Nada más poner los pies en el exterior fue dolorosamente consciente de que aquella sería su última vez.
El aire limpio de la superficie le rozó el rostro y él respiró hondo, aspirando los particulares aromas que el viento arrastraba. Se recreó observando los espinos del jardín del caserón. Al llegar horas atrás no se había fijado en que estaban florecidos y cargados de frutos rojos.
Salió de la propiedad de la casa y de vuelta en la calle, emprendió su camino.
Se sintió decepcionado al comprobar que su deseo de libertad seguía palpitando en él. Quizás habría sido presuntuoso esperar verse liberado y que así la despedida no fuera tan dura; ser responsable también significa renunciar a aquello que amas. Pero, y esto también le sorprendió, no se sentía forzado a regresar. Él había tomado la decisión de hacerlo y eso le permitía cumplir su destino con algo de serenidad.
Ahora contemplaba sus viejas ideas y reconocía que había estado confuso en muchos aspectos. El sentirse fuera de lugar con respecto a sus congéneres y su mundo de tradiciones le había forzado a rechazarlo todo. Él mismo se había envuelto en una soledad de la que culpaba a su padre y a los demás.
Pero la aparición de Caer le había abierto los ojos.
Gracias a ella había comprendido el sentido de transmitir las viejas historias a aquellos que no las conocen, había recuperado sentimientos que le eran muy queridos y sentía ganas de luchar. Caer había resucitado a un Oengus distinto; un dios que creía en el amor y por eso enviaba a sus pájaros mágicos para unir a los enamorados, que podía inspirar felicidad en otros con tan solo una mirada. Un dios ingenuo y algo impulsivo, pero en absoluto desencantado consigo mismo y la eternidad.
Un dios que había aprendido que huir no servía para nada.
Así había sido en el pasado y así era como quería conducirse de ahora en adelante. Por eso, sí creía que este nuevo Oengus estaba listo para volver a casa y asumir su lugar.
Solo quedaba, pues, despedirse de la superficie que tanto amaba. Observar, oler y sentirlo todo por última vez para recordarlo siempre.
. . .
La casa de Caer estaba silenciosa cuando llegaron.
Se deslizó, sigiloso, hasta el cuarto de la joven y la tendió en su cama para después arroparla. Seguía inconsciente, pero su adorable rostro había recuperado el color y respiraba plácidamente.
La contempló con cariño. Había sido una buena amiga y por eso sentía que algo se le desgarraba por dentro por tener que alejarse de ella. Se alegraba de haber compartido los buenos momentos de esa noche con ella.
—Dulces sueños, Caer.
Pronunciar su nombre en aquella tenue oscuridad le supo distinto y por alguna razón, se quedó ensimismado mirando uno de los rincones del cuarto. Cuando volvió en sí no supo que le había pasado. Ningún pensamiento acudió a su mente, pero había sentido algo.
Se puso en pie para marcharse pero, distraído todavía, golpeó algo con el pie y Caer se removió en sueños ante el ruido.
—Angus... —murmuró, dormida.
Su nombre (el de su disfraz mortal)... ¿Acaso aún podía recordarle?
Frunció el ceño. Era imposible que guardara recuerdos de Angus pues estos debían haberse desvanecido en cuanto él se fue de la fiesta de Halloween.
Ahora que lo pienso... ¿cómo diantres encontró Caer nuestra fiesta?
No había motivos para que ella estuviera frente al viejo caserón a esas horas de la noche y aunque así fuera, el hechizo de los Tuatha debería haberla repelido.
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Festín de Dioses
FantastikPara los celtas, samhain es la última noche del año. Antaño, dioses y reyes se reunían el 31 de octubre para festejar sus victorias comiendo y bebiendo en sus fastuosos palacios y alzando sus armas, cargados de orgullo. Pero de eso... hace mucho. Es...