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Nivel 29
❝Asesinar❞

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Rusia ya no tenía nada.

No tenía nada, ni a nadie.

Se miraba en el espejo con desgana, no lograba reconocerse a si mismo. Le faltaba un ojo, una mano. Su cabeza dolía horriblemente debido al golpe del martillo que el chino le había proporcionado. Tenía vendas por todo su cuerpo, el cual lloraba, lloraba sangre en cada uno de sus rincones.

Cerró sus ojos con fuerza, dejando salir más lágrimas.

Sentía una presión muy fuerte en su corazón. Era tan doloroso. Divisarse en ese estado tan precario, de una manera en la cual nunca imaginó verse. Siempre imaginó que su vida con el chino sería hermosa, de colores rosas, lleno de sonrisas, y luciérnagas, y flores...

Pero obviamente no fue así.

¿Qué había hecho mal? Pensaba demasiado en eso, culpandose a si mismo de eso. Soltó un suspiro entrecortado, pensando en que quizás, nunca fue un buen novio. Que nunca fue lo suficientemente bueno como para merecer amor, amor por parte del chino.
Recordaba las palabras de este, gritandole en la cara que no es nada bueno, que no vale la pena, que es un inútil inservible.

¿Tan malo era despertar y verle la cara? ¿Tan desagrable lucía? Miró su brazo, elevandolo levemente. Creía que podía sentir su mano faltante. Pensaba en que quizás, ahora sí era un inútil. Bueno, si antes lo era, ahora eso se potenciaría, ¿No?

Sus piernas tardaron en recuperarse, estaban casi partidas. Tenía migrañas muy seguido, pues claro, además del martillazo, había rodado por las escaleras. Pero no era sólo por eso, también se provocaba al recordar los últimos días del alemán.

Eso le preocupaba más, le preocupaba más el alemán que él mismo.

Porque había sido si culpa.

──P-perdóname, Alemania.. P-perdóname...──miraba al cielo, pronunciando aquellas palabras. Se encontraba en la terraza de su hogar, apoyado en el barandal, observando el cielo levemente nublado. Una suave brisa de viento movía sus cabellos, en el fondo quería pensar que se trataba de su amigo, que lo observaba desde el otro mundo.──Y-yo... Yo te amaba... te amo aún, Ale... O-ojalá algún día puedas perdonarme...──porque se sentía culpable de aquello.

Si no fuera por su estupidez, por haberse separado antes del chino, nada de eso hubiera pasado.

Pero, tenía miedo. Tenía mucho miedo.

Ahora, bueno. Era demasiado tarde. Y aunque tuviera tiempo de escapar, ¿A quién tenía? No tenía a nadie. Estados Unidos no querría verlo. Su familia nunca lo aceptó. A la única persona que siempre tuvo, fue a China. Que, ha pesar de todo, se mantuvo a su lado siempre. Que a pesar de su estado deplorable, seguía besandolo y mirandolo a los ojos.

Debía estar agradecido de eso.

──Oh, Russha. Aquí estás.──se escuchó una voz detrás de él, una voz suave y relajada. Era China. El asiático se acercó a paso lento hacia él, apoyándose de igual manera en el barandal.──¿Qué miras?──cuestionó, intentando dirigir su vista hacia donde miraba el ruso.

Este último tardó en responder, hasta que se animó a hacerlo. No tenía nada más para perder.──Las estrellas, ya están comenzando a notarse...──puesto que el atardecer estaba llegando. El cielo comenzó a tornarse de celeste a una mezcla con morado.

𝗩𝗜𝗢𝗟𝗘𝗡𝗧𝗢𝗠𝗘𝗧𝗥𝗢 RUSCHINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora