No fue planeado 3

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Anne sonrió efusivamente, dejando la última caja en el recibidor de aquella gran casa y pensando las miles de decoraciones y diseños que podrían realizar por las paredes.

"Se ven tan blancas y aburridas. ¿No crees que han de sentirse realmente abrumadas, Gil? Tantos años de desasosiego y monotonía. Yo me aburriría de estar siempre en el mismo lugar con las mismas cosas, sin ver nada nuevo. Estoy segura que a esta casa le vendrá bien un poco de movimiento. Si yo fuera una pared o un sofá, incluso una pequeña cuchara de té olvidada en el espacio más recóndito de este enorme lugar, agradecería por el aire nuevo y la luz saliente cada mañana" había dicho la pelirroja ni bien terminaba de recorrer el hogar, lugar donde ahora toda una familia creciente habitaría.

—Me gustaría preparar los bollos de ciruela de Marilla —comentó Anne, de manera soñadora, sentándose en la mesa de la cocina y contemplando a su esposo dándole el biberón a una Cordelia ya un poco más grande—. Tal vez a Lea le guste... en el orfanato me han dicho que es muy apasionada de la cocina y siempre quería fisgonear por la alacena.

—Lo sé, estuve ahí —sonrió Gilbert, mirando la emoción que Anne emanaba. Luego de meses pensándolo, la mudanza y las expectativas por el camino que decidieran tomar como familia en el futuro, ambos llegaron a una conclusión.

Diana y Jerry se veían muy entusiasmados con la llegada de Marco. Y ahora Anne y Gilbert compartían esa sensación con Lea, una niña de diez años adoptada de un orfanato de Estados Unidos, a muy pocas horas de donde residirían por (quizás) el resto de sus vidas.

—Te noto inquieta —comentó Gilbert, acunando a Cordelia y esperando que su esposa hablara, cosa que no hacía y era sorprendente— ¿Cuál es tu miedo? —preguntó acercándose hasta la esquina de la cocina donde ella se ubicaba.

—A los dieciséis le dije a Matthew y a Marilla que quería conocer más sobre mi verdadera familia —recordó entre un suspiro que la hizo dirigir la mirada al piso—. Ella estaba... creo que temía que decidiera alejarme de ambos según lo que me enterase, como si encontrar datos de mis padres biológicos significara que ellos no son tan importantes para mí.

—Lea tiene diez años, Anne, y si desea preguntar por sus padres le diremos lo que sabemos —apoyó la única mano libre en su hombro y trató de animarla con una caricia—. Una familia la encontró a ella y a su madre cuando emigraban en secreto de Malawi, la mujer se quedó con Lea para cuidarla y poco después debió dejarla en el orfanato.

Anne asintió pensativa, imaginando la cantidad de posibilidades acerca de cómo era la vida de Lea antes de ser adoptada por ellos.

—Cuidaremos bien de ella —aseguró, abrazando a su esposo y acariciando el rostro de su otra hija. No negaría que en el fondo temía no ser buena madre adoptiva, que en ese momento deseaba tener a Marilla a su lado dándole indicaciones.

"Tonterías, Anne. Llegaste a Green Gables siendo tan charlatana e insistente que apenas podía escuchar mis propias ideas sin marearme, y mírate ahora. No quiero llevarme el crédito, pero creo que para ser unos solterones sin experiencia, con Matthew hemos podido llevar el asunto. Gilbert y tú también lo conseguirán "

•••

—¡Pide un deseo! —Apuró John, mirando el pastel con gran añoranza.

Gilbert rodeó a Anne por los hombros y esta lo agradeció, sonriendo al momento que Lea le hacía caso a su hermano.

—¿Qué pediste? —Inquirió Cordelia con aquella fina voz que la caracterizaba, sentada sobre las piernas de su hermana y esperando el momento que el pastel se cortara.

Lea, ya con dieciséis años, miró a todos los presentes, uno por uno, con los ojos cristalizados y cierto agradecimiento. Se encontraba realmente emocionada por esa fecha.

Desde que había sido adoptada amaba las festividades, eso y el consentimiento que su padre le daba. Aunque Gilbert no era alguien a quien le costara darle hasta lo imposible a sus hijos.

—Gracias —se dirigió a sus padres juntando ambas manos con gratificación—. Siempre soñé con esto —aceptó, mirando el pastel réplica perfecta del que Anne había tenido para su decimosexto cumpleaños—, pero no creía que fuera a suceder si les soy franca.

Anne contuvo un sollozo y Gilbert bajó la vista, inundándose en cierta felicidad y melancolía ante aquellas palabras. Si le mencionaban todo aquello unos diez años atrás no se lo creería.

—Cuando me adoptaron no pensé que quisieran soportarme por mucho tiempo —rió—. Recuerdo que Marco me envió una carta diciendo que una hermosa pareja iría a buscar a alguien para adoptar. Me preparé con mi mejor ropa y el resto de las niñas sólo se rieron porque "no era lo que un par de canadienses querrían cuidar", pero me eligieron —unas lágrimas comenzaron a mojar su suave piel morena y los brillantes ojos café se le hincharon de a poco.

>Amo cocinar las recetas de Mary o de la abuela, ir a Green Gables y recordar cuando el abuelo me hacía pasear en los caballos. Me gusta levantarme y tenerlos a todos juntos en la mesa, creo que el destino quería que nos encontráramos.

>Mamá, se qué tienes miedo, papá me lo contó, pero ustedes son mi familia. Y los adoro completamente.

Anne suspiró, sentándose en una de las sillas y quitándose las lágrimas con las manos. Tomó las de su hija ubicada en frente y le dedicó una amplia sonrisa mientras acariciaba sus nudillos.

—Tú eres un deseo hecho realidad que nunca supe que quería —informó con una gran sonrisa, iluminando los ojos de Lea. Luego miró a Gilbert, quién se ubicó en el asiento de al lado y aprobó aquellas palabras sin ninguna duda—. Que nunca supimos que queríamos —se corrigió.

Lea se acercó corriendo al oír aquello y se abalanzó sobre sus padres, siendo seguida por John y Delia, quienes concluyeron aquella alianza familiar repleta de emociones.

El desayuno, como de costumbre, lo pasaron toda la familia junta. Cortaron varios pedazos de pastel y un momento después de que los chicos lo devoraran sin ningún inconveniente Cordelia casi que pidió a gritos poder salir.

Anne y Gilbert habían quedado de acuerdo con que esa mañana Lea podría hacer lo que quisiera (mientras su vida no corriera peligro) y ella decidió sacar a sus hermanos de aquella casa para recorrer juntos todo el pueblo, más específicamente la nueva feria cerca del vecindario. Entre tantas opciones, ella siempre escogía a su familia.

A sus padres no les quedó más que aceptar, con la condición de volver a tiempo para el almuerzo.

—¿Te sientes mejor? —inquirió Gilbert al ver como el semblante de Anne cambiaba completamente luego de que sus hijos salieran corriendo por el sendero de la entrada. Esta asintió mirando desde la ventana y abrazando a su esposo con más seguridad.

—Te amo —dijo entonces y lo miró con un cariño inexplicable—. Los amo a los cuatro.

El pelinegro sonrió antes de besarla tiernamente y acariciar su mejilla.

—¿Podrías amar a uno más? —alzó una ceja con diversión, haciendo que los ojos de Anne se iluminaran al oirlo.

Dos, tres, cuatro. La casa era demasiado grande, perfecta para crear y criar a muchos niños más, ¿no?

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