Capítulo 1: La discusión // Parte 7

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El callejón se extendía ante ella, provocándole una ligera claustrofobia. Se sentía oprimida mientras caminaba. El mal agüero que sentía mientras caminaba por las calles de Pales había vuelto a ella, pero esta vez era mucho más intenso. Sentía asco. Pero, pese a todo, ahí estaba. Caminando hasta el final de un ponzoñoso callejón en busca del gato de una mocosa. ¿Cómo había llegado a aquella situación? No recordaba nada. Era como si...

– Ven, gatito. Pss pss pss pss. Vamos Church. Ven aquí.

Enfocaba con su linterna a todas partes intentando encontrar a ese maldito gato, pero no había nada.

Siguió caminando aún más profundo dentro del callejón, hasta que llegó a un punto en que este viraba de una manera muy exagerada hacia la izquierda. Era posiblemente el callejón más raro que Sarah había visto nunca. Y, para su desgracia, su linterna se apagó como si de un cliché de historia de terror se tratase.

"No puede ser. ¡Me cago en la puta!" —Maldijo.

Continuó caminando durante varios metros más, a oscuras, mientras agitaba la linterna para hacerla funcionar hasta que, de pronto, un olor nauseabundo llegó a su nariz y, varios pasos más tarde, pisó sobre un extraño líquido. Sus pies chapoteaban en él. Entonces, como un excelente cliché, su linterna volvió a encenderse de repente.

Los ojos de Sarah se abrieron como platos ante el horror que estaba presente frente a ella. Lo que estaba pisando no era otra cosa que un charco enorme de sangre proveniente de un cadáver completamente hecho pedazos. Era el cuerpo de un señor que en vida parecía haber sido corpulento, pero ahora sólo quedaban pocos trozos de grasa en su abdomen. Estaba decapitado, aunque su cabeza no estaba en el lugar. Sus extremidades estaban roídas hasta el hueso. De su abdomen sobresalían unos míseros centímetros de lo que quedaba de sus intestinos. Tenía marcas de dentelladas en todo el cuerpo. Y su entrepierna... El lugar donde debían estar el pene y los testículos había sido sustituido por un enorme hueco negro del que salían restos de sangre cuajada por el frío.

Sarah quiso gritar, pero no pudo hacerlo. Lo único que ocurrió fue que todo vino a su mente como un golpe con un bate de béisbol: su afición por los libros y la escritura, Henry, la zorra de Tamara Fairfield, las voces... y la bestia que su imaginación había creado para asustarla. La misma bestia que ahora se acercaba lentamente hacia ella, caminando por el callejón. Y esta vez no eran fantasías. Esta vez la sentía de verdad. Sus pasos eran reales, el ruido de sus pezuñas clavándose en el suelo era real. Todo era real.

Estaba inmóvil, mirando fijamente hacia el cadáver. No podía mover ni un solo músculo de su cuerpo. Y aunque pudiera, ¿a dónde iba a ir? No había salida. Estaba atrapada.

La criatura estaba a menos de medio metro de ella. La oía respirar en su oído. Podía sentir su cálido y maloliente aliento en el cogote. Todo había acabado. Iba a morir. Pero antes de eso, la criatura habló.

– ¿Sabes una cosa, Sarah? Nunca he entendido a los hombres. Una trata de complacerlos, pero parece que nunca es suficiente. ¿Ves a ese tipo de allí? Él también apareció para ayudarme a encontrar a Church, solo que él no parecía querer ayudarme realmente. Tenía otras intenciones. Así que me pidió que lo acompañara hasta el final del callejón. Resulta que, cuando llegamos, el señor quiso jugar a un juego muy divertido conmigo. Un juego con el que ya había jugado antes con papá y algunos amigos suyos. Se bajó un poco el pantalón y me enseñó su cosa. Era muy gordita y se veía deliciosa. Me pidió que la tocara y yo le hice caso. Estaba calentita y me hacía gracia. No era como la de papá. Esta era mejor. Se puso aún más gorda y grande. Estaba impresionada. Me encantaba lo que estaba viendo. Entonces, el señor me dijo que me la metiese en la boca. La verdad es que era muy apetitosa y con papá también lo había hecho. Sabía lo que quería que hiciera, lo que a los hombres les gusta que les hagan. Comencé a darle lametones. Me encantaba su sabor y su olor, olía un poco mal, pero era agradable. Podía sentir cómo se volvía aún más grande dentro de mi boca. Y... como era evidente, me entró hambre. No pude evitarlo, era deliciosa y supuse que, si me había pedido lamerla era porque quería que me la comiese. Así que hice caso. Pero, al parecer, cuando mostré mis dientes, pareció cambiar de idea.

Sarah había escuchado con horror aquellas palabras. Era la voz de Marlene. Aquella criatura tenía la voz de Marlene, pero con un tono mucho más gutural. No podía ser. No, no era posible. Y entonces recordó. La voz que había oído en su cabeza en casa de Henry era la de Marlene. Había sido Marlene todo el rato. Y ahora estaba detrás de ella.

– Marl...

No pudo terminar, pues el último sonido que pudo escuchar fue el de una garra deslizándose en el aire, cortando su cuello. La última imagen que vio fue desde el suelo, viendo cómo su cuerpo decapitado se desparramaba por el suelo, expulsando un torrente de sangre del lugar en el que, hace un segundo, había estado su cabeza. Se dice que, cuando un cuerpo es decapitado, la cabeza permanece consciente durante unos segundos antes de morir. Y, antes de que todo se pusiese borroso, pudo ver los ojos de la bestia. Unos ojos completamente blancos que la miraban con hambre.

Cesta de margaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora