Capítulo 1: La discusión // Parte 3

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– ¡Que no te parece bueno!

Sarah estaba que echaba chispas ante la (injusta) poco agraciada opinión de su novio, que estaba tumbado a su lado en la cama, aun recuperándose del polvo que acababan de echar hacía unos diez minutos.

– Vamos, amor. Yo no he dicho eso. Simplemente digo que has escrito relatos mucho más merecedores de ese premio.

– Henry, has dicho, y cito textualmente, "no creo que ese relato mereciese el primer premio".

– Sí, bueno... no es eso lo que quería decir. Me refería a que ese relato no me parecía tan bueno como otros del concurso, y me extraña porque los has escrito mejores.

Sarah frunció aún más el ceño y apretó los dientes de rabia. Puede que fuese humilde y tranquila en todo lo demás, pero cuando alguien que le importaba, como era el caso de Henry, decía eso de una de sus obras...

– ¡Y lo vuelves a decir! "No merecías ganar ese concurso". ¿Qué coño te pasa?

Henry comenzaba a agobiarse. Era la primera discusión que tenían en todo el largo tiempo que llevaban de relación. Sabía bien que debía tener cuidado con lo que decía para no estropearlo.

– Amor, estás siendo irracional. — Y la cagó.

Sarah lo miró, incrédula.

– Perdona, ¿qué?

– Me encantan todos tus relatos. Pienso que La mirada que ciega es insuperable. Me encantó ese relato. También te lo marcaste con Gélidos cánticos y con Luna, alba, ocaso. Simplemente pienso eso, que El cisne que gritaba a la fulana no es tu mejor obra. Eso es todo. Simplemente pienso que no has dado todo lo que puedes dar con este relato.

Viendo el gesto de incredulidad que Sarah tenía en su rostro uno podía darse cuenta de que llevarle la contraria a una escritora orgullosa —una "artista de la prosa", como la llamaba Tina Collins— sobre una de sus obras después de haberte acostado con ella no es muy inteligente. Henry no era consciente de que estaba rompiendo una norma vital de la sociedad: No criticar el arte de quien vive convencido de que es el mejor si no quieres ganarte su antipatía. Pero él no sabía por qué se ponía así. Era la primera vez que veía a Sarah tan enojada como lo estaba aquella noche. ¡Pero era ridículo! Él sabía que se estaba comportando como una cría que no acepta que le lleven la contraria. ¿Dónde estaba su verdadera Sarah? ¿Dónde estaba esa Sarah cariñosa y simpática que siempre se tomaba las cosas bien?

Sarah, con un tono despectivo y muy malhumorado le respondió:

– Está claro que no has entendido nada del relato. El cisne llora por la fulana. Llora porque la ve sufrir. Grita intentando captar su atención pese a ser consciente de que nunca podrá acercase a ella. Nunca podrá cuidarla ni estar a su lado, ya que sólo es un animal de estanque. Sólo podrá amarla desde la distancia, arruinándose la garganta mientras grita su ahogado graznido de dolor...

Pasaron unos segundos de incómodo silencio hasta que Henry trató de responder.

– Bueno, tal vez sí que sea...

Pero no pudo terminar, pues vio cómo la chica a la que tanto amaba, con la cabeza agachada, comenzó a llorar a lágrima viva.

– Soy horrible... Ya sé que soy horrible. No sirvo para ser escritora. —Decía entre sollozos, después de haber ganado OTRA VEZ el premio de literatura de Brinchburg.

Cesta de margaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora