dejó escapar una sonrisita que le provocó dolor.

– Bueno —inquirió. —Supongo que ha valido la pena.

Sebastián frunció el ceño y chistó antes de iniciar su reprenda.

– No. No ha estado bien en lo absoluto —expresó, firme.

Michael lo miró, sorprendido y a la vez no por su reacción.

– No te haces una idea del follón que has montado. ¿Qué crees que habría pasado si no me hubiese puesto en medio? Estarías muerto, o algo peor. Joder.

» ¿Y esas cosas que le has soltado? Has quedado como un intolerante, tío. Todo el mundo se ha puesto a hablar de lo que le has zampado.

– Él me insultó a mí —trató de defenderse Michael.

– Pero eso no es excusa para soltar lo que soltaste. Has podido provocar enojo en otra gente.

Michael apretó, con dolor, los dientes y miró fijamente a su amigo, furioso.

– Escúchame bien. A ver si queda claro. Yo no pienso en lo absoluto nada de esas cosas que dije. Pero él me insultó a mí con algo que me duele, así que yo hice lo mismo con algo que le duele a él. Ojo por ojo, se llama. Y no tengo por qué darte explicaciones por ello.

Sebastián no volvió a la carga. Decidió que no merecía la pena volver a discutir con su amigo. Se limitó a mover la cabeza de un lado a otro, decepcionado con él.

– La gente te va a mirar mal.

Instintivamente, Michael se irguió todo lo que su rostro dolorido le permitió y encaró con más fuerza a Sebastián.

– ¡La gente lleva mirándome mal desde que nací, Sebas! ¡Me importa una mierda lo que esos gilipollas piensen de mí!

Volvió a tumbarse, con la cabeza medio inclinada, y a mirar al techo.

Sebastián sabía que eso era mentira. Si había algo que sabía bien de su amigo, era que eso de que no le importaba lo que la gente opinase de él era una completa farsa. Pero decidió guardar silencio en relación a este tema. No valía la pena.

Suspiró profundamente, y decidió cambiar de tema.

– Van a expulsar a Jaden. Indefinidamente. Dicen que es inestable y no pueden permitirle seguir aquí. Que es un peligro para los demás alumnos.

– Mira qué bien.

Sebastián apretó ligeramente los labios, decepcionado.

– El señor Brinchburg me ha pedido que te diga que puedes irte por hoy cuando te encuentres mejor. Pero, si eres capaz de aceptar uno de mis consejos, te recomendaría que no lo hagas. Es muy probable que Jaden se quede esperando en la salida a que aparezcas por la puerta. Si te vas sin mí, te dará una paliza peor que esta.

Michael se sintió molesto e irritado por la "prepotencia" de Sebastián. «¿Sin él? ¿Cómo que sin él? ¿Es que acaso dependo de él para que me proteja? ¿Es mi guardaespaldas acaso? ¿Qué se ha creído?».

– No necesito tu ayuda.

El rostro de Sebastián se puso sombrío. Había llegado al límite de los delirios de Michael. Mejor que se fuese un punto.

– Bien.

Sebastián se levantó lentamente y, una vez erguido, lanzó una última mirada a su amigo. Una mirada indiferente.

– En ese caso, no te molesto más. Me voy a clase. Que tengas buena suerte cuando salgas.

Y, mientras Sebastián se acercaba a la puerta de la enfermería, una sensación de temor y remordimiento empezó a invadir la mente de Mike. ¿A quién quería engañar? Necesitaba a su amigo. Y, en su interior, sabía que no quería estar peleado con él. Sebastián era la única persona del mundo que lo aguantaba. Si lo perdía, ¿qué sería de él?

Sebastián puso su mano en el pomo de la puerta.

– ¡Espera! —Dijo Michael.

Sebastián se detuvo en el sitio, sin mirar a su amigo. Simplemente se dispuso a escucharlo.

El poderoso ego de Michael le dificultaba hablar, pero hizo su esfuerzo por superarlo. En ese momento, lo único que debía hacer era superar por un momento a su ego.

– Está bien... Me quedaré. ¿Te apetece que nos veamos a la hora del recreo? Te esperaré en la entrada al patio.

– Claro, allí nos veremos —respondió Sebastián, sin mirarlo.

Mike lo miró, incómodo.

– Vale, pues... Hasta luego, supongo.

Sebastián salió de la enfermería y cerró la puerta tras de sí.

Michael volvía a estar solo. Bueno, en realidad nunca podía estar solo. Su asqueroso cuerpo lo acompañaba día y noche sin descanso. Era su maldición, y su condena.

Se recostó sobre la blanca y poco mullida cama de la enfermería y volvió a sentir la somnolencia corriendo por su cerebro.

No llevaba más que unas horas sobreviviendo a ese día de mierda, y ya había sufrido un accidente de gravedad provocado por una imprudencia: defenderse.

Supuso que, muy a su pesar, la había cagado bien cagada. Ahora le tocaba andarse con mil ojos en cualquier lugar, no fuese a ser que se topase con ese sociópata de Jaden Woodgate.

Decidió no pensar en ello y, simplemente, volvió a quedarse dormido.

Cesta de margaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora