Capitulo 40

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No era de extrañarse que, metiéndose dentro de la boca del lobo, más de uno acabaría herido o, al menos, capturado. Kharin, GuIf y First pudieron entrar a la guarida únicamente porque Thrine había abierto las entradas por ese instante.

Pero, tal y como el pelinegro se lo esperaba, no resultó nada bueno con aquella estúpida decisión. Ellos tendrían que haberse marchado. No comprendía en qué diablos había pensado su compañera de trabajo al correr detrás de aquel tipo. Era obvio que terminarían siendo atrapados.

Y por supuesto que sí. Habían ingresado a la guarida de los lobos sin ningún plan, siendo carne fresca para ellos, y ahora los lobos se encontraban a punto de destrozarlos con sus filosos dientes.

—Defraudado por mi propia sangre... Decepcionante —mencionó un tipo de cuarenta y tantos con la voz rasposa, mientras caminaba de un lado al otro, dejando expuesto entre sus manos una filosa navaja. El mismo vestía de traje negro, combinando a la perfección con sus orbes oscuros—. ¿Acaso pensaban que podrían con nosotros? Debería despedazarlos, pero primero le agradeceré a mi adorado sobrino por mantenerme al tanto de sus absurdos planes.

A su izquierda apareció un joven, quien no era ni más ni menos que uno de los que formaba parte de los "aliados". No era otra cosa, más que un infiltrado que transfería información.

—¡No puedo creerlo, maldito imbécil! ¡Lo juraste! —gritó Thrine con odio, desgarrándose la garganta, mientras se sacudía con desespero en un vago intento por liberarse de las cuerdas que lo conservaban atado.

Su padre, disfrutando del momento al máximo, no tardó en amordazarlo, poniéndole una soga entre sus labios, la cual luego ató con inteligencia por detrás de su cabeza.

—Y veo que se han conseguido amigos nuevos —dijo el aludido para después dedicarse a observar con atención cada rostro de aquellos desconocidos. No descubrió nada interesante, hasta que llegó el turno de analizar a First—. ¿Fhister? —preguntó con turbación al tiempo en el que situaba una de sus manos en la mandíbula de este para girarle la cabeza de un lado al otro, como si buscara algo en su perfil.

—Suéltame, idiota —espetó el pelinegro con el ceño fruncido, enfadado, pues le desagradaba en lo absoluto que le pusieran un dedo encima.

—Fhister Black, que sorpresa que sigas vivo. A tu padre le encantará verte... Verte morir por atentar en contra de tu familia.

***

Nadie en la corporación se había percatado de la ausencia del joven de ojos verdes. Nadie había tomado en cuenta que en aquel preciso instante él se hallaba muy lejos de allí, situándose a una distancia mínima de la guarida de los Black.

Había llegado gracias a su intuición, y claro gracias a que manipuló al chofer que se encargaba de trasladar al menor en el auto.

Mew dispuesto a enfrentar lo que sea con la finalidad de poner a salvo a su novio, pretendió ir sin más al metro. Aunque ni siquiera sabía a dónde se dirigía. Sin embargo, una furgoneta negra, que por poco no lo atropelló, se interpuso en su camino. Una de las puertas traseras de la misma se abrió dejando ver a un chico casi castaño, el cual él recordaba muy bien. Bright lo hizo entrar con rapidez, y entonces el vehículo aceleró.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó el ojiazul en un estado de alteración y nerviosismo que ni él podía controlar.

—Ugh... Me enviaron para ayudar —mintió, sosteniéndose de donde podía—. Necesito entrar allí, no sé cuánto tiempo nos queda.

—¿A ti solo te enviaron? ¿Acaso es una broma? No podrás con todos ellos, porque sí sabes quiénes son, ¿no? En cuanto vean que tus ojos son verdes te asesinarán sin pensarlo.

—Ahí está... —mencionó de repente Mew al darse cuenta que en una de las tantas pantallas que había allí estaba GuIf atado a una silla junto con otras personas—... T-tengo que s-salvarlo... así como él me salvó a mí.

—Mew, tú no...

—Cierra la boca y ayúdame a entrar allí —espetó cansado de escuchar que él no podía. Claro que podía. Él podía hacer todo lo que los demás creían que no—. No me importa quienes sean. No me importan cuántos sean. Tienen a GuIf y eso me basta para arriesgarme a lo que sea. Y sé que podré, ¿me crees incapaz? Pruébame.

—Esta... b-bien —balbuceó Bright intimidado—. Pero necesitaremos un plan...

Dicho eso, tomo asiento frente a las variadas computadoras que allí tenía a su disposición. Mirando las pantallas, comenzó a formular en su mente algún tipo de seguimiento que podría servir para que Mew no muriese en el intento.

—Para entrar necesitas un código de números el cual ya lo capté con las cámaras, pero para la segunda entrada... Tal vez... No lo sé, podría... ¡Sí, eso es! —exclamó con entusiasmo y se levantó del asiento en busca de un pequeño auricular inalámbrico. Ni bien lo encontró se lo tendió a Mew—. Póntelo, de este modo me comunicaré contigo. Seré tu guía. Con la ayuda de las cámaras te iré informando por dónde debes ir y si hay alguna amenaza cerca.

Mew se lo colocó en el oído sin reproches. No había duda de que le agradaba la idea.

—Cortaré la electricidad por un breve momento. Los rayos laser se desactivaran, pero estoy seguro de que tienen un generador, por lo que tal vez duren unos muy pocos segundos desactivados. En cuanto te de la señal, tienes que pasar lo más rápido posible o sino estos te harán trizas. ¿Tienes arma?

El menor le enseñó su arma reglamentaria, la cual era una pistola sin más.

—Bien, te daré un silenciador y munición —dijo Bright, removiéndose dentro del lugar, buscando lo recién mencionado—. Estás consciente del gran peligro que correrás, ¿no? Una mala jugada y olvídate de que podrás ver el sol de nuevo.

—Que gran manera de alentar —comentó Mew, tragando en seco, tratando de concentrarse y alejar las suposiciones pesimistas.

Debía pensar en positivo, debía mantenerse optimista, porque sabía que una actitud positiva atraía un sinfín de cosas buenas.

Una vez que estuvo todo explicado y aclarado, el chico de ojos verdes se encontró dispuesto a abandonar la furgoneta con la intención de adentrarse en la boca del lobo. Pero, un segundo antes, Prach lo detuvo, llamándolo desde la ventana del piloto.

—Tráeme a First con vida, te lo suplico —fue lo que dijo con su mirada triste.

Mew asintió desde la distancia, y aunque no sabía de quién hablaba, él lo traería junto con su chico. Sin importar cuánto le costase.

De esta manera, paso a paso, el chico de ojos verdes se fue adentrando al mismísimo infierno. Aquel lugar oculto bajo tierra, al cual sólo entraban las almas más oscuras. Y él era un ángel lleno de vida... Un ángel que se transformaba en un pequeño demonio lleno de ira si se lo apartaba de su otra mitad. Un ángel que nada más quería hacer justicia rescatando a un ser que no pertenecía a ese siniestro sitio. Él sólo ansiaba sacar del infierno a su amado ángel guardián.

Pelîgrō dē Êxtīnción ೫ MēwGûlf [Adapt.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora