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—¿Cómo es qué sabes quién soy? —pregunté y retiré mi mano de la de él.

—¿Cómo es qué lo sé? —sonrió cinícamente, y dio un paso al frente de su hermano, Alexander —, ¡medio Londres te conoce! —exclamó. Se acercó a mí, amenzadoramente. Iba a sacar algo pero la mano de su hermano lo detiene.

—No lo hagas, Brandon —le ordenó con frialdad. Enfurruñado, Brandon quitó la mano de su hermano de su hombro.

—Tengo que hacerlo, Alexander —se dirigió a su hermano y luego se volteó hacia mí, sus ojos estaban oscuros y fríos. Oí el sonido de un cuchillo ser empuñado. Miré la mano derecha de Brandon, y efectivamente, tenía un cuchillo en su mano —Ella tiene que morir.

Me va matar. Cerré mi ojos esperando mi final, me cubrí el rostro con mis brazos, pero, no sentí nada. Bajé mi defensa, y abrí de a poco los ojos. Estaba congelado. Brandon lo estaba, ya tenía su ceño fruncido con furia, y el cuchillo lo tenía directo hacia mi corazón. Los únicos que nos podíamos mover, éramos Alexander y yo; Alexander tenía nuevamente, la mano en el hombro de su hermano. La retiró de ahí y me miró igual de despectivo como lo hizo con su hermano.

—Tienes que irte de aquí —me ordenó tranquilo e indiferente —, tienes escuela.

—Gracias —murmuré.

—¿Por qué? —frunció su ceño.

—Por haber evitado que tú hermano me matara —le contesté redundante. Él relajó su compostura.

—Evité que mi hermano cometiera un error —me corrigió —. Otra cosa, es que, tal vez si deberías estar muerta. Pero no es el trabajo de mi hermano, sino, del Círculo Único —aclaró —. Ahora vete a casa.

Lo miré, con una mirada frívola. Me giré y acaté su orden. Fui al aparcamiento, busqué el auto de mi madre y lo encontré. Me monté en él, inserté las llaves y conduje hacia mi casa.

Miré el reloj que tenía la radio del auto, y vi que eran las cinco en punto de la mañana. Entraba a la escuela a las siete en punto. El sueño se esfumó a causa de la adrenalina que había recorrido por mi cuerpo, anteriormente. El semáforo cambió a rojo, y detuve el auto, mientras veía como varios autos pasaban enfrente de mí y me acordé de algo. Hoy se elegían los papeles de Romeo y Julieta. Mierda. Golpeé mi cabeza contra el volante del auto, lo cual provocó que el claxón sonara y que diera un salto del susto. El semáforo cambió a verde.

Pisé suavemente el acelerador, y las llantas del auto comenzaban a moverse por sí solas. Faltaba poco para llegar a casa. Daba vueltas en intersecciones y esquinas, me paraba cuando un semáforo cambiaba a rojo hasta que llegué a mi hogar. Aparqué el auto en la cochera de mi casa. Bajé del auto, y me encaminé a las escalinatas de mármol para llegar a la entrada; abrí la puerta, entré a mi casa, volví a cerrar la puerta pero ésta vez con cerrojo. Pasé por la sala de estar, todavía había pequeños trozos de cristal de la mesa, también había un cuadro roto en el suelo y la flecha que utilicé para matar al cambiante. La adrenalina volvió a recorrer mi cuerpo al momento de recordar la pelea de Bianca, por instinto, subí los peldaños de dos en dos hasta llegar a la puerta de la habitación de mi madre. Giré la perilla y seguía con el pestillo. Joder. Busqué un incaible[1] para poder abrir la puerta. Afortunadamente, logré abrirlo. La puerta soltó un chirrido que hizo que me sobrecogiera, miré a la cama y mi madre seguía dormida; aliviada, volví a cerrar la puerta. Al girarme, me dio un susto enorme. Casi se me salía el corazón por la boca. La figura de Thomas, se encontraba en la penumbra, estático.

—Thomas —pronuncié su nombre —. Casi me da un infarto —siendo metáforica, le contesté aliviada.

—Oh, lo siento —salió de las sombras y pude ver una sonrisa en su rostro mientras se rascaba la nuca —. No era mi intención.

Triangle: The beginningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora