Bajo la Máscara

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El pequeño y anodino comedor estaba abarrotado de la parafernalia clásica: guirnaldas de calaveras, globos con forma de murciélagos, pastelitos redondos y naranjas que simulaban ser diminutas calabazas. Incluso las paredes y estanterías estaban llenas de falsas telarañas, con arañas aún más falsas.

Angus sujetaba, a duras penas, una sonrisa de guasa al observarlo todo al tiempo que se veía embargado por una profunda gratitud.

—¡Por Angus! —exclamó uno de sus amigos alzando su vaso. El resto de invitados lo imitó y Angus devolvió el gesto, sonriente—. Nos apena que te vayas, amigo. Pero te deseamos lo mejor.

>>. Esperaremos que vuelvas a Irlanda algún día. ¡No te olvides de nosotros!

Vosotros me olvidaréis a mí, pensó Angus con pesar.

Tragó el refresco, más amargo de lo normal y las burbujas le rasparon la garganta. Arrugó el vaso de plástico observando los rostros felices de sus amigos. Las conversaciones, detenidas por el brindis, se reanudaron, y él se volvió clavando la mirada en la ventana que daba a la calle.

Todo estaba mojado fuera, pero la lluvia por fin había parado.

Muy apropiado pensó consultando el reloj de la pared. Ya es la hora.

No obstante, remoloneó un poco más cerca de la mesa de los aperitivos sin tomar ninguno. Sus ojos buscaron la puerta de la calle y resopló, justo cuando alguien tiraba de su manga con firmeza.

—¡Hola, Angus!

Una chica ataviada con un bello vestido rojo estaba tras él. Sus ojos, bien abiertos, brillaban con fuerza.

—¡Hola, Caer! —respondió él.

Se observaron mutuamente hasta que la jovencita se balanceó sobre sus pies, como estirándose hacia arriba. Su voz sonó como el gorjeo de un pajarillo.

—¿Te gusta la fiesta?

—¡Sí, claro! ¡Gracias! Es la mejor fiesta de... Halloween en la que he estado.

—Anda ya...

Caer se sonrojó desviando la mirada un momento y Angus frunció el ceño.

—¿Estás bien, Caer? No sueles ser tan callada...

La joven dio un respingo, dejando caer su peso de golpe.

—¡Ya!... Suelo hablar mucho, me lo dicen siempre —reconoció con una mueca—. Sobre todo cuando me pongo nerviosa, como ahora... ¡No porque tú me pongas nerviosa! Eso no tendría sentido, ¿verdad? Es por... por la fiesta, creo. Bueno, no la fiesta... Halloween... ¡No es que Halloween me de miedo! ¡Claro que no! ¿Cómo podría? ¡A mis dieciséis años sería una tontería!

Angus espatarró los ojos y cuando no pudo aguantar más estalló en carcajadas. La chica calló de golpe y se llevó una mano a la boca, consternada, pero él le rozó el hombro de forma amistosa.

—¡Te voy a echar tanto de menos, Caer!

La chica tembló de pies a cabeza y su piel se confundió con el tono de su vestido.

—Y yo... también —murmuró, alzando sus ojos pardos muy despacio—. Y por eso yo... quería... —Carraspeó y Angus arqueó una ceja notando la tensión que desprendía su cuerpo. Pero una nueva mirada al reloj le recordó que su tiempo se había consumido.

—Disculpa, pero tengo que irme ya —le dijo. Caer separó los labios y el inferior le tembló—. Lo he pasado genial este curso en clase contigo.

Ella parpadeó, relajando su cuerpo con un suave suspiro.

—Yo también, Angus —Y añadió—. Buen viaje.

—Adiós, Caer.

—Adiós...

Le tomó unos cuantos minutos más despedirse de aquellas personas con las que había compartido un año y a las que no volvería a ver.

Al salir a la calle, Angus se detuvo en el umbral de la casa para llevarse una mano al pecho; sentía un molesto peso en su corazón. Apretó los párpados, bajó los escalones para incorporarse a la acera y comenzó a alejarse.

La noche era oscura y el viento frío de octubre arrastraba la humedad de la tormenta mientras dejaba atrás las calles más transitadas de la ciudad y avanzaba rumbo al norte, donde los barrios estaban más vacíos y la luminosidad de las farolas disminuía cediendo terreno a las sombras.

Apretando los puños en los bolsillos, Angus creía poder sentir aún la calidez de sus amigos, en especial la de Caer... Sonrió contra el cuello del abrigo pero solo unos instantes porque, al fin y al cabo, todo había terminado. Cada paso que daba y se alejaba, hacía que sus amigos le fueran olvidando. Era parte de las reglas. Antes de una hora, se habría borrado de los recuerdos de esos chicos. Como si jamás hubiera existido.

Era duro y por eso bufó, molesto, al cruzar a una acera menos iluminada para deshacer su disfraz humano. La magia volvía a él, perezosa, tras un año de letargo. El cosquilleo que nació en sus pies, recorrió su cuerpo hasta las puntas de su cabello; Angus gimió y se estiró, como si acabara de despertar. Se detuvo frente a un charco iluminado por la tenue luz de un farol y se observó.

Aquí estoy de nuevo. Y le guiño un ojo a su reflejo.

Su cabello era ahora del tono dorado exacto del sol y sus ojos verdes, más grandes y luminosos, contenían la esencia de miles de años vividos. Su piel aterciopelada resplandecía volviendo arrebatadores sus rasgos. Su postura se irguió, sus ropajes se volvieron regios y al invocar sus poderes, un manto cayó sobre él desde el cielo.

Fue decepcionante verlo.

Ha perdido su color pensó observando el tono desvaído de las franjas verdes y amarillas que lo decoraban. Igual que mi magia. Quizás era inevitable después de todo un año sin usarla o quizás era por otro motivo.

En cualquier caso, se lo echó sobre los hombros esperando que le mantuviera oculto de miradas indiscretas hasta que llegara a su destino. Mejor si nadie veía a un antiguo dios celta paseando por las calles de Irlanda a esas horas de la noche.

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Hola ^^

Voy a subir la historia del tirón, pero aquí tenéis el primer capítulo.

Gracias por leer y por favor, escribirme con vuestra opinión.

Besotes.



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