No podía haber peor inicio de año que el que acababa de tener Michael Coleman ese día. Acababan de dejarlo inconsciente de un golpe, y su cara fue dejada como un poema. Ahora estaba en una camilla de la enfermería de Brinchburg, durmiendo la mona del puñetazo.
Jamás en su vida le habían dado un puñetazo así. Había sufrido empujones, patadas, bofetadas, tirones de calzoncillos, golpes en el estómago, retorceduras, tener la cabeza metida en un váter, polvos pica-pica e incluso, una vez, una quemadura provocada por un petardo. Pero jamás en su vida había recibido un puñetazo a puño cerrado directo en la nariz, que le había hecho volar por los aires y caer de espaldas al suelo.
Y ese golpe había sido dado por el mismísimo cabronazo de mierda de Jaden Woodgate. El mismo Jaden Woodgate que había tenido que ver en algunas de las cosas que había tenido que sufrir durante su adolescencia. Sin embargo, pese a todo, Jaden no había realizado la mayoría de ellas. Más bien, a Jaden le entusiasmaba intimidar. Le gustaba insultar y ser temido. Más de una vez había tenido encontronazos con Michael, quien había sufrido sus putas mierdas de matón cuando Sebastián no andaba cerca.
Y ahora acababa de firmar su sentencia de muerte. Desde que recibió aquel puñetazo lo sabía. No, desde que pronunció el verdadero nombre de Jaden lo sabía. «Julie», le había partido la nariz Julie, la puta machorra mazada y con cuerpo de camionero que unos años antes decidió pasarse la biología por el coño para considerarse a sí misma un chico. Ni siquiera se molestó en intentar que la gente simplemente tratase de aceptarlo. No. Decidió que no debía esperar. Quien mostrase algún signo de no creer que de verdad era un chico, conocería el verdadero terror. Sería apaleado por Jaden. El gran y terrorífico Jaden Woodgate, el «hombre» con quien jamás debías meterte.
Y Michael se había metido con él, y había pagado por ello. Bueno, eso es lo que pensaba. Pero al tratarse de Jaden, aún le quedaba mucho por pagar. No había hecho más que empezar el año y ya se había buscado a alguien que quería acabar con él. Buen trabajo, Mickey, la has jodido bien. Y ahora estás inconsciente en una camilla de enfermería, con la cara amoratada y una nariz que, si el puñetazo de Jaden hubiese tenido un par de newtons más de fuerza, habría quedado resquebrajada en mil pedazos.
Pero había algo que Michael no podía negar. Tras tanto tiempo entumecido, con el cerebro dormido, los músculos anestesiados de forma natural y su mente dispersa en millones de pensamientos diversos que no le permitían pensar con claridad, aquel puñetazo le había despejado por completo. Había despertado por un instante a todo su organismo. Se sintió vivo. La sorpresa, el dolor, el ardor y la caída le habían hecho sentir vivo. Aunque el coste había sido una cara destrozada, una nariz casi rota y un enemigo mortal.
Al menos Sebastián le había protegido. A pesar de su estúpido enfado con él por invitarlo sin su permiso a la fiesta en honor al señor Anderson, su amigo le había protegido de recibir una paliza mortal. Pero, ¿hasta cuando podría Sebastián protegerlo? No estaría siempre con él para sacarle de todos los fregados en los que él solito se metía.
Pero, ¿y qué debió hacer entonces? ¿Agachar la cabeza y recibir los insultos de Jaden sin hacer nada? No. Responderle había valido completamente la pena. Al menos eso pensaba ahora; tal vez cuando estuviese sólo por la calle y se cruzase con Jaden y lo atrapase no pensaría lo mismo.
Hasta entonces trataría, primero de todo, despertar.
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Cesta de margaritas
HororTras treinta años de paz, una pequeña ciudad de Montana, rodeada de frondosos bosques, comienza de nuevo a ser asediada por una extraña serie de asesinatos. Los cadáveres aparecen por las noches en las oscuras calles de la ciudad y todos con un aspe...