"El‌ ‌Ascenso‌ ‌del‌ ‌Emperador.‌ ‌Parte‌ ‌2."‌

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"Ven, cambiemos el mundo juntos"

Disfruten.

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Un sobrio carruaje se acercaba lentamente a las puertas de Serei Den; en él Aurora de la Rivere jugaba nerviosa con un pequeño estuche entre sus manos, en él reposaba uno de los artículos más valiosos del continente, si no es que de hecho lo era. El anillo que ella y su hermano habían hecho superaba por mucho el valor de cualquier otro artículo existente, ni toda la riqueza que ellos alguna vez habían tenido se le acercaba.

El Anillo no solo era extremadamente valioso; sino que era además muy fuerte, era un artículo de clase divina de último orden, no podía traer a su cabeza otro item que se le acercara. Tal vez las espadas Eruda y Freya, pero se le antojaban incluso débiles ante él, su fuerza era tal, que incluso con hechizos de ocultamiento era casi imposible borrar su existencia.

Aurora se dio cuenta que, de hecho, el anillo poseía una cierta voluntad; brillando caprichoso bajo sus ojos, como si quisiera dejarle claro que era un elemento que ni ella, siendo en parte su creadora, sería capaz de usar. De pronto, un sobresalto la sacó de sus pensamientos, pues los caballos que sus queridas Lalai y Lalaisa guiaban hacía la inmensa muralla, se detuvieron de golpe.

- ¿Pasa algo? - Preguntó a través de la pequeña ventana que la separaba del exterior y por donde se comunicaba con sus asistentes. - Lo siento mi señora, hemos llegado al puesto de la guardia del Palacio, exigen que se identifique y que les explique la razón de su visita. - Aurora asintió en silencio, alisando su vestido color turquesa y resguardando el anillo entre sus ropas, protegiéndolo con un potente encantamiento.

Rebuscó entre su ropa antes de abrir la puerta; sacando de una de sus bolsas, un pergamino sellado, que el Trono de las Almas o, como insistía en que le llamara, Temo, le había hecho llegar horas antes. Sintiéndose lista, bajó del carruaje, disfrutando del intimidante efecto que provocó en los guardias, que tragaron duro al ver su belleza.

-Buenas tardes; mi nombre es Aurora de la Rivere, vengo por invitación de su Sagrada Majestad Imperial, Aristóteles Córcega del Tule y de su Excelencia, Cuauhtémoc Lopez D'von, el Trono de las Almas, aquí está el documento que avala lo que afirmo. - Extendiendo su brazo, le entregó el documento al guardia principal, que lo tomó receloso, para después revisarlo detenidamente.

Lo escuchó recitar algunos hechizos de verificación; antes de abrir los ojos muy grandes e inclinarse de manera respetuosa, gesto que fue imitado por el resto de los guardias, dejándola a ella algo confundida, pues no sabía a qué se debía ese gesto tan particular. - Le ofrecemos una sincera disculpa a su magnánima señora, no sabíamos que usted era tan importante, por favor pase, ya la esperan en el salón de los Emperadores. Que su carruaje siga a nuestro guía, si necesita algo hágalo saber de inmediato. - Aurora solo asintió desconcertada, subiendo nuevamente a su carruaje con ayuda de uno de los guardias.

Ya dentro de su vehículo; Aurora revisó el pergamino que le había sido devuelto, en el constato que el sello del Emperador estaba estampado, justo al lado del de Temo, pero eso no era lo llamativo. En una elegante caligrafía color rojo carmín, las palabras "consejera del Emperador Consorte" resaltaban en el documento.

Aurora se dejó caer sorprendida en el respaldo del asiento, antes de sufrir un escandaloso ataque de risa histérica que asustó a sus asistentes, pero ella no fue capaz de responder a sus llamados. Pues de su boca lo único que pudo salir fue un susurro... - Ese enano cabrón... - antes de suspirar derrotada y extrañamente complacida.

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La mirada atenta de Aristoteles y Temo; estudiaba detenidamente a todo el aforo que se había reunido por su solicitud, tras su pequeño pero potente discurso, la sala había quedado sumida en un profundo silencio. El rostro de la mayoría estaba en una mueca expectante, tanto positiva como negativamente.

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