«Capitulo 11»

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Habiendo transcurrido una hora y media desde que ocurrió aquel para nada lindo incidente, Gulf y Mew ya estaban llevando a cabo uno de los planes que se había visto interrumpido por el trabajo del mayor: se encontraban de compras en el súper. Gulf aprovechó que su jefe le dio el resto del día libre para poder cumplir con algunas de sus tareas pendientes. Así que luego de haber pasado por el departamento para cambiarse el uniforme por ropa normal, ambos partieron para el comercio más cercano ya que lo primero que se necesitaba eran alimentos; el castaño pensaba en prepararle al pequeño algo rico para cenar. 

Gulf empujaba con sus dos manos el carrito de compras por un angosto pasillo del supermercado, en el mismo estaba Mew sentado con las piernas flexionadas mirando con atención todo a su alrededor. El ojiazul cada tanto frenaba para tomar algún producto y pasárselo al rizado para que éste lo acomodase en algún lugar de entre sus piernas.

Mew recordaba a la perfección cuando hacía exactamente lo mismo con su mami, ella siempre utilizaba el carrito para que su hijo pudiese subirse en el aunque tan solo fueran a comprar un par de cositas. La diferencia era que cuando iba con su mamá tenía la manía de pedirle lo que él quisiese, pero con Gulf no se animaba y por tal motivo se quedaba en silencio, observando como su caja de cereales favorito se quedaba atrás, en el estante. Pero para su suerte el castaño lo notó y retrocedió.

—¿Quieres uno de estos, Mew? —preguntó señalando con el dedo índice la respectiva caja de cereales que el ojiverde tanto estaba mirando.

El susodicho esbozo una leve sonrisa y se limitó realizar un asentimiento de cabeza como respuesta.

—No tengas miedo de pedirme algo, ¿si, pequeño? —dijo mientras se ponía de puntitas para lograr alcanzar los cereales.

Mew asintió de nuevo, riendo al ver que se le había caído la caja encima. Y a Gulf simplemente le encantaba escucharlo reír.




Comieron pasta, rica y deliciosa pasta. Gulf no se acordaba de cuánto había pasado desde la última vez que había cocinado, pero si sabía que había sido hacía mucho tiempo, tanto que se sorprendió al probar su propia comida y darse cuenta de que le salió mejor que nunca. Se sintió más que satisfecho; después de todo no resultó ser en vano la gran dedicación que le puso para que la pasta saliera exquisita. Y no era el único al que le había gustado, siendo que Mew disfrutó de cada bocado.

Al terminar de comer, el chico de orbes azules se decidió por lavar los platos que tenía sucios y no solo los de esa noche, sino todos los que venia acumulando de días anteriores. Mientras que, por otro lado, el rizado se había ido a cepillar los dientes y a colocarse su pijama.

Una vez que el mayor acabó con su tarea en la cocina se dirigió al baño a lavarse las manos, pues detestaba que éstas quedaran con olor a detergente. A continuación se adentró en su cuarto y sonrió al divisar a Mew metido en la cama, cubierto con sus blanquecinas sábanas. Apagó la luz, dejando la puerta entreabierta para que la iluminación del pasillo pudiese entrar de modo que la habitación no quedara oscura en su totalidad y se acercó a la cama. Daba por hecho que el menor querría que se quedara junto a él hasta que se durmiese, así que se quitó el calzado y se recostó a un lado de Mew.

Por otro lado, el rizado estuvo toda la tarde intentando encontrar el momento indicado para poder animarse a hacerle una pregunta sobre un tema que le generaba mucha curiosidad y no quería que el día terminara sin habérsela dicho, por lo cual pensó que el momento era ese.

—Gulf... —le llamó éste con un poco de timidez, acomodándose mejor para mirarlo a los ojos— ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí, Mew, lo que quieras.

Pelîgrō dē Êxtīnción ೫ MēwGûlf [Adapt.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora