«Capitulo 5»

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Gulf estaba demasiado feliz.

Había conseguido su propósito y no tendría que pasar por la dolorosa situación de ver como alejaban al chico de ojos verdes de él. Aunque todavía no debía cantar victoria, First le dijo que lo hablaría con Seich y la verdad no podía pretender mucho del pelinegro, solo esperaba que hablara a favor de él y no en contra; anhelaba que convenciera a su jefe. Después de todo Gulf sabía que él no era tan malo como aparentaba serlo.

El castaño le agradeció con una deslumbrante sonrisa al agente First. Estaba a punto de tomar las pertenencias de Mew para llevárselo con él a su departamento, pero un segundo antes First lo detuvo.

—No hagas que me arrepienta —le dijo éste en un tono seco.

—¿Crees que lo haría?

Intentó de nuevo agarrar las cosas del rizado que yacían en el suelo, pero otra vez su compañero intervino sin dejarle.

—Gulf, tiene dieciséis años, no dieciocho, no diecinueve, dieciséis y además —dirigió su mirada hacia donde estaba Mew, el ojiazul también lo hizo y ambos observaron al pequeño que todavía permanecía en frente del ventanal, el cual empañaba el vidrio con su aliento para luego disponerse a dibujar con su dedo por encima del mismo—... míralo, ¿crees que podrás encargarte de un chico como él?

Sin embargo Gulf no pudo ser capaz de responder ya que se quedó tildado mirando aquella imagen, embobado ante la inocencia e inocuidad de Mew. Se descubrió a él mismo sonriendo de oreja a oreja, siéndole imposible no sentirse encandilado.

El rizado no tardó en percatarse de que dos pares de ojos estaban mirando en su dirección y, al voltear la cabeza y descubrir que afirmativamente lo estaban observando a él, sus mejillas se enrojecieron. No le gustaba para nada la mirada oscura del chico que estaba junto al castaño, le producía escalofríos, él prefería mucho más la mirada cálida y tranquilizante de Gulf.

—¡Gulf! —exclamó First con el fin de sacar a su compañero de su transe.

Éste sin siquiera borrar la sonrisa de su rostro se giró para ver al pelinegro que había gritado su nombre, pero no tenía idea de por qué.

—No me digas que no es una cosita tierna —dijo con su voz aguda, actuando como todo un quinceañero. No obstante, al notar que First lo fulminaba con la mirada teniendo el ceño fruncido, se recompuso recuperando la cordura que había perdido—. Sí, lo siento, ¿qué me habías dicho?

—Gulf, no lo repetiré, quiero que te estampes en la cabeza que tiene dieciséis años y algo que es peor actúa como si tuviera menos.

—Ya nos quedó demasiado claro que tiene dieciséis —se coló en la conversación Prach sin poder evitarlo—. Relájate viejo, todos aquí sabemos que Gulf se encargaría muy bien de él.

—¿Alguien te dio permiso para hablar? —First cuestionó con brusquedad mirando con su penetrante mirada a Prach.

—Uy, no sabía que ahora también tenía que pedir permiso hasta para respirar.

—Cierra la boca.

—De acuerdo, lo siento.

—No quiero ser desubicado, pero tengo ojos grises a mí no me podrás callar —habló otro de los presentes en la sala—. Y solo quiero decir que la tensión entre ustedes se siente hasta las nubes —agregó, señalando al pelinegro y al castaño de ojos azules con el dedo índice—. Así que First deja de pretender que Gulf lo quiere para otra cosa y deja que se lo lleve.

—¿Eso es lo que crees? First, por favor, ni que tuviera intenciones de violarlo —contestó un indignado Gulf—. Sabes como soy, tan solo quiero cuidarlo, eso es todo. —Decidido e imparable tomo el bolso de Mew junto con la manta y el oso— Y si no les importa, me largo de aquí.

Dicho eso camino a pasos rápidos hasta donde estaba Mew, al llegar le susurró que era hora de marcharse. El ojiverde asintió con la cabeza y sin titubear entrelazó su mano con la de Gulf, acción que al mayor le tomo por desprevenido y le sorprendió, pero no hizo nada para oponerse. Así que abandonaron juntos la sala de reuniones, tomados de las manos.

Por tercera y última vez en la noche se subieron al elevador. Mientras descendían piso por piso hasta la planta baja Gulf intentaba relajarse pues, la actitud de First le irritaba. No entendía cómo podía pensar de aquella manera, él no era capaz de hacer algo así; jamás se aprovecharía de alguien. Se encontraba tenso y de mal humor, aunque no deseaba seguir estándolo porque odiaría tratar mal a Mew sin querer, no se lo perdonaría. Por lo tanto respiró hondo y se dedico a disfrutar del suave tacto del rizado sobre su mano.

—¿Me llevarás a casa? —preguntó el pequeño en cuanto llegaron a la planta baja y comenzaron a caminar hacia la salida.

Gulf frunció los labios. Había olvidado que ahora él sería el encargado de decirle toda la verdad, pero ¿cómo se lo diría sin que sonara tan feo?

—No, pequeño, vendrás conmigo —se limitó a decir por el momento, luego hablaría del tema más adelante.

Gulf saludó a otros guardias de seguridad que se encontraban de pie en la entrada, los cuales al rizado le causaban cierto miedo pero estaba junto al castaño, no podría pasarle nada, él se lo había prometido.

Cruzaron la puerta y apenas salieron una ráfaga de viento los azotó con violencia. El clima estaba muy frío y para Mew, que estaba desabrigado y descalzo, era un infierno. La brisa helada le erizaba la piel y su cuerpo empezaba a temblar sin permiso. Gulf, advirtiendo aquello, lo cubrió con su manta azul y aceleró el paso para llegar más rápido al estacionamiento.

Por encima de ellos se hacían presentes unas grandes, monstruosas y oscuras nubes que amenazaban con empaparlos si el agua que contenían se precipitaba. Unos estruendosos truenos se oyeron haciendo sobresaltar al pequeño de orbes verdes, quien además de temblar de frío temblaba de miedo, ya que esos ruidos le asustaban.

Una vez que ingresaron al estacionamiento, el castaño se apresuró a abrirle la puerta del copiloto a Mew, él subió sin protestar y se relajó cuando estuvo allí dentro sentado en la comodidad del auto del ojiazul, donde ni el frío ni los truenos podrían atacarlo. Gulf abrió la puerta de atrás y arrojó con cuidado las cosas de Mew en los asientos traseros, cerró la puerta y rodeó el coche para luego subirse en el lugar del conductor.

—¿A dónde iremos, Gulf? —preguntó curioso el rizado mientras se acurrucaba en el asiento tapándose el cuerpo con su mantita azul.

—A mi casa —contestó colocándose el cinturón de seguridad—. Espera, déjame... —se inclinó hacia Mew para destaparlo y poder abrocharle a él también el cinturón de seguridad, después de hacerlo lo cubrió nuevamente con la manta.

Mew sintió algo extraño al tenerlo tan cerca, pero no supo que era. Antes, cuando estaba en brazos de él, no se dio cuenta de esa sensación puesto que tenía demasiado miedo y la segunda vez estaba ahogándose por culpa del asma.

Sonrió al percibir la ya familiar y rica fragancia que de su cuerpo emanaba; Gulf olía bien, tan bien que podría ser capaz de decir que se había vuelto su olor favorito.

Pelîgrō dē Êxtīnción ೫ MēwGûlf [Adapt.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora